
Es innegable que Arequipa ha sido cuna de grandes acuarelistas, desde inicios del siglo XIX. Existen diversas teorías sobre eso, y varias apuntan a la luminosidad natural que proyecta este escenario; otras, a los numerosos paisajes que rodean la Ciudad Blanca.
Nadie con más autoridad para interpretar el por qué de tantos acuarelistas renombrados nacidos en Arequipa, como Teodoro Núñez Ureta, quien lo describe magníficamente en su artículo “El Paisaje” de 1940.
“Es cosa ya mil veces dicha que el ambiente predispone, incita, obliga. Nuestro ambiente es campo propicio de toda inspiración artística. La ciudad vieja y conventual, con sus muros coloniales, sus callejuelas pintorescas y su paz aldeana, parece invitar a la evocación y al poema.
Y nuestro paisaje, tan a la mano, rodeando la ciudad por todas partes, sirviendo de alegre fondo a todos los caminos, en una permanente incitación a la pintura. De cualquier casa, de cualquier calle, el contacto con la naturaleza es inmediato. Tenemos allí, al alcance del brazo, la campiña verde, y fresca, las montañas familiares recortándose rotundamente en el azul puro e intenso del cielo”
Una pieza fundamental para que la tradición de acuarelistas de Arequipa diera a luz tantos pintores sublimes en su técnica y expresividad, fue la presencia del pintor Fernando Zeballos (1840 – 1900). Si buscamos los primeros indicios de la acuarela en Arequipa, hay que remontarnos definitivamente a la escuela de Fernando Zeballos, afirman expertos.
El clérigo Juan Sebastián de Goyeneche y Barreda le otorgó una beca para que Fernando pudiera viajar a Europa a estudiar y pulir su técnica. Su influencia y enseñanza radica mayormente en Francia e Italia, donde tuvo como uno de sus principales maestros a Mariano Fortuny.
¿Cómo describir a Fernando Zeballos? El maestro universitario Casimiro Cuadros lo describe así:
“Zeballos fue el primero de aquellos tiempos. Pintor que afrontó directamente la naturaleza arequipeña. Gran intérprete de la luz, pero no de la luz producida por el empleo de colores primarios como de cromo, sino luz armoniosa nacida de combinaciones inéditas de colores apropiados”
Un hecho fundamental para que Arequipa permaneciera como inspiración de artistas, a diferencia de la capital. Y es que, hasta mediados del siglo XX, continuaba conservando el encanto de la naturaleza y los paisajes de un pueblo. En cambio, Lima ya venía modernizando su semblante.

Los pintores reinciden en la acuarela, a comparación de otras técnicas de la pintura, porque se presta maravillosamente a plasmar los colores y la nitidez de los paisajes de la campiña. No es casual, la cuarela ya forma parte de la identidad de Arequipa.
A pesar que Zeballos logra implementar un carácter académico a la pintura arequipeña, existen indicios que antes de la República, en Arequipa existían pintores dedicados principalmente a la pintura religiosa, como era usual en aquella época. Queda atestiguado por los lienzos que aun hoy podemos apreciar en la iglesia de Cayma.
Pero es con Zeballos que se inculca la técnica de la acuarela como una forma sencilla y, al mismo tiempo, de gran amplitud de ejecución, para que las siguientes generaciones plasmaran la campiña, y paisajes, desde el realismo, pasando al impresionismo. En parte se puede explicar por el carácter romántico que el paisaje arequipeño presenta a los ojos de los artistas. La necesidad y recelo de Arequipa, por mantener vivas sus costumbres y tradiciones, aporta en demasía al desarrollo de la acuarela, incluso se le llega a denominar como La Escuela Arequipeña.
Aunque la definición de una Escuela Arequipeña es muy arriesgada, ya que eso implicaría que la producción debió reunir una serie de características específicas, sí se puede hablar de algunas particularidades. El pintor Ramiro Pareja explica:
“Una escuela significaría que hubo unos principios, unas ideas, unas bases, sobre las cuales todo el mundo trabajó en cosas en común. Es decir, conceptualmente hay una comunión en una escuela, y eso no ocurría, nunca ha ocurrido (…)
El común denominador en los pintores más viejos era retratar las bondades y las bellezas naturales de la tierra, del paisaje arequipeño. Los pintores que venimos después, si bien es cierto que hay un gusto por los paisajes arequipeños, pero no es con la actitud de los antiguos de exaltar el terruño, sino como un ejercicio producto de lo que nos ofrecía la realidad próxima, y trabajábamos sobre esto, de hecho yo muy pronto he tenido un desapego total sobre ese tipismo, sobre ese naturalismo vernáculo”
A pesar que no se haya consensuado en estas últimas décadas sobre la existencia de una Escuela Arequipeña, se resalta los magníficos cuadros producidos durante esta revaloración de la acuarela como técnica; y aun cuando se usara otra técnica pictórica, predomina la vivacidad de los colores, la transparencia y calidez de los tonos.
En conclusión, los acuarelistas dejaron un invalorable legado pictórico que la ciudad conserva.
(Datos extraídos del libro Acuarelistas Arequipeños de Omar Zevallos)
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