Un perro descansa frente a la Municipalidad Distrital de Pocsi. Son las 8 de la mañana y el animal, negro y cubierto de polvo, extiende su sueño sobre el asfalto. Después, no hay nada. Sólo una larga avenida, donde las casas de adobe y de ladrillo, abandonadas y agrietadas, se mezclan con el ambiente gris verdoso. Un colegio sin ruido, una plaza con tres árboles y la casa de dos pisos donde empieza esta historia y se toman las decisiones –en teoría- para enrumbar su porvenir. No hay más. Si no fuera por el perro y uno que otro hombre distante a caballo que transita por la calle principal acompañado de pocas vacas y ovejas, se podría decir, se podría creer, que Pocsi, en castellano “resplandor de luna”, no es nada más que eso: una luminosidad temporal y adyacente a toda realidad. Es decir, un pueblo fantasma.
Sin embargo, más allá, entre las arruinadas viviendas y las abruptas e inclinadas laderas que hacen del distrito un pueblo de una sola calle, con unas cuantas casas aisladas y rebeldes, se advierten más animales, vacas y mulas, atadas sobre la tierra y en silencio. Lo que nos lanza, definitivamente, a descubrir vida en Pocsi. No es un pueblo fantasma y abandonado, hay seres que lo habitan a pesar de la escasez de agua y la falta de acceso vial.
De pronto, el rugido de una camioneta espanta al perro. El animal se marcha a extender su sueño a otra parte. El auto se detiene, baja un hombre grueso y pequeño que se dirige a la alcaldía. Una señorita…
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