Genio y figura del «Choclo» Rickets, hasta su sepultura

Cultural

Como un baldazo de agua helada, cayó a los artistas y amigos de José, el «choclo» Rickets, hace pocos días, la noticia. Como un homenaje a su espíritu vital y rebelde, publicamos un artículo de Eduardo Ugarte y Chocano, y recordamos la última entrevista que dio a El Búho TV, mostrándose en la plenitud de su espíritu irreverente y feliz.

Aquel arequipeño que nació el 27 de abril de 1950 y al que sus padres José Ricketts Olivares y Celia Escomel Belaunde llamaron José Manuel, ha muerto en Lima, el pasado miércoles, como el universal “Choclo” Ricketts, artista y amigo; humanista querido por los más sencillos y anónimos seres humanos, como por la aristocracia europea que dio sus espacios para que montara su taller de pintura y, como dice su amigo y hoy doliente Germán Rondón, “nació en cuna de oro que le duró hasta la vejez.”

El «choclo», José Rickets y su entrañable amigo, también artista, Germán Rondón

Dudoso calificativo el de vejez, pues hasta días pasados mostró su alegría bailando con Carol un tango en alguna plaza del viejo mundo, pero también el deterioro físico de la enfermedad que hizo que vuelva a su patria huyendo del calor estival europeo y en busca de “la casa que me está esperando en algún lugar del planeta” para descansar de su destino de ser “aquel caminante que dejó huella de pájaros en las dunas del mar.”

Y esa alegría era de despedida ante la certeza del fin, que también la expresaba en sus últimas obras pictóricas, que a diferencia de las anteriores, en que todas se emparentaban formalmente en un solo tema, en estas se distanciaban unas de otras como de alguien que viaja captando distintas estancias de vida que tiene un final. Viaje que inició pintando los temas arequipeños con Luis Palao, marcados por sus cebollas tan personales, y pasando por los duendes y seres que poblaban mundos inspirados en la realidad pero transformados en su visión estética y necesidad de darles rostros, cuerpos y ambientes que correspondan a un mundo recreado.

Artista viajero, cuando volvió a su tierra para montar “Minotauro”, tienda y centro de arte en Yanahuara, se encontró con la realidad del retroceso del mercado y del gusto por la creación artística. Y volvió a partir, llevándose el “ángel” que lo hacía amigo querido de todos, su humor fino y sarcástico, su ser cáustico e irreverente, su risa franca que golpeaba desencantos. 

Todo él producto de una vida construida queriéndola, encontrándola en sus múltiples y sostenidas lecturas, en escritos que mostraban gran talento literario, y regalándola en amenas y cultas conversaciones en que toda inquietud tenía respuesta, menos la que hoy nos deja con su partida. Partida dudosa porque hay amigos, hay personas, que difícilmente -por no decir no- se van, pues han llegado a la casa que los estaba esperando. 

(Texto publicado en La República)