¿Qué se espera de la visita del Papa Francisco?

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Hay muchas expectativas con la visita papal y varias “agendas” que las respaldan. Está la más obvia, la de ciertos políticos que con su barco haciendo agua por todos lados esperan que el mensaje del Papa Francisco venga a avalar sus llamados al diálogo y, más aún, la reconciliación de los hermanitos fulgurantes de nuestra política.

Los periodistas y fotógrafos están detrás de encontrar “la nota humana” de la visita, del gesto inusual, de las estadísticas, del espectáculo. Otros prefieren hablar de las ganancias y réditos que traerán por el supuesto millón de visitantes que tendremos que compensará con creces el gasto que ocasiona la visita o dedicarse a sacar para sí, o para su economía familiar unos soles más.

Los intelectuales, siempre críticos, tendrán las expectativas bajas. Algunos, estarán esperando un zanjamiento claro frente a los abusadores sexuales, con sotana y sin ella, protegidos por el silencio de la jerarquía. Querrían tan sólo un gesto de condena a la corrupción de políticos y empresarios, o la improbable renuncia al Concordato que obliga al Estado a repartir la pitanza de los obispos. La mayoría, tal vez, verá confirmada las razones de su escepticismo

La derecha católica estará satisfecha con que el Papa condene el aborto, las relaciones homosexuales, las perversiones en general, producidas por una sociedad laica que quiere alejarse del mensaje cristiano. Espera muestras de afecto hacia su cabecilla y éste aguarda la posibilidad no sólo de lucirse junto a él sino de que se confirmen sus “enseñanzas” sobre las políticas públicas. Otra parte de la derecha católica aguardaba sólo silencio frente a los crímenes de algunos de los suyos, pero lo que pasó en el primer día de su visita a Santiago de Chile los tiene haciendo penitencia. Sólo esperan que la misericordia del Beatísimo Padre adelante su perdón y olvido para que la Obra (la de ellos y la de sus primos hermanos) continúe boyante.

La ultraderecha evangélica, aquella de “con mis hijos no te metas”, tiene también cierta expectativa para seguir con su cruzada contra la intromisión estatal en la educación de la infancia niñez, adolescencia y juventud, descarriadas por maestros demasiado laicos y politizados e intelectuales que los apapachan.

Los defensores de los derechos humanos, los ambientalistas, esos que vieron reverdecer sus esperanzas con este pontificado, esos que se sienten interpretados por la Teología de la Liberación, seguramente esperan que el mensaje de la encíclica Laudato Si contra el consumismo desatado por el capitalismo salvaje, se profundice. O que recuerde que la gracia del perdón debe ser precedida del arrepentimiento del victimario y de su propósito de enmienda.

Los dirigentes indigenistas esperan poco o nada de quien consideran la cabeza de los evangelizadores que durante cinco siglos han destruido las culturas originarias de América.

Pero intelectuales, indigenistas, izquierdistas, no comprenden que más allá -al fondo como siempre-, en el pueblo llano, están los que esperan milagros porque no tienen nada. Y en medio de sus carencias, hasta de la palabra, pide “la paz”, “la comprensión”, “la esperanza”, “el diálogo”, “la tolerancia” o paciencia y más resignación para soportar la dura vida que llevan, a quien con su sola humanidad no puede alcanzar nada de eso. Los hay quienes han hecho peregrinar a sus imágenes de vírgenes y santos al encuentro con el Santo Padre, olvidando que éste es sólo un ser humano (y pecador como otros tantos, seguramente) cuyo verdadero título es el de ser Obispo de Roma. Los sabios y doctos no entienden esa fe.

¿Quién es el Papa? “¿Un obispo de barrio marginal que se había acomodado a la dictadura militar? ¿Un jesuita retrógrado que se transformó en obispo progresista?” o más bien “un líder eclesiástico que, desde una edad temprana, se sintió llamado a ser un reformador”[1] Pocos periodistas se fijan en lo que el mismo Papa piensa o dice. Uno de ellos, recuerda: “Él mismo ha dicho que en nombre de Dios siempre ha habido dos corrientes: una es la lógica de los doctores de la ley y la otra la lógica de Dios. La primera es la que busca conservar y tiene miedo a la contaminación; la segunda sale en busca de la oveja perdida que quiere integrarse. Son como dos modelos de Iglesia: uno como juez y policía, el otro es enfermedad y hospitalidad. Está muy claro dónde quiere él que esté la Iglesia, porque ese es el modelo de Jesús.[2]

Por increíble que parezca, al final seguramente todos o casi todos, serán satisfechos en sus expectativas y desesperanzas. Los ideólogos, publicistas y periodistas extraerán la frase exacta para el consumo de cada nicho del mercado de los oyentes. Sí, desgraciadamente hombres humanos, los discursos papales pueden ser editados, recortados, subrayados, asordinados, aumentados, exagerados, minimizados y manipulados, porque como ya la había profetizado el mismo Jesús, el ejercicio del cargo suponía ser piedra de contradicción.

Contradicción que significa también división, porque Jesús alguna vez dijo (en un mensaje pocas veces citado, ¿por qué será no?) que no había venido a traer paz sino espada, porque había venido a dividir a las familias y a contraponer esposos y padres a hijos por causa de la exigencia de su mensaje. Porque no debe haber sociedades más anticristianas que las de América Latina, con discursos oficiales que sobajean hasta la náusea las grandes palabras de “paz”, “amor”, “caridad”, “fraternidad”, “justicia”, “democracia”, “libertad” que han terminado por alejar de la Iglesia a millones y millones de decepcionados y con razón.

¿Cuál es el discurso para ellos? “Dolor y vergüenza” ha dicho que siente, Francisco, al pedir perdón por las vidas de miles de niños y de sus familias destruidas por los depredadores sexuales de la Iglesia Católica. Esos para los que Cristo había pedido hundirlos en el mar con una piedra de molino al cuello. Es un primer paso, reconocer la responsabilidad por acción pero también por omisión, por complicidad, por cobardía. “Espada” mencionó Jesús, ¿a cuántos no hubiese cortado el cuello?

Esas ovejas perdidas, que se alejaron de la Iglesia farisaica e hipócrita, indolente con los pobres y con los que sufren, esos ateos de buena voluntad que, lejos del discurso del Evangelio, buscan un mundo justo y libre para todos, ¿qué esperarán de esta visita? ¿Acaso querrían que la visita dejara de ser espectáculo, dejara de ser el rito, la ceremonia estructurada al milímetro, para convertirse en un acto de escucha, por un minuto mágico? ¿Acaso querrían que los fieles, los que van a misa y comulgan, se pusieran en los zapatos de las mujeres abusadas y sufrientes, de los niños de la calle, de las prostitutas y de los ladrones, de los familiares de las víctimas de la violencia política, de los desempleados, de los enfermos terminales, de los pobres del campo, de los que habitan en los cerros y en los callejones que se caen a pedazos? ¿Podrán hacer eso los políticos, los empresarios, los periodistas, los intelectuales, los indigenistas, los izquierdistas y obrar en consecuencia?




[1]
                      Ivereigh, Austen “El Gran Reformador: Francisco, retrato de un Papa radical” pp. 11-12, 15 http://sgfm.elcorteingles.es/SGFM/dctm/MEDIA02/CONTENIDOS/201504/01/0010…

[2]                      Entrevista a Austen Ivereigh, en https://www.elespectador.com/noticias/cultura/siguiendo-los-pasos-del-pa…