Vivo relativamente cerca de las sedes donde se desarrolla el Hay Festival. Pero la mañana del domingo la pasé corrigiendo mi reporte anterior, y se me pasó la hora. Como me habían recomendado especialmente acudir al conversatorio sobre Ribeyro, tuve que tomar un taxi para tratar de llegar a tiempo. Le dije al conductor que volara.
Afortunadamente el tráfico dominical es ligero y llegamos con las justas al CCPNA; una vez dentro un amable asistente me informó que se había cambiado la sede del evento —alguien dirá “y a mí qué me importa”; es que tengo que llenar una carilla, y en eso estoy—. Resignado caminé hasta la Casona Tristán del Pozo, donde uno de los barbudos participantes del coloquio ya terminaba la primera ronda de intervenciones. El local estaba repleto y no fue fácil encontrar un lugar donde pararse.
Entonces Giovanna Pollarolo anunció que tenía que partir, o si no perdería el avión. Su corta intervención se centró en una novela que acababa de leer y que la deslumbró: Los geniecillos dominicales. Dijo que se trataba de un libro precursor de la novela realista y que tuvo mala suerte, pues fue pésimamente editado en la colección de Populibros, lo cual deprimió a Ribeyro —me disculparán que no cite textualmente, pero se me hacía difícil escribir de pie y casi no entiendo lo poco que anoté—.
Antes de irse Pollarolo pidió, rogó, que se reedite el libro. En esto creo que ella se equivoca, porque aparte de las antiguas ediciones de Populibros y de Milla Batres, he visto (y las tengo) otras dos ediciones distintas y más recientes de Los Geniecillos.
Fernando Iwasaki tomó la palabra. Indicó que Ribeyro entró en su vida a través de sus cuentos, con los que tenía una relación especial; tanto así que uno de sus tesoros es la primera edición de Los gallinazos sin plumas.
Para Santiago Gamboa el libro más entrañable de Ribeyro es La tentación del fracaso —a propósito, ¿han notado que en la edición conmemorativa, el prólogo de Gamboa es reemplazado por uno de Vila-Matas?; yo prefiero el de Gamboa: es más sustancioso— y evocó que Ribeyro le había dicho que escribía todos los días en su diario, aunque sea una frase.
Mencionó también que el boom fue cosa de novelistas, y que Ribeyro, esencialmente cuentista, no sacó gran provecho de él. Dijo que con los cuentos de Ribeyro se podía formar una teoría del chasco, porque en ellos alguien siempre espera algo que finalmente no sucede.
Era el turno del público asistente. Una feminista señaló que no había mujeres protagonistas en los cuentos y preguntó si Ribeyro era misógino. En respuesta, Iwasaki le recordó al personaje femenino de Silvio en El Rosedal, reprochando además la tendencia a censurar todo lo que no sea políticamente correcto. Al final el hijo de Ribeyro, que estaba entre los panelistas, comentó ciertos impases entre su padre y Vargas Llosa.
Hay Festival: Auserón y la influencia cubana
Más tarde, a las 12 del mediodía, Santiago Auserón y Pelo Madueño sostuvieron una charla en el Teatro Municipal, y yo estuve ahí. Quedó confirmada la grata impresión que el español me causó la víspera. Empezó alabando la versión que La liga del sueño hizo de Semilla negra (una canción de Radio futura) en ritmo afroperuano.
Añadió que le había impactado. Y es que Auserón se considera a sí mismo “un paria musical” que se ha esforzado por “entender el aporte rítmico y emocional de la música de los negros”.
Es un hecho: el jazz y el rock, música creada por los negros americanos, se ha impuesto en España. Pero Auserón dice que la influencia africana en la Península se remonta más atrás, cuando España estaba dominada por los musulmanes y “había negros en Sevilla, Huelva, Cádiz”. Él ve “paralelismos entre el rock y el son: surgen de la semilla africana, van del campo a la ciudad y fabrican poesía a partir de la vida cotidiana”.
En algunos momentos de la conversación se abusó de los tecnicismos (“el influjo en la franja atlántica es binario”), al menos para quienes no tenemos un conocimiento especializado en teoría musical —así como para otros asistentes que pudieron sentirse desconcertados cuando se refirió al “giro lingüístico”—.
Auserón sentenció que “en el medio urbano la canción es un medio de resistencia” y criticó ciertos géneros musicales de moda entre la juventud: “el ritmo no puede ser una obligación reiterada, eso crea aburrimiento, sometimiento”. Con respecto a la fusión musical, dijo que la worldmusic es “una sopa”. Y es cierto, hay comerciantes que van por el mundo cazando sonidos exóticos; pero la verdadera fusión no sale de ahí, ella nace de “procesos históricos”.
Así el Hay Festival 2019 terminó para mí. ¿Y qué fue de Ricardo Morán, Gastón Acurio y Renato Cisneros? Bueno, para otra vez será.
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