Retablo: más allá de la comunidad de la semejanza

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“Retablo”, inicialmente titulada “El retablo de los sueños”, ha ganado hasta ahora 27 premios en países muy distintos entre sí: Australia, Alemania, Estados Unidos, Ucrania, Polonia, Perú, entre otros. ¿Por qué a públicos tan distintos le ha interesado tanto la trama y la belleza de esta ópera prima? ¿Qué fibras está moviendo en todos sus espectadores? Álvaro Delgado-Aparicio, su director, apuesta por hablar de lo que no se habla, por dejarnos ver por una cerradura lo que sucede entre las paredes de una familia que no es sino la metáfora de una comunidad. Esta película es potente y necesaria porque nos permite conocer problemáticas silenciadas en el Ande peruano y porque entre ellas nos reconocemos, de un modo u otro, todos nosotros.

Para deconstruir la metáfora de “comunidad” que propongo líneas arriba, me apoyo en el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman. En su libro de 2011 Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global, en particular en el capítulo titulado significamente “¿Son peligrosos los extraños?”, Bauman dialoga con algunos conceptos del también sociólogo Richard Sennett, a propósito de cómo se expulsa constantemente a quien se considera un “Otro”.

Bauman explica que todo aquel que sea un “extraño”, un “Otro”, tendrá una subjetividad negada, reconocida únicamente como un “problema de seguridad”. Digamos, como una amenaza constante. Levinas -para Bauman el más grande filósofo francés- se aproxima a la subjetividad-Otra con una palabra más potente: “ética”. Para Levinas ese Otro-amenazante es en realidad un objeto de responsabilidad ética. Para aclararlo emplea una metáfora: al otro, para manifestarles una actitud ética, hay que “borrarle el rostro”. Dicho de otro modo: deshumanizarlo.

Bauman se apoya en una lectura del novelista Jonathan Littell para explicar mejor el espectro y la potencia de esta deshumanización, lo cito: “Los débiles son una amenaza para los fuertes, e invitan a la violencia y el asesinato que los abaten sin piedad” (390). Siguiendo el silogismo, es la falta de piedad lo que definiría la acción moral de los que componen el “nosotros”.

“Retablo”, la primera película peruana hablada completamente en quechua, tiene como trama central el descubrimiento de un “otro” peligroso que, lejos de ser foráneo, es alguien de la comunidad, habla el mismo idioma y es admirado al engrandecer sus tradiciones. Noé (Amiel Cayo), un retablista que se verá descubierto por su hijo, Segundo (Junior Béjar), y por toda la comunidad como alguien que es más débil que cualquiera y a quien se le debe borrar el rostro. Noe tiene una sexualidad compleja: tiene encuentros fugaces con otros hombres y a la vez, desea –o eso parece– a una vendedora de fruta y a su propia esposa, Anatolia (Magaly Solier). De acuerdo a Bauman, ejercer la brutal violencia -como hizo el pueblo con Noé- no sería únicamente un gesto de castigo, sino un intento por alejar lo que es peligroso: lo desconocido. Noé transgrede la “comunidad de la semejanza” y se deja ver como una isla en medio de un mar de uniformidad.

Noé y su cuerpo son agentes que muestran que el deseo de ser “semejantes” no basta para la subsistencia saludable de una comunidad. Es necesario mirarnos unos a otros con mayor profundidad, atender a las diferencias y negociarlas en un esfuerzo por traducir los universos de sentido que pueden ser diferenciados. Esto podría ser una forma de hablar de tolerancia, pero también una forma de hablar de amor. En “Retablo” el único personaje que hace un verdadero esfuerzo por negociar y por salir de la lógica de la semejanza es Segundo, el hijo. Él decide quedarse a cuidarlo cuando Anatolia lo abandona por la vergüenza y el engaño. Al quedarse, Segundo decide ampliar la isla de la diferencia, decide permanecer al lado de quien le enseña a usar las manos para crear otros universos, los retablos. Así, aunque el pueblo se convierte en un espacio espinoso habitado por sujetos que buscan castigar creyendo que esto es clara acción moral, el hijo propone otra salida, que es, a su vez, una entrada al mundo que habita afuera de su comunidad.

Por Andrea Cabel. Publicado en Noticias Ser

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