Cuando tenía alrededor de 10 años, a nuestro barrio llegó una familia desconocida. En ese momento jugábamos fútbol en una cancha de tierra, por lo que el polvo que producíamos no me dejó ver más que algunas siluetas. Los extraños llegaban a una casa que, al parecer, siempre les había pertenecido, pero no habían ocupado hasta ese momento. Ese hecho provocó la curiosidad de todos los que estábamos allí. Yo intentaba verlos desde mi techo para saber quiénes eran, los esperaba en la calle, pero casi nunca salían.
Hasta que un día salieron dos chicos, parecían mayores comparados con nosotros. Los invitamos a jugar, pero no parecían muy animados, a pesar de que ambos llevaban una camiseta de color verde muy llamativa y tenían zapatillas. Eran muy duros al caminar, siempre erguidos, poseían una especie de orgullo silente, una mirada negada a ver el suelo. Mi mamá decía que eran Qorilazos. Nunca entendí realmente las dimensiones de esa palabra, hasta ahora….
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