Educar y educarnos

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Hace unos años, viví con una tía que decidió poner en alquiler un par de habitaciones  que tenía desocupadas en su casa. Resultó que una de ellas fue tomada por un joven amigo de mi tía que se dedicaba al arte y a la enseñanza.

Mi tía empezó a observar que el joven inquilino recibía constantes visitas de un amigo que se quedaba hasta altas horas de la noche o que incluso, abandonaba la habitación de madrugada.

Tanta era su “curiosidad” que no aguantó y me mencionó el hecho repetidas veces. Por supuesto, ella ya andaba haciendo conjeturas y suposiciones sin poder preguntarme de frente: “¿Es maricón o no?”

Al principio y como esto sucedíó hace más o menos diez años, traté de desviar el tema convenciendo a mi tía de que el joven inquilino tenía amigos hombres, que nada de malo había en eso y que seguramente uno de ellos se quedaba a dormir con frecuencia porque vivía lejos y era más seguro que regresara a su casa con luz de día.

Mi tía terminó entablando una amistad algo profunda con su inquilino. Pronto se dio cuenta de que efectivamente, él era homosexual. Ella no cambió su trato amable y respetuoso, pero tenía muchas objeciones sobre “su forma de vida”. Con algo de fastidio por su actitud negativa le expliqué que efectivamente a él le gustaban las personas de su mismo sexo y que eso no tenía por qué importarnos pues él finalmente no molestaba a nadie con su vida sexual privada. Que había que fijarse más bien en que era un ser humano de provecho que se dedicaba a educar y a alegrar el espíritu de muchas personas a través de su arte.

Hace poco me volví a ver con mi tía y debido al tema del “enfoque de género” escuchamos las aberrantes opiniones de algunos congresistas que fueron propaladas en los noticieros nacionales. Con mucho gusto comprobé que mi tía había cambiado su forma de pensar y que su posición era la de respetar a esas personas que no le hacen daño a nadie y que hay que dejar que vivan su vida. Gran avance de mucha utilidad para la coyuntura actual.

Sin embargo, cuando empezamos a profundizar sobre el tema de la homosexualidad pude identificar una situación que es justamente la semilla de tantas opiniones inexactas. “Es que ellos nacieron en el cuerpo equivocado”, aseguró. Este era el único dato que ella ha manejado, a sus más de sesenta años de edad, como información sobre seres humanos con los que vivimos día a día y que son iguales a todos.

Bajo esta premisa, volvemos al punto de partida clásico y ya casi vicioso cuando se aborda el tema del respeto a las diferencias y que es el caballito de batalla para lucha por la igualdad: la educación que nos falta.

¿Cómo podemos emitir opiniones, formar juicios o tomar acciones frente a aquello que no conocemos ni siquiera de una forma superficial? Es así que cada día, en una era de redes sociales e hiper información y debido a fenómenos comunicacionales que siguen mutando en nuestra rutina, se transmiten conceptos, ideas, estadísticas, testimonios e incluso datos científicos que en su mayoría no son corroborados por quienes los reciben. El mayor ejemplo son los líderes y seguidores de colectivos en contra de la igualdad de derechos de la comunidad LGTBIQ, que en donde los encuentres, repiten la misma tracalada de nociones falsas sobre un tema al que no se han acercado por diversas razones.

Esas razones son las que hay que atacar desde la educación. Y ahí tenemos otro punto de análisis muy interesante: hay temas y materias que se convierten en verdad a partir de la fuente y el interlocutor. Si todas estas personas que se oponen, por ejemplo a la igualdad de género, sólo consideran como verdad aquello que les es transmitido por sus líderes y en ningún momento cuestionan si existe “el otro lado de la historia”, estaremos siempre muy lejos de lograr que las nuevas generaciones se informen.

La batalla contra esta actitud retrógrada que evita y evitará a como dé lugar, que los niños y jóvenes tengan en sus manos y en sus mentes la información correcta parece titánica, pero no es imposible. Todos los que luchamos por la igualdad tenemos que contribuir paso a paso, quizá con la persona que tengamos al lado, aunque demoremos un buen tiempo, unos buenos años. Que el sueño no se desvanezca. La lucha por la igualdad de derechos sigue en pie.