Luego de un prolongado periodo de convulsión política en el país, las Elecciones Regionales y Municipales se perfilaban como un termómetro del sentir de la población. Los últimos escándalos, enquistados en lo más alto del Poder Judicial y el Consejo Nacional de la Magistratura, masificaron una sensación de decepción y hastío entre la población. En todos los departamentos del país, peruanos gritaban su indignación pidiendo “que se vayan todos”.
Con un escenario tan poco propicio para un proceso electoral, opacado por la interminable confrontación entre Congreso y Presidencia, el auge del “voto de protesta” cobró fuerza. Más aún cuando el descontento con la política nacional se vio potenciado por los escándalos locales de corrupción, denuncias y exabruptos de los políticos arequipeños.
Por un lado, caras habituales con varias postulaciones a cuestas y antecedentes ampliamente conocidos. Por otro, una campaña corta donde la puya y el ataque directo sacaron de cuadro las propuestas y debates. Ingredientes que convirtieron la contienda en un “sálvese quien pueda”, en el que la victimización y denuncias de guerra sucia, reales o no, fueron una constante.
Llegado el 7 de octubre, no resultó sorpresivo el dominio del voto blanco, nulo o viciado; sino la alta proporción que había alcanzado en relación a quienes lideraron las encuestas…
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