Crónica de un engaño anunciado

Columnas>El achorado culto

Basada en una ficción, los personajes han sido creados por el autor, no corresponden a personajes reales.

Alberto sonrió discretamente cuando las puertas del palacete de la Molina se abrieron, porque sintió aquel placer de haberle ganado al sistema otra vez. Abrazó a su pequeño Kenyo quien no se había despegado de él en todo el proceso entre el anuncio del intento de vacancia presidencial y su indulto. No fue un abrazo de agradecimiento, fue de complicidad. Ese que te da un pata cuando has jodido a alguien y lo has jodido bien, mientras tanto los aprendices de periodistas cumplían con la parte del trato que les correspondía: levantar asuntos sin importancia para quitarle relieve al verdadero interés. Mostraban la casa, sus dimensiones, la piscina, entrevistaban a los vecinos, al jardinero, inventaban cualquier tontería para llenar sus informes. Felizmente el rally Dakar pasaba por Lima, el papa Francisco iba a ocupar los próximos días con sus historias, de manera que todo iba viento en popa en el plan Fujimori.

Alian García tomaba un pisco sour mientras jugaba con su nieto. Una revista de la gente bien había presentado al heredero en fotos exclusivas. El viejo gozaba viéndolo correr al borde de la piscina.

– ¿Quién iba a pensar que el pequeño Fujimora fuera tan inteligente? Pendejito el muchacho-  dijo en voz alta y brindó al cielo porque la liberación del chino era su propia liberación. En la televisión, al fondo de la casa, apareció Mónica Celta comentando las noticas del día. Alian sintió un pequeño escozor entre las piernas y tuvo una sensación de vacío placentero al recordar el olor a Chanel número 5 de la periodista.

-Mis respetos muchacha, ¿Cómo pudo volver después de todas las cosas que hizo? Felizmente esta gente no tiene memoria, no la tiene- pensó mientras llamaba a la empleada con un gesto para que le llenara el vaso de su trago preferido.

En la sala de los nuevo Fujimora se movía un ejército de resucitados. Los viejos y las viejas militantes del partido rendían pleitesía, sin ninguna vergüenza al líder liberado. Los hermanos se habían dado una tregua, sabían que en algún momento el viejo los iba a reunir para pedir explicaciones, pero por ahora solo celebraban. Kenyo consiguió lo que nadie pudo, se sentía satisfecho, Martha Chaveza lo abrazó con cariño y le dijo al oído: Gracias hijo, hiciste lo que debías hacer.

Mientras recibía las felicitaciones, los abrazos, los besos y los sobres para colaborar con el pago del alquiler y los gastos de recuperación, pensaba como iba a vengarse. Porque se iba a vengar, seguro, pero la lección aprendida con su tío Vladimiro, cuando le leía El Arte de la Guerra en sus visitas al SIN, era vital: hay que tener paciencia, mucha paciencia, el enemigo se mata solo, se desgasta, se olvida y entonces cuando está confiado, porque cree que se acabó la guerra, atacas y lo destruyes. No lo dejas herido, lo matas, dos veces si es posible y eso era lo que haría con quienes habían traicionado a su padre pensando que moriría en prisión. Recordó lo que el tío le decía cuando filmaba a sus amigos y enemigos.

-Un día usare estos videos para conseguir cualquier cosa de esta gente, ya verás mi pequeño saltamontes.

El plan había sido complicado, pero todos los puntos se estaban cumpliendo, uno por uno, y los actores y actrices hacían sus papeles con ganas, con convicción. Hasta la oposición había sido manipulada, el indulto no tenia vuelta atrás, por más protestas, marchas, denuncias, condenas internacionales y demás, no había retorno. Los Fujimora habían vuelto. Les gustara o no, ya estaban de nuevo en el camino al poder real. Alberto miraba sentado en silla de ruedas cómo iban llegando los amigos y amigas, los que lo habían sostenido y apoyado en su cárcel, y pensaba:

-Bien, muy bien, no volveré a cometer errores, esta vez haré una oferta que nadie podrá rechazar, nadie…

 

Esta historia continuará…