Aprender a nombrar el mal es aprender a verlo

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El lenguaje lo es todo en nuestra vida social. Si no podemos nombrar algo, o como se dice popularmente, poner los puntos sobre las íes, va a ser imposible que siquiera podamos ver su real existencia. Esto es lo que pasa hoy en día principalmente con las mafias que han tomado por asalto la política en el país no solo a nivel nacional, sino también a nivel de las regiones, de las provincias y de los distritos. Todo ello con la pasividad y hasta se podría decir complicidad de la ciudadanía.

Si bien es cierto los movimientos sociales siempre han estado, de una u otra manera, presentes en la calle, en manifestaciones o paros y huelgas los últimos años, estos no han podido articular un movimiento social real, de base, que pueda tener una agenda mínima y común.  Y lo irreconciliable en ellos muchas veces ha sido cuestión de las denominaciones, de los tecnicismos, de la incapacidad de dialogar. No poder sentarse alrededor de una mesa no solo tiene que ver con las peleas y rencillas por las cuotas de poder o representividad, mientras las mafias, con su accionar concertado y pragmático, han seguido su avance arrollador. Ha sido la dificultad de no poder usar el lenguaje para llegar a consensos mínimos, que aseguren un accionar civil para garantizar que no sean el clientelismo y el pillaje la normalidad en la política nacional.

Lo mismo pasa de cara al reconocimiento de las mafias: al no poder identificarlas de manera clara por su nombre y apellido, la corrupción parece andar en la nebulosa, sin un sujeto al cual se le pueda atribuir tal o cual accionar. Así, el poder sin rostro es el poder perfecto, porque no tiene un nombre o un cuerpo propio contra el cual podamos enfrentarnos, en el cual podamos vislumbrar el rostro del mal. En los años 90, esto fue más claro: la imagen de los gemelos malignos (Fujimori y Montesinos vestidos de manera similar, le puso cuerpo y nombre al enemigo) fue fundamental para poder nombrarlos en el imaginario social. Hoy por hoy, hay tantos nombres involucrados en las marañas del poder y sus relaciones son tan difusas, que todo el mundo puede tener sospechas de todos, pero nadie está realmente seguro de qué podría pasar.

Los audios de la mafia que han salido las últimas semanas, han ayudado un poco a aclarar el panorama. La señora K ya es del dominio público. Lo mismo con el CNM, que era una institución que, para la gran mayoría de peruanos, no representaba necesariamente algo concreto, pero que ahora ha pasado a tener un lugar importante en el imaginario social. Y de seguro con las revelaciones que seguirán saliendo (se estiman más de 200 audios de solo esta escucha que serán difundidos) más nombres se sumarán a esta larga e infame lista.

Es este uso del lenguaje el que es fundamental a la hora de estar claros sobre aquello que queremos como sociedad. Nombrar al mal y darle rostro es imprescindible para poder cambiar las costumbres e ideas políticas en el Perú. En las anteriores elecciones municipales y regionales, semanas antes de la fecha de votación, de las cañerías de todos los hogares arequipeños, salía un agua con olor fétido. Y al hacer una encuesta rápida entre la población, muchas personas no relacionaban este olor fétido con la mala gestión municipal encabezada por el alcalde provincial en funciones en ese momento. Tanto así, que lo reeligieron. Y es que, el no poder nombrar algo, tiene que ver con el no saber relacionar la realidad y el pensamiento. Y si no se trabaja por cambiar esta debilidad de nuestra sociedad, la de saber usar el lenguaje, que es básicamente el saber pensar, no habrá posibilidad de cambiar nada y todo seguirá pasando de manos, de un corrupto a otro, sin futuro posible.