Las aguas negras de la muerte

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Sin duda, uno de los momentos más importantes de la visita del Papa Francisco al Perú ha sido el encuentro que sostuvo con las comunidades nativas de la Amazonia, en Puerto Maldonado, aquella ciudad fronteriza, en lo profundo de la selva peruana, que a muchos, autoridades del gobierno incluidos, les debe sonar como a película del oeste, como a país de aventuras, como a fin del mundo. Allí, los nativos que saludaron al Papa le dijeron que “las aguas negras de la muerte” los amenazaban, utilizando una metáfora para alertarnos a todos sobre los graves peligros que tienen que sortear para sobrevivir.

Estemos de acuerdo o no con la fe o religión que profesa el Papa, lo cierto es que sus discursos, actos o símbolos nos deben interesar y, como ciudadanos responsables, asumirlos en el debate y, si es posible, actuar inmediatamente para resolver los problemas a los que él se refiere. Sabido es que, así como es un líder espiritual o pastoral, también es un líder político y muchas cosas se podrían resolver mejor si actuamos y no nos limitamos a orar o manifestar buenas intenciones.

La visita a Puerto Maldonado, ciudad pobre y postergada a pesar de los millones de dólares que se mueven en su territorio debido a la minería y tala ilegales, ha convertido en símbolo no solo a la ciudad y sus problemas, sino a toda una manifestación cultural viva que se ha congregado en el corazón de la selva y un riesgo de la humanidad: la desaparición de los comunidades nativas y de los recursos de su hábitat.

Pero la prensa nacional y el despliegue informativo se ha limitado, como siempre, a solo describir momentos y reproducir frases; su frivolidad no permite que los hechos sean debidamente analizados y entendidos. Un periodista transmitía en vivo y decía, por ejemplo, que el Papa estaba recibiendo regalos de los nativos, cuando en realidad los jefes de las comunidades lo estaban invistiendo como a un igual, como alguien que ahora pertenece a su cultura.

El dramático pedido de “ayuda” de los nativos parecerá quedar en eso, en un pedido. La prensa repite la frase como las “más singulares” que se hayan dicho en esos cuatro días en los que el fervor religioso se parecía más a un espectáculo musical que a una prédica de fe; tal vez por eso es que lo que se vio, se dijo y se calló parecen ser parte del anecdotario. Pero el Papa no se guardó nada, habló de esclavitud laboral, de trata de personas, de esterilizaciones forzadas, de contaminación ambiental y de otros males que aquejan a la región y que el presidente peruano escuchó, ojalá, con atención y en primera fila.

Si PPK actuó como guía turístico, el Perú habrá perdido, una vez más, la oportunidad de enfrentar sus problemas y resolverlos. Esta vez, la selva ha sido el punto de quiebre en el afán de buscar caminos de superación social y eliminación de la pobreza, pero a través del respeto a la biodiversidad. La selva existe, el Papa nos lo ha hecho notar, él no ha descubierto nada, nosotros convivimos con sus males desde hace mucho tiempo, y poco hemos hecho para superarlos.

Pero tal vez el mensaje no pronunciado por el Papa sea el de dejar de orar y hacer lo que se debe hacer para alcanzar la ansiada reconciliación, la postergada paz social, la lejana justicia social. Aunque algunos digan que lo que dijo es puro floro, tendrán razón mientras que aquí no reconozcamos la existencia de esa selva insondable y exuberante, de esos compatriotas incansables, de esa riqueza que nos dará más riqueza si las conservamos y cuidamos. La selva existe, hay que salvarla de las aguas negras de la muerte, porque será nuestra muerte también.