Venezuela y la posverdad

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Como en el viejo dicho atribuido a un senador norteamericano, la primera víctima de la guerra no declarada entre la Venezuela de Maduro y los Estados Unidos de Donald Trump, ha sido la verdad.

Si fueron o no, medio millón de marchantes que, con camiseta roja, respaldaron a Maduro en las calles de Caracas; o si el camión con ayuda humanitaria fue efectivamente incendiado por orden del mismo Maduro, o fue un montaje (aquí le llamamos psicosocial), de los que abogan por una intervención militar norteamericana; quizás nunca lo sepamos.

Lo que sí sabemos es que estamos ante un escenario explosivo, que una presencia militar norteamericana está muy lejos de ser un buen augurio, pese a la desesperación de quienes, al borde de sus límites, abogan por esa posibilidad; lanzada -irresponsable o premeditadamente- ayer por el autoproclamado presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó.

Uno de los pilares del mundo contemporáneo es la no intervención extranjera en asuntos internos de un estado, algo que los Estados Unidos viola impunemente cada vez que están en juego sus intereses estratégicos. Por eso sorprende -aunque no debería- que, supuestos o autoproclamados liberales, aboguen hoy por una intervención armada y el quiebre de la soberanía de una nación, aun cuando en este momento pocos se atreven a discutir que en Venezuela sí se vive una dictadura. Los peruanos, a pesar de vivir un estado parecido bajo el régimen de Fujimori, no hubiéramos querido la intervención extranjera, aunque sí, la solidaridad y presión internacional a través de mecanismos diplomáticos.

La innegable crisis humanitaria que azota al país llanero debe ser resuelta por los propios venezolanos, quienes a pesar de un régimen dictatorial, han sostenido a Chávez y Maduro por décadas, gracias al desbocado populismo que practicaron. Pero ese es un asunto interno, como lo es el hecho que supremacistas blancos hayan sido los votantes decisivos para la victoria de Donald Trump. Si Maduro está desestabilizando buena parte de América del Sur, USA lo hace con medio globo terráqueo. Y nadie ha osado proponer su derrocamiento desde fuera de sus fronteras.

Lo que cabe en estos momentos críticos, es una activa campaña de persuasión diplomática para resguardar, en primer lugar, la vida de los venezolanos; y en segundo lugar, su derecho a resolver la crisis de manera autónoma, con el apoyo y solidaridad de los países vecinos, pero sin intervención foránea.

Pese a que el respaldo interno de Maduro se limita a los círculos militares y partidarios, directamente beneficiados por el autoritarismo del régimen, no se puede caer en el extremo de ponerse del lado de una intervención militar en el continente, alentada además por representantes de la extrema derecha, como Bolsonaro y Piñeira, y una intensa campaña propagandística desplegada por algunos medios.

Y no olvidemos que buena parte de las penurias que sufren los hermanos venezolanos, fueron causadas por las sanciones económicas de Norteamérica.