Sarhua

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El insidioso intento del director de “Correo” de censurar al Museo de Arte de Lima y su calumnia en contra de las expresiones artísticas de los pobladores de Sarhua[1], ha vuelto las miradas sobre ese distrito ayacuchano ubicado en el valle del río Pampas y ha traído consigo remembranzas del conflicto armado interno y del papel que les cupo en ese drama a sus vecinos.

Para los que lo han olvidado Sarhua, junto con los distritos de las provincias de Cangallo, Víctor Fajardo y Huancasancos, fue uno de los escenarios principales de la sangrienta guerra que desató Sendero Luminoso en 1980 y que se prolongara hasta 1995. Los nombres de Chuschi, Lucanamarca, Accomarca, Cayara son sinónimos de violencia y masacres acometidas tanto por Sendero como por el ejército, en sus afanes de conquistar y reconquistar sus territorios.

Al calumniador de “Correo” no se le ha ocurrido indagar acerca de las tablas pintadas de Sarhua y su relación con la historia padecida por sus gentes. Como tampoco se le ha ocurrido informar cómo pudieron haber sido esos largos años en los que vivieron pendientes de un hilo, aterrorizados por los ataques de Sendero, los del ejército y los de las rondas campesinas. Las tablas han sido retrato de la vida cotidiana de un pueblo, pero a la vez memoria y catarsis de esa angustiosa pesadilla. No se ha escrito aún cómo hicieron los sarhuinos para atravesar esos quince años de violencia, desatada también, entre comunidades campesinas vecinas, debido a viejas rencillas, tal como lo han revelado los testimonios y estudios postconflicto.

Si la estrategia inicial de SL de “batir el campo” para aterrorizar autoridades y agentes de lo que llamaban el Estado burocrático semifeudal, seguida de la de “construir bases de apoyo” logró que las huestes de “Gonzalo” controlaran la zona por dos o tres años, hasta la brutal intervención del Ejército en el bienio 1983-84 que, si bien recuperó el control lo hizo al costo de multiplicar el número de muertos; los pueblos no fueron abandonados por completo. Mientras miles de familias huyeron hacia Huamanga, Huancayo, Andahuaylas, Ica o Lima, la mayoría tuvo que permanecer en sus aldeas cuidando sus tierras y sus animales, sembrando y cosechando, tratando de sobrevivir.

Como se sabe, el campo ayacuchano en la década de los años 60, concentraba todos los males del capitalismo semicolonial que no había podido o querido acabar con el gamonalismo, esa forma de dominación cercana al feudalismo, o a las miserias del  África negra, en pleno siglo XX. Esa fue una de las caras de la dura realidad que sensibilizó a los militares que emprendieron la Reforma Agraria entre 1969 y 1975, aunque no fuera acompañada por la movilización campesina en el valle del Pampas, como sí ocurrió en otras regiones del país. Pero lo que pudo haber sido la oportunidad para el despertar ciudadano y el fortalecimiento de sus organizaciones, una vez replegados los gamonales a las ciudades, se perdió cuando una capilla de fanáticos lanzó su guerra y quiso entronizarse como el déspota que encabezara una nueva dictadura.

Una de las actividades públicas que se impulsó desde el centro de la administración estatal, fueron las elecciones periódicas de autoridades y representantes, locales como nacionales, como acto más simbólico que real de la apuesta por una utópica democracia como el gobierno de los ciudadanos para resolver los conflictos sin recurrir a la violencia. Y aunque sólo tenemos los fríos datos estadísticos recopilados por el portal www.infogob.gob.pe del Jurado Nacional de Elecciones, ellos nos pueden dar una idea de lo que fueron los vaivenes de la guerra en esa remota zona.

Según Elena Yparraguirre, como recientemente ha revelado Antonio Zapata[2], el Comité Central de Sendero “no tomó la decisión de comenzar en Chuschi ni tampoco hacerlo de manera simbólica contra el material electoral. En realidad el azar llevó a que Chuschi fuera el primer acto de la lucha armada”, es evidente –como quedó demostrado posteriormente- que el senderismo se oponía frontalmente a la realización de elecciones, a las que calificaba como una farsa o teatro que montaban los dominadores para hacer creer que su mandato surgía de una competencia. Así, a lo largo de la guerra, Sendero llamó al boicot a las elecciones y en las zonas donde tenía influencia consiguió que no se realizaran las elecciones municipales de 1983, 1986, 1989 y 1991.

Sendero penetró lentamente en los pueblos del valle del Pampas a partir de 1978-79 a través de jóvenes maestros egresados de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga. Su prioridad era ganar militantes entre los estudiantes de los escasos colegios secundarios. Cuando iniciaron su guerra estaban casi desarmados, pero pudieron avanzar gracias a su voluntarismo fanático, sin que nadie o casi nadie les hiciera frente, porque los partidos democráticos no tenían ninguna presencia en el mundo rural.

Que el ataque de Chuschi de mayo de 1980, distrito adyacente de Sarhua, fue casi producto del azar se comprueba porque en las elecciones municipales de noviembre ese mismo año, Sendero no se opuso frontalmente y dado que su presencia aún era muy limitada, no pudo impedir que 384 (un 45.7%) de 840 ciudadanos inscritos en el registro electoral fueran a votar. Sólo se presentaron dos listas: la de Acción Popular y la del Partido Aprista. Ganó la primera. Hay que notar, sin embargo, que la prédica antisistema o el temor de los sarhuinos se puso de manifiesto en otros votos: los nulos y blancos sumaron 239, es decir, el 62.2% de los votos emitidos.

Para 1989 el Ejército había controlado la zona, por lo que ese noviembre, en medio de la grave crisis de la hiperinflación que casi no afectó a los campesinos, ganó la lista de Izquierda Unida, la única que se presentó. Obtuvo 268 de los 497 emitidos, es decir, los votos nulos y en blanco disminuyeron al 46.1%.

En las elecciones del 29 de enero de 1993, cuando Abimael Guzmán ya estaba preso pero todavía Sendero tenía destacamentos en la zona, fueron presentadas cuatro listas de candidatos. Acudieron a votar 339 electores, cifra aún menor a la de 1980 y con una cifra superior de votos blancos y nulos (71.4% de los votos emitidos). El Movimiento Independiente Fajardo ganó la alcaldía con el 75% de los votos válidos, mientras que la lista de Izquierda Unida resultó segunda con el 18.6% de los votos.

Infogob ha recuperado la cifra de los ciudadanos inscritos en el padrón con derecho a votar para las elecciones de noviembre de 1995: 1,018, lo que significa un incremento del 21.2% en 15 años. Pero la estadística presenta un problema: sólo figura la suma de los votos válidos -266- como la cifra total de los emitidos, como si no hubiera habido votos blancos y nulos que, como se ha visto, eran una constante en el comportamiento de los sarhuinos. Ganó la lista independiente Cambio Vecinal 95, la que, por su denominación, puede sugerir sus simpatías por el proyecto fujimorista que nació con el nombre de Cambio 90.

Entre 1980 y 1995 en cuatro elecciones hubo un promedio de 60% de ciudadanos que no fueron a votar. Del 40 % que sí acudió a las mesas de sufragio, otro 60% emitió votos nulos o en blanco. ¿Esos votos blancos y nulos eran producto de la prédica anticapitalista y antidemocrática de Sendero? O más bien eran expresión del temor de los sarhuinos a los mil ojos y mil oídos del partido? O acaso, expresaban su descontento con los candidatos que para ellos no poseían las cualidades y capacidades para desempeñar con éxito los cargos en disputa? Sólo estudios que indaguen en la memoria de los actores, pueden esclarecer estos comportamientos.

A partir de la caída del régimen fujimorista, el promedio de la participación en cuatro procesos electorales municipales se duplicó, situándose en 80%; mientras que la suma de votos blancos y nulos disminuyó del 60 al 29%. Y en cuanto a las simpatías políticas los sarhuinos claramente mostraron sus preferencias por el lado izquierdo del espectro político. Así en el 2006, el 77% de los votos válidos fueron para Ollanta Humala, simpatía que se ratificó en noviembre en las elecciones municipales en las que su candidato ganó la alcaldía. Por su parte sus rivales Keiko Fujimori y Alan García sólo obtuvieron el cuatro y el uno por ciento de los votos válidos. En el 2011 el 86% de los votos fueron para Humala, mientras el 4.7% para Fujimori y sólo el 0.5% para PPK. Las cifras fueron similares en el 2016 aunque con una actriz diferente: Verónica Mendoza obtuvo el 89% de los votos válidos mientras que Keiko Fujimori el 6.6%, el uno por ciento por PPK y sólo el 0.6% por el ex presidente Alan García. Imagine el lector lo que puedan estar sintiendo y pensando esos ciudadanos sobre la actual coyuntura política y lo que se dice de ellos en la capital de la República.

 




[1]
                     Hay numerosos estudios sobre el valor artístico y antropológico de las tablas pintadas de Sarhua, destacando entre ellos, los trabajos de Olga González “Unveiling secrets of war in peruvian Andes”. Chicago University Press. 2011; María Eugenia Ulfe “Cajones de la memoria: la historia reciente del Perú a través de los retablos andinos”. PUCP 2011; “Arte y violencia política”. Tesis de Maestría de Humberto Sarmiento. UNMSM 2015.

[2]                     Zapata Antonio La guerra senderista. Hablan los enemigos. Lima, Taurus, 2017, p. 86.