Viento Angular (Poesía)

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Por: Carlos Alberto Montes Arias

Trabajo ganador del premio Poesía en la VII Edición del Concurso Literario El Búho, Arequipa, 2018

VIENTO ANGULAR

/Uno/

No ha nacido aún  quien de una piedra  pueda moldear otra piedra.
Quien redibuje su corazón sin acudir a los lápices de la infancia. Quien eleve  su estrella lanzándose al abismo de  sus huesos y  halle entre  las cenizas del alba una lágrima sin memoria.
Quien se arranque  por los dientes los golpes del alma.
Quien confiese su usura de silencio y en fausta penitencia camine con su lengua altiva, azotándose con  su palabra.
 
Para ellos, agua y pan  de la mano húmeda del tiempo, para ellos: 
Los que no nacen para no ser  nombres que mueren sin ser escritos. Los que bajan la voz para ser oídos.
Los que juran por su vida con la muerte  en los párpados.
 
Yo callo y oprimo mi corazón para hablar de la esperanza, porque los latidos son ausencias  amordazadas  y mi silencio se oye a más distancia.
¿En qué orden van las lágrimas por el rostro de quien llora en primavera su flor malhadada?
Llegan las preguntas como pájaros perdidos en la próxima ciudad a la noche.

/Dos/

El extraño que me mira con su  transcrita pena humana,
lávase el reverso de  su mirada en  su silencio acuoso.
La luz  es un pájaro herido en el desierto de sus arrugas:
Ya se hacen lentas las lágrimas por su rostro. El otoño es un invitado que toca desde adentro y  ya no huye del tiempo, porque  es inútil  huir de uno mismo.
 
El extraño que me mira con sus ojos prestados de la muerte, tómase el pelo como quien acaricia su infancia.
Se pronuncia en hordas su perfil sediento y en la orfandad  de sus ocasos humedece un pan  en algún recuerdo:
Cuando no era necesario subir la mirada para ver el cielo
ni hablar del acero para hablar de libertad.
 
Ha orado tanto sentado sobre sus años que su sombra quedó adherida a su tristeza.

/Tres/

Hoy amo lo que para odiar he llamado: Mis manos han penetrado el color oculto del alba.
Mi pecho se ha  desprendido en  hojas como sacudido por un otoño fantasma y es mi mirada una antología incompleta  de la muerte.
He arrancado de mis ojos  la semilla negra del grito.
Mi sombra se ha quitado su  mordaza y habla del secuestro de las transparencias. Aún creo que la palabra es  la raíz del corazón y  la memoria  una habitación  de luces desveladas.
 
Vi madres enterrando sus sonrisas.
escribiendo interminables  oraciones  sobre sus  hambres: saciándolas.
Quemando sus cabellos entorno a fogatas amnésicas.
Vi la deserción del crepúsculo, la calcificación de la música. Vi la resignación  de los pretendían disfrazar su vejez  mas fueron descubiertos por su acento.
 
Si con retroceder se puede ir lejos y con  irse volver, vuelvo a mi origen primitivo de luz a través  del pájaro que canta  desde  la oscuridad.
 
Así es el amor por las cosas que se llaman para odiar.

/Cuatro/

Como el viento que tropieza con  la piedra ajena, he irrumpido   en mi  memoria como un animal extraño. 
He bajado de mi paso solo para abrigar el frío de los desconocidos. Para curar al pájaro de   fuego de la mordedura de las cenizas. Para atestiguar la repatriación del alba a sus senos minerales.
 
Desciende de cruz el día y duelen las raíces, duele  la fronda   de los años: Porque a veces somos como una estrella  cuyo exilio es caer   como  pluma y el peso de una espada.
A ninguna hora están tan  trasnochados los dientes, ni son tan lejanas las manos a la boca, ni son tan flacas las orejas del prójimo, ni están tan cansados los panes; como cuando las plegarias desabridas son el plato principal  de la mesa.
Con el corazón  demorando el paso, descubro que no todas las piedras con las que tropecé me pertenecen.

(Cinco)

Como quien no quiere avivar la herida, el viento pasa por sobre la hoguera. Son las veces en que las rosas se duelen su no suerte de estrella.
Lloran los que caen del altor de sus pies, los que tienen que elegir entre la luz o los ojos, llora el hombre y se enjuga con otro hombre.
Y como quien ama  se arma el  hombre contra el hombre.
Como quien           abraza, ahorca. Como  quien  besa, muerde.
Como quien           alberga, acecha. Como quien da la mano, empuja. Como quien calla, grita.              
 
Hace frío al final de cada palabra de despedida. El mar se abriga en su recuerdo de agua dulce. Nadie sabe lo que pisa hasta que alguien calla.
Un hombre ha caído a sus adentros, se agrieta el aire. Una canción alumbra al mundo.
 
La eternidad se ha mudado a otro silencio. Desciendo de la cima de mi voz.
Y como quien abrazo, ahorco. Como quien beso, muerdo. Como quien albergo, acecho. Como quien doy la mano, empujo. Como quien callo, grito.                                                                                                                                                                
Como quien no quiere avivar la hoguera, el viento pasa por sobre la herida.

/Seis/

A veces veo al dolor como un pájaro sin esperanza:
Espejo alado,  captura  de perfil  mis fantasmas.
Sueño con la pobreza lamiéndome el rostro y paisajes invisibles creciendo en tus manos. Ya nadie duda que la noche tiene la apariencia de una promesa no cumplida. Solo hay perfección en lo desconocido.
Voy descalzo hacia  mi vejez, y no sé si me pesan más las preguntas o las respuestas que no he hallado. Soy el que da forma al alba en el pecho, el que habla de la muerte como de una vieja amiga.
 
Quién  aligera  de mi corazón el acero del olvido y las lágrimas de las madres  que asisten al funeral de sus  hijos desde el otro lado  de la frontera. 
¡Alguien! 
¡Quien sea!
El que habla con las flores sobre las espinas de los hombres. El que habla con las serpientes  sobre los brazos  de los hombres. El que habla al mundo mirándose a los ojos.
 
Alguien que oiga su voz en el silencio de mi palabra, que me preste su mano para estrechar a la mía.
 
Voyme pues  hacia el dulce desengaño de las arrugas,  entre la ebriedad de los cuchillos de la memoria.
Voyme con el rostro de mi madre como único equipaje,
ardiendo como la última lluvia del atardecer.
Voyme angular, cantando de arriba hacia abajo con mi coro de sombras entrando hacia afuera.

/Siete/

Aborrezco  a los que auscultan su pájaro agorero en el árbol que jamás conoció la noche, porque cayó del pensamiento entre la luz y las lágrimas.
 
Ya solo existo en el frío que se anticipa al olvido.
La estrella más alta ha caído por el seno roído de una madre: nadie se sirve de su  carne apagada.
La vejez del hombre es el júbilo del tiempo. A cierta edad es preciso cuidarse la espalda de los ojos, de la voz nocturna de los huesos y del  filo de la lluvia sobre las telas viejas del corazón.
Con los años el paisaje se hace diferente hasta de la misma altura.
Otro dice eso que callo. Otro es al que callo como al invierno  de los adioses comparado solo a los adioses en  invierno. 
Los pájaros descubren que son la ciudad y la noche.
El extraño prescinde de los ojos de la muerte.
Las madres hablan de cosechas infecundas.
Los vientos optaron por vagar bajo el subsuelo de  los sueños.
Alguien recuerda una vieja canción y es más bien una forma del olvido. Sigue la perfección en lo desconocido.
 
Todos  toman una piedra y moldean su imagen, una lágrima, un pájaro, un astro, un corazón, un instrumento de medida para  el silencio y la memoria, un poema.
 
Menos una piedra.
 

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