
Hace un tiempo, un conocido periodista suspendió abruptamente una entrevista e hizo público lo que lo motivó. El entonces congresista Antero Florez Araoz, ahora expepecista, exparlamentario, expresidente del Congreso y exministro, había hecho gala de su racismo. Aunque él ni lo notó. Hablando de la oposición al Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos, se le preguntó si temas como ése no deberían ser sometidos a una consulta popular. A lo que respondió -refiriéndose claramente a los sectores populares- que no se podía consultar ese tema «a las llamas y las piedras».
¿Fue un escándalo entonces? No, fue mucho menor a lo sucedido esta semana en que el congresista Carlos Bruce, reveló por qué había sido incluido el presidente Martín Vizcarra en la blanquiñosa plancha presidencial de PPK. Con desprecio racista, clasista y centralista, dio a entender que el moqueguano fue incluido solamente para contrapesar el hecho de que la plancha traía «puro blanco».
En Arequipa, un excandidato a la alcaldía provincial, Luis Cáceres Angulo, hizo un comentario bárbaro que muchos festejaron y aplaudieron. Según él, «lo que afecta dramáticamente a Arequipa es la migración desenfrenada que hiere su nivel de cultura y tradición».
Y aunque los autores de estas frases y sus seguidores se disculpan o tratan de explicar que no quisieron decir lo que dijeron, lo cierto es que, auténticamente, lo creen. Y muchos se compadecen del lapsus, porque creen que el pecado consistió en ser demasiado sinceros, pero ninguno de ellos cree auténticamente estar equivocado. Su rectificación es solo corrección política.
Ninguno de estos señorones asume verdaderamente su ignorancia. Ellos y otros de su «clase», asumen su «error» como un pecado venial, una falta de «bondad» con los «otros». En el fondo se creen auténticamente superiores, por tener un color claro o haber heredado bienes o fortuna que, en su momento, fueron arrebatados a esos que hoy desprecian siguiendo los dogmas medievales sobre la superioridad del hombre blanco, sin darse cuenta de su propia estupidez.
Así como el holocausto nazi no sirvió para abrir el pensamiento de muchos, el racismo está a la altura de la creencia en las indulgencias que venden los papas y sacerdotes católicos, o la seguridad de ganar el cielo que ofrecen decenas de sectas religiosas a cambio de bienes terrenales que entregan a sus «pastores» quienes viven en la opulencia y muertos de risa. O, más cerca, decir que los «venecos» son todos violentos e indeseables.
Ignorancia pura y pobre nivel de raciocinio en el clasismo peruano.
Si cierto es que estos tres ancianos que tomamos como ejemplo han gozado de privilegios otorgados por su origen accidental, antes que por méritos propios; igualmente cierto es que la educación a la que accedieron les da ventajas que no tuvieron todos los peruanos. Y que, en iguales condiciones, serían ampliamente superados por muchos de esos a quienes insultan erróneamente.
También es cierto que la desgracia de ser pobre en el Perú, no solo es desventajoso a la hora de educarse; también puede causar menor desarrollo intelectual por falta de nutrición y limitadas habilidades sociales por falta de oportunidades.
Y que esa pobreza tiene su origen en el saqueo impune de los antepasados de los actuales señoritos. Que la vileza que perdura hasta hoy provino de quienes, como Francisco Pizarro, el mayor felón de nuestra historia, después de obtener las cientos de toneladas de oro y plata en el opulento «cuarto del rescate» de Atahualpa, le dio muerte sin remordimientos.
Por último, también es cierto que los peruanos racistas y clasistas de hoy, cuya baja estofa proviene de quienes exterminaron poblaciones enteras para repartirse sus tierras, aún se creen mejores porque poseen los espejitos de sus apellidos y sus genes, brillantes y sin valor real. Exactamente opuesto a lo que pregonan sus principios cristianos, útiles para someter a una raza entera que, aun hoy, sufre el despojo.
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