La pena de muerte, una vez más

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 La idea básica de los demasiados militantes y gentes de espíritu fujimorista frente a la pena de muerte, es: “viva la pena de muerte y que  el derecho  se vaya al  diablo” porque “primero, por encima de los tratados, están los niños violados”. Como si un tratado existiera independientemente de los seres humanos y de los Estados que lo constituyen firman y ratifican.

La misma actitud que esa mayoría adopta cotidianamente: todavía no llega a entender la necesidad suprema del derecho para la subsistencia civilizada de cualquier colectividad humana y entre ellas, en primer lugar, la colectividad internacional. Y la imperiosa necesidad de cumplir los acuerdos cuando se han ratificado y firmado, lo que inauguró el derecho moderno: pacta sun servanda, quiere decir que los contratos se han hecho para cumplirse. Porque ya no hay Dios que los garantice. Cuando uno da su palabra compromete todo su ser, su cuerpo y su espíritu.

Tanta trafa, tanta mentira, tanto formalismo, tanta cultura bamba, tanta corrupción, tanta delincuencia abruma la anomia peruana. Ni valores tradicionales ni valores nuevos. Ese estado mental pre moderno, o pre republicano de “hijos de la Contrareforma”, se expresa   en el apoyo entusiasmado a la pena de muerte que, así entendida y sentida, es pura y dura venganza.

La venganza representa una concepción del derecho, sino primitiva, por lo menos demasiado arcaica para llamarse republicana y democrática, o para llamarse derecho.  Tenemos que ir hacia adelante y no hacia atrás, es decir, hacia la barbarie y el salvajismo.

La existencia de una Corte Internacional de Derechos Humanos es una garantía para la gran mayoría que no tiene poder político, económico o social; contra los gobiernos poco o nada democráticos como los nuestros, salvo dos o tres honrosas excepciones.  Salirse de ese tratado, aunque sea muy difícil el trámite, es un desatino que raya en la estupidez y la ignorancia colectiva, y es mezquinamente interesado cuando la propugnan los demagogos. Y no disuade a quien debería disuadir.

 

Tanta trafa, tanta mentira, tanto formalismo, tanta cultura bamba, tanta corrupción, tanta delincuencia abruma la anomia peruana. Ni valores tradicionales ni valores nuevos.