Más allá de lo que haya hecho y no haya hecho el gobierno de Evo Morales la causa del desconocimiento de su autoridad como presidente y, a la larga, su alejamiento de este cargo, tiene como causa fundamental el racismo. Los rostros de los manifestantes en las calles de algunas ciudades de Bolivia y aquí en Lima contra Evo Morales eran y son de blancos y blanquiñosos, y sus exclamaciones más frecuentes entre ellos son: basta de indios en la presidencia, a la m… con ese indio.

El revoltijo que una parte de la burguesía y la pequeña burguesía blancas han organizado en Bolivia para recuperar el control de este país se ha basado en su fobia virreinal e hispánica contra los indios para terminar con la presencia de uno de ellos en la presidencia de la República.
Se explica, entonces, por qué una cara de la campaña contra Evo Morales en Bolivia se haya dirigido a tratar de convencer a ciertos intelectuales de la pequeña burguesía de que aquél no luchaba por los ideales de los indios y, en particular, de la comunidad aimara, una táctica propia del golpismo blanco para erosionarle el piso a Evo y a su partido entre los aimaras y los quechas. Algo similar sucedió en el Perú con ciertos movimientos estudiantiles pretendidamente izquierdistas que se enfrentaron al gobierno de Velasco pretextando que no era tan izquierdista como ellos. La verdad fue que estos grupos respondían al plan de la oligarquía para crear con ellos un frente de ataque a ese gobierno progresista y dejar sin efecto la reforma agraria, los nuevos derechos sociales y la intervención del Estado en la economía.
Hasta antes de la conquista hispánica, la población de los territorios que luego conformaron América Latina era totalmente india. Los conquistadores y la administración real de España y Portugal la estigmatizaron como una casta inferior, le negaron toda posibilidad de educación y la explotaron hasta el aniquilamiento. Correlativamente, su exclusión de la política fue absoluta. Y este modelo de discriminación fue heredado y continuado por las minorías feudales blancas que dominaron la república luego de la independencia.
Ha sido, por lo tanto, algo excepcional, que la comunidad india sólo haya tenido dos exponentes que llegaron a la presidencia de la República: Benito Juárez en México y Evo Morales en Bolivia, dos prohombres que honran a sus pueblos y a la hermandad mayor de América Latina.
¿Qué hizo de bueno Benito Juárez para que los mexicanos lo quieran tanto?
Quienes no lo sepan que se den el trabajo de revisar las páginas de la historia de este país.
¿Qué ha hecho de bueno Evo Morales?
Nada menos que dar los primeros pasos para sacar a Bolivia del subdesarrollo económico con un 4% de crecimiento anual del PBI y tratar de llevarla a la modernidad, defender los recursos naturales como un bien preciado de la nación, elevar la calidad de vida de la población, reducir el nivel de pobreza extrema del 60% al 35%. No afectó al capitalismo, pero lo reguló con una moderada intervención del Estado. Su gobierno no persiguió políticamente a nadie y llegó al poder por elecciones. Ni él ni sus colaboradores incurrieron en hechos de corrupción. Su intención de permanecer en el poder no apeló al golpismo, sino a la decisión de los electores. La misión de la OEA en Bolivia no ha podido decir cuántos fueron los planillones pretendidamente fraudulentos que dijo conocer ni cuál fue el porcentaje de los votos nulos.
Sí, claro, dirían sus rabiosos opositores que vivieron bien durante su gobierno, que nada les faltó. Su única objeción: es un indio y basta.
Y, a ese indio, posiblemente, sus rabiosos opositores no se hubieran contentado con arrojarlo del palacio Quemado (el palacio de gobierno en la plaza Murillo). Por su agresividad y cólera es posible suponer que no habrían parado hasta hacerlo colgar de un poste en esta plaza, como hizo la poblada, agitada por la oligarquía o la rosca, cuando en julio de 1946 irrumpió en el palacio de gobierno desguarnecido, sacó a rastras al presidente Gualberto Villaroel, un militar progresista, y a tres de sus colaboradores inmediatos, los acuchillaron y luego los colgaron en los faroles de esta plaza.
Se comprende entonces por qué Evo tuvo que salir de La Paz y asilarse en México. El gobierno del Perú no ha dado una explicación de su rechazo a permitir que el avión mexicano circulase por el territorio nacional para sacarlo de La Paz, complicidad de taimado racismo, evidentemente, que el silencio diplomático ha amplificado.
Carlos Meza Gisbert, un blanco con una pizca de mestizo, su contendor en las recientes elecciones presidenciales y uno de los presuntos promotores de este golpe de Estado, pertenece al Movimiento Nacionalista Revolucionario. Fue vicepresidente de la República con Gonzalo López de Losada, elegido en 2003, y cuando este renunció luego de haber hecho matar a unos sesenta y cinco manifestantes y herir a unos cuatrocientos, asumió la presidencia de la que también tuvo que renunciar en junio de 2005 por la disconformidad popular y su inepcia para adoptar decisiones de importancia para el pueblo boliviano. Fue el Movimiento hacia el Socialismo el que lo forzó a dejar el poder, lo que denuncia el revanchismo de este político con el alma reencarnada del corregidor Areche con una pizca de la mente del curaca Pumacahua.
Y allí lejos, en la planicie de Santa Cruz, otro político blanco, burgués y rico, en cuyo corazoncito titila un oscuro fulgor independentista, pedía también la cabeza de Evo, exaltado por sus pares de su misma condición que podrían comprar y vender indios si tuvieran un poco más de poder.
Bolivia tiene actualmente unos once millones de habitantes, de los cuales alrededor del 60% es de raza india; los mestizos, en su mayor parte de caracteres raciales o culturales indios, llegan a un 30%. Los blancos y blancoides son sólo un 10%.
Estimulado el sentimiento y el orgullo de la indianidad por la acción y el ejemplo de Evo Morales es posible que el próximo devenir de la política en este país retorne a este cauce.
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