Cuellos blancos del Perú

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La corrupción en el Perú está perfectamente documentada, desde siempre. Si no ocurre nada es porque todos preferimos hacernos de la vista obesa. Y, por si acaso, desde los 90 se hace uso de las nuevas tecnologías. Primero fueron los vladivideos de Montesinos, después los petroaudios, la centralita en Ancash, las delaciones premiadas en Brasil y el tsunami Odebrecht. Por último, los CNM audios y ahora los cuellos blancos.

En los niveles central, regional, provincial y distrital, en diferentes grados y modalidades, se reproduce el mismo esquema de los llamados Cuellos Blancos del Puerto. En costa, sierra y selva, norte, centro y sur, en lo grande y lo pequeño. No hay ninguna novedad, si no nos hacemos los tarugos, en el esquema torcido de nombramiento de jueces y fiscales por el CNM, en la forma de llegar a esos cargos, las selecciones amañadas, los canjes de favores, los concursos bamba; y en la “hermandad” asociada para delinquir.

Las comisiones investigadoras, las acciones de una Contraloría que constatamos plagada de bribones, el predominio de los “Chávarrys” en el Ministerio Público y la multiplicación de los Hinostroza en el Poder Judicial, son la normalidad, no la excepción.

Si seguimos repasando las instituciones y hablamos de la Presidencia de la República, de Fujimori a Kuczynski, pasando por Toledo, García y Humala, conforman una linda postal de “cuellos blancos de palacio”, ni siquiera más refinada que los del Callao.

¿Y el Congreso? Por Dios, el Congreso. Para mantener la lógica, tendríamos que llamarlos los cuellos negros de Abancay, sin ofender a esa emblemática ciudad. Ni siquiera es necesario entrar en detalles.

Así pues, la reforma política que, supongamos que ingenuamente, propone el presidente Vizcarra, es el equivalente a querer golpear a la corrupción con el “pétalo de una rosa”. Mamarrachientas o no, serán desnaturalizadas por la colección de especímenes que representa al fujimorismo en el Congreso. Pues el uso impúdico del poder, sin otro propósito que la exhibición de la prepotencia y/o el encubrimiento de sus delitos, parece estar en la naturaleza misma de este grupo, heredero del autoritarismo y cinismo del régimen de los 90.

Más allá de eso, ¿alguien cree que, si las reformas propuestas se aprueban, va a mejorar la descomposición y podredumbre de nuestras instituciones? Que haya un Senado, se cambien las normas para la elección de un nuevo CNM y se hable de fiscalizar el financiamiento de partidos políticos, mediante otras leyes, no revertirá la metástasis del actual sistema. Ni siquiera la no reelección de congresistas garantiza que mejorará la representación. Solo habremos cambiado mocos por babas.

Entonces, las teatrales idas y venidas entre Palacio y el Congreso, el forcejeo entre Ejecutivo y Legislativo, son completamente intrascendentes. El resultado de las próximas elecciones regionales y municipales, es posible que termine de hundir al país en el desánimo y la anomia. El Referéndum que todos piden a gritos, es agua de malvas, frente a un cáncer agresivo que se sigue alimentando de estos artificios con los que se pretende remediar esta emergencia.

Aunque suene dramático o cliché, ha llegado la hora de refundar el Perú, en todos los sentidos y niveles. Los peruanos de a pie tenemos un desafío. Monumental, pero ineludible. E incluye las formas y mecanismos sobre cómo se actuará de aquí en adelante. De otro modo, todos seremos parte de esas legiones de cuellos blancos del Perú, penetrando todas las instituciones, todos los poderes, todos los mecanismos. Ojalá no, todas las almas.