Grande, ¡Freddie Mercury!

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La cautelosa razón ordena no hablar de lo que se ignora. Pero la emoción es tanta que uno se atreve, aun sabiendo que no se tiene el oído o la pluma de un Víctor Hurtado para traducirla y hacerla comprensible.  Y es que cuando una verdad nos ha sido revelada, no hay boca que se resista a compartir la noticia.

Pues bien, les tengo una noticia: para estos días de crispación de nervios, en que asistimos, como diminutos espectadores, a la batalla que se libra en las alturas, entre decentes y corruptos, viene bien ir a contemplar y gozar de la biopicture del genio musical de nuestros tiempos, Freddie Mercury, titulada – tal como su obra maestra- Bohemian Rhapsody. Porque, si la música no fuera lo que es: solaz, descanso, alivio de pesares, opio barato y nutritivo, habría que acabar definitivamente con todo y apagar la luz.

Una cuestión previa antes de seguir: esta nota no pretende hacer crítica cinematográfica ni menos musical. El autor, que gusta más bien del bolero y la balada y apenas sabe distinguir entre intensidad y altura, entre ritmo y melodía, mal podría comparar la música de Mercury y las interpretaciones de Queen con las de otras bandas de rock. Menos aún, si su nivel de inglés es el de Tarzán. Se guía, más bien, por su intuición y por la prueba de sonido más perfecta que existe y que a veces ignoran los doctos: silba o tararea la melodía que le gusta y puede hacerlo con varias composiciones del genio parsi nacido en Zanzíbar.

La película es un repaso de la vida de este inmigrante en Londres, en pubs y antros en los que la revolución sexual y musical de los años 60 se producía y reproducía democráticamente; su contacto con Brian May y Roger Taylor en Smile y su transformación en la definitiva Queen; el ascenso al Olimpo del rock en un momento en el que el espectáculo de las presentaciones pasó a ser tan importante como las canciones del concierto mismo; la audacia creativa del cuarteto (o anticonvencionalismo y rebeldía, según se vea), guiada por la máxima de jamás repetirse; la relación fundamental y de sostén emocional con su musa Mary Austin (la delicada canción dedicada a ella Love of my life, es estremecedora, por ejemplo!); pero, sobre todo, es una película que permite gozar de las interpretaciones de Mercury y de Queen, un equipo tan afinado como el motor de un Mustang.

Aunque gira alrededor de la música, la película no tiene el formato de un musical de los años 60. No, los diálogos y la música se complementan, como se complementan los momentos de luz y de sombra, las peleas y la crisis de identidad de Freddie, con la apoteosis de sus conciertos. Peleas, traiciones, giros bruscos, drogas y homosexualismo pasan por la cinta a través de un guión equilibrado y sin morbo. Refleja la complejidad de la vida de cualquier mortal. Pero a diferencia de nosotros, un espíritu como el de Freddie consiguió trasladar esa complejidad a la creación musical, para lo que utilizó un amplísimo rango de géneros, como señalan los entendidos: rockabillyrock progresivoheavy metalgóspel y música disco, envueltas en la seda de la clásica, seguramente porque, como dijo en una entrevista de 1986: «Odio hacer lo mismo todo el tiempo. Me gusta ver lo que está sucediendo en este momento en la música, el cine y el teatro e incorporarlo».

Al observar el concierto del estadio Wembley de 1986, viendo a decenas de miles vibrar y cantar al unísono siguiendo las evoluciones de Freddie (llorando emocionado en la oscuridad de la sala del cine), uno se pregunta por qué la música (toda, la clásica y la popular) a diferencia del poema o del amado teatro trágico de los griegos que generó el concepto de catarsis, te lleva directo y sin escalas a esa efusión sentimental; a ese sentirse parte de algo grande, a ese entroparse con el pueblo –como decía Arguedas – a ese éxtasis: salir de uno mismo y hermanarse con otros, como logró tantas veces esa pléyade de músicos de la generación de Freddie o como ha logrado en estos meses –  salvando las distancias y perdonando la blasfemia, sacerdotes del good taste – nuestra aguerrida selección de fútbol. Honestamente, no lo sé. (A ese estado los creyentes lo llamamos comunión. Pero ese es otro tema).