El Congreso que elegiremos el próximo 26 de enero podría dejar el camino llano para mejorar el sistema político y judicial de nuestro país… o podría llevarnos al abismo, pese a que el periodo en funciones será corto. ¿Se imaginan congresistas aún peores que los del disuelto Parlamento? No es imposible, pues vamos a elegir con las mismas reglas de juego que permitieron la elección de congresistas con prontuario o que otorgó amplia mayoría a una agrupación que obtuvo solo un tercio de las votaciones.

Luchar contra un sistema electoral defectuoso no es fácil; pero, al menos, habría que hacer el intento. En primer lugar, debemos tener en cuenta que cuando emitimos nuestro voto, por lo primero que estamos votando es por la agrupación política, aun cuando hacemos uso del voto preferencial. Cada aspa colocada sobre un símbolo contribuye a que ese partido llegue al Congreso. Aquí, por ejemplo, está la oportunidad democrática que tenemos como ciudadanos de cerrarle la puerta a aquellas agrupaciones que hicieron un pésimo papel en el Congreso que fue disuelto en octubre pasado. En segundo lugar, votar en blanco no es una alternativa de la que se pueda esperar buenos resultados, aun cuando está permitida. Recordemos que, para la repartición de curules, esos votos no cuentan y, a la larga, favorecen en el número de escaños que recibe el partido de mayor votación.
Para colmo de males, un 70% de postulantes ya son caseritos de las elecciones; es decir, más de lo mismo. Sin embargo, aún hay un 30% por conocer. A sacar la lupa se ha dicho.
(Publicado en Correo Arequipa)
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