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Hace unas semanas el hijo de un amigo, con diecinueve años de edad y mucha conciencia ciudadana, decidió asistir a una manifestación pública en contra del Congreso. Durante la marcha se registró un incidente en el que él salió en defensa de una persona que estaba siendo señalada de forma injusta. Su intervención generó que un grupo de jóvenes desconocidos celebrara su actitud y se acercara para felicitarlo. Este grupo, que aparentemente también participaba de la marcha, se encontraba libando alcohol. Para aplaudir más su acción le invitaron un vaso de la bebida e hicieron un amigable salud. Horas después el muchacho apareció a varias cuadras de la manifestación completamente solo sobre una banca, con un terrible dolor de cabeza, completamente mareado, sin celular y sin billetera. Llegó a duras penas a su casa donde después de siete horas no lograba aún recuperar su estado normal.


Un mes atrás se supo del caso de una terramoza que fue dopada y luego violada dentro de un bus por el chofer y el copiloto del mismo, mientras realizaban la ruta Arequipa – Lima. Y hace tan sólo unos días se supo del incidente de una joven estudiante de medicina que fue dopada para luego ser conducida por dos de sus compañeros de estudios a un hostal, donde habría sido violada por uno de ellos.
Desde que somos pequeños, el primer consejo de los padres que van soltando a sus hijos y dándoles permiso para ir a jugar o desarrollar con normalidad sus actividades sociales es “no hables con desconocidos”. En el caso del hijo de mi amigo esta regla se aplica por completo y seguramente el no haberla puesto en práctica, le servirá de lección para toda la vida. A veces pecamos de ingenuos y creemos que todos a nuestro alrededor pueden tener las mismas buenas intenciones que nosotros, confiando en que nada va a pasar o en que detrás de una palabra amable no cabe la malicia, ni mucho menos el delito. Sin embargo, esta modalidad de robo es una situación peligrosísima, pues las sustancias que usan los delincuentes para “pepear” a sus víctimas son en su mayoría ansiolíticos o somníferos con graves consecuencias. Pueden generar la muerte por paro cardíaco, insuficiencia respiratoria o sobredosis en vista que los delincuentes no miden la cantidad de sustancia que usan.Se aseguran de dejar a la víctima completamente indefensa y sin capacidad de reacción. En muchos casos las sustancias pueden causar también un gran daño hepático.
Ahora bien, cuando los agresores son personas de nuestro entorno con los que se ha establecido incluso una relación de amistad de buen tiempo, la situación se torna más grave todavía.
Tenemos a dos compañeros de trabajo como los del bus interprovincial o dos jóvenes universitarios estudiantes de medicina conspirando para abusar sexualmente de otra colega de trabajo u otra compañera de estudios, respectivamente. Este patrón se repite en diversos ámbitos y niveles sociales y pareciera que se vuelve de lo más común. ¿Tienen estos seres humanos el derecho de apoderarse del cuerpo de personas que evidentemente confían en ellos para satisfacer sus necesidades sexuales? ¡Por supuesto que no! ¿Por qué llegar al delito y el daño a un tercero cuando es tan sencillo pagar por un servicio sexual, considerando además que en la mayoría de los casos el acto se lleva con premeditación e inclusión de cómplices? El análisis es extenso pero vamos a recalcar sólo un aspecto aquí: para muchas personas el cuerpo de otros es un “objeto” y si, aunado a ese pensamiento se presenta una posición de poder favorable, es muy sencillo llegar al abuso.
Así, de la misma forma como un delincuente de la calle se aprovecha de un desconocido para robarle sus pertenencias, sin importarle además que pueda atentar contra su vida; el compañero de trabajo o de estudios y hasta el amigo, pasa a comportarse con el mismo procedimiento delictivo. En los casos de violación descritos además se presenta un detalle del que ya estamos hasta la coronilla: esa circunstancia de poder está alimentada por el machismo, por la superioridad que el hombre cree tener sobre la mujer.
Entonces, un choro de la calle te dopa, te roba y te llega a matar. Porque no tiene valores. Porque toma lo que necesita para sobrevivir como sea. Porque es un desconocido.
Un colega de trabajo o un compañero de estudios te dopa, te viola y te puede llegar a matar. Porque no tiene valores. Porque toma lo que necesita para satisfacer sus necesidades. Porque es un conocido que borró la palabra “respeto” y sobre ella escribió la palabra “abuso”.
¿Hasta dónde llegaremos así? ¿Empezaremos a saquear la vida de nuestros semejantes como cuando en el caos total se saquea un supermercado?