¿Quién no conoce a alguna celebridad, aunque sea de vista? Yo, por ejemplo, de niño vi a Juan Pablo II, erguido en su papamóvil. No obstante, sea porque me encontraba distraído —apretujado entre una multitud que agitaba banderitas— o porque el bendito vehículo pasó muy de prisa, sólo alcancé a verle la espalda, o al menos ése es mi recuerdo, lo cual ya es algo… En el Hay Festival también pulularon celebridades a las que contemplé con curiosidad y escuché con interés. Confieso que no acostumbro asistir a este tipo de eventos, pero El Búho me lo encomendó (tal parece que no había nadie mejor a la mano). Por lo demás, era una oportunidad para olvidarme de una coyuntura política que, según el cristal con que se mire, o representa una gesta purificadora o nos coloca al borde del abismo.

El jueves 7 de noviembre no pude acudir a ninguno de los eventos. Sin embargo, debo consignar que, en el Teatro Municipal, a las seis de la tarde, el astrobiólogo Lewis Darnell dio una conferencia que (me han dicho) estuvo interesante; y que más tarde, a las 8 de la noche, tres poetas se reunieron en el Centro Cultural Peruano Norteamericano (CCPN) para hablar sobre un libro de Odi Gonzales. Aunque no me consta, estoy seguro que el público salió satisfecho de ambos eventos.
El viernes estuve presente en un conversatorio entre Carmen Escalante, Bruce Mannheim y Odi Gonzales. Todo ocurrió a las 10 de la mañana en el CCPN. El tema: la escritura quechua. Mannheim indicó que el quechua y el resto de lenguas originarias de América (a excepción del maya, digo yo), eran orales, y que sólo adquieren una dimensión escrita al entrar en contacto con el castellano. Para Gonzales el quechua no está en trance de desaparecer —pues las nuevas tecnologías han favorecido su difusión—, aunque sí está siendo desnaturalizado por quienes tratan de ajustarlo a la sintaxis castellana. Sus argumentos en pro de mantener la “pureza” del quechua no me convencieron, pero ¡qué más da! Ellos son los expertos y yo un simple diletante.
A las 8 de la noche estaba de vuelta en el CCPN para otro conversatorio, esta vez filosófico, entre Pablo Quintanilla, Pablo D’Ors y Santiago Beruete. La moderadora propuso varios temas que los participantes desarrollaron. A decir verdad, el arequipeño Quintanilla se mostró más solvente que sus contertulios españoles (o al menos ésa fue mi impresión). Y es que la meditación y la búsqueda del contacto con la naturaleza más parecían formas de evasión, intentos de apartarse del tantas veces insoportable prójimo. Quintanilla, por su lado, se decantaba por comprender a nuestros semejantes —que no es lo mismo que tolerarlos—, en particular si estamos en desacuerdo con ellos.
Poco antes de la 10 de la noche avisté una larga cola en dirección al Teatro Municipal. Es que Lol Tolhurst, exintegrante de The Cure, se presentaba allí. Durante la primera media hora habló acerca de su vocación y de los inicios de su carrera musical junto a The Cure. “La música —dijo— es una sanación, la cura”. Mencionó que las principales influencias musicales del grupo fueron The Clash y el álbum Low de David Bowie. A continuación, junto a una banda de apoyo, y tras reafirmar que la música lo salvó, Tolhurst tocó, entre otros temas, Boys don’t cry y Killing an arab.
El sábado, a las 10 de la mañana, el patio de la Biblioteca Mario Vargas Llosa estaba abarrotado, pero hallé asientos vacíos —aquellos donde los rayos del sol caían directamente—. Así, en medio un calor insufrible, escuché a Xavi Ayén, especialista del boom, hablar de Mario, de Gabo, de Barral y de Balcells. Ayén considera que La ciudad y los perros fue el inicio cronológico del boom, un fenómeno que sólo se consolida con la publicación de Cien años de soledad. Afirma que sólo 3 o 4 de los escritores se volvieron millonarios, lo que generó los celos del resto. Dijo que Cortázar se mantenía al margen porque rechazaba el cariz mercantilista del boom, y comentó, jocosamente, que Donoso escribió su Historia personal del boom para asegurarse de quedar incluido en él. Ayén proporcionó todavía más chismes, para placer de los concurrentes.
A las 12 del mediodía, en el Teatro Municipal, la doctora Kathryn Mannix habló acerca del buen morir. Dijo que en general el paciente incurable es generoso, porque “está más preocupado por lo que su familia va a ver, que por lo que él va sentir”. Lo mejor, aseguró Mannix, es no evitar el tema. Hay que tratar de solucionar las diferencias antes que de que acontezca lo inevitable. Según ella, habría que retomar una costumbre de antaño: que el paciente fallezca en su casa, entre los suyos y no, como se ha impuesto ahora, en un frío hospital.
A las 4 de la tarde, en el auditorio del CCPN, el filósofo Anselm Jappe empezó diciéndonos que es “alemán sólo de pasaporte”. En el transcurso de una hora citó al menos una docena de veces a Marx, e incluso nombró a Freud. Para Jappe, la caída del Muro de Berlín no representa el fracaso del comunismo, sino del “capitalismo de Estado”. Él no cree en la democracia representativa, prefiere la democracia asamblearia —claro, la vida política se desarrollaría mejor sin el Parlamento, molesto intermediario entre el Poder y el Pueblo—. Y todo esto sucedía en medio de los aplausos de los asistentes… No obstante, lo más pintoresco ocurrió cuando Jappe aconsejó suprimir los coches. Al final, felizmente, un irritado espectador intervino y lo zamaqueó.
A las 6 de la tarde, en el Teatro Municipal, Orhan Pamuk habló de su novela La mujer del pelo rojo (la cual admito no haber leído). En alusión al título dijo que en Turquía una pelirroja representa algo terrible: una mujer que se tiñe el pelo con ese color está retando a los hombres. Sostuvo que, a estas alturas de su carrera, él se siente más un historiador: “Salirme de mí mismo; tratar de identificarme con personas socialmente diferentes de mí”. También reflexionó acerca de Sófocles (“Edipo viola todas las reglas, sin embargo, lo comprendemos”), de la deriva autoritaria de Turquía (“A la gente le gusta la autoridad”), pero lo más interesante para mí fue cuando comentó que “el turco es un idioma diferente, funciona con sufijos, el verbo está al final de la frase”. Explicó que en turco normalmente se emplean frases muy largas, lo que aumenta las dificultades que enfrentan los traductores.
A las 9 de la noche regresé al Teatro Municipal, pues se presentaba “Juan Perro”, es decir, Santiago Auserón, el exlíder de Radio Futura. Yo lo había perdido de vista tras la separación del grupo y, como otros, creí que en su presentación tocaría temas de su antigua banda. Fue diferente a lo que esperé y salí fascinado. Él sólo necesitó de su guitarra para ganarse a un público un tanto despistado.
El domingo por la mañana acudí al conversatorio sobre Ribeyro. Debido a los cambios en la programación llegué tarde a la Casona Tristán del Pozo. El local estaba repleto y no fue fácil encontrar un lugar donde pararse. Luego de que uno de los barbudos participantes terminara la primera ronda de intervenciones, Giovanna Pollarolo anunció que tenía que partir, o sino perdería el avión. Su corta intervención se centró en una novela que acababa de leer: Los geniecillos dominicales.
Entonces dijo que se trataba de un libro precursor de la novela realista y que tuvo mala suerte, ya que fue pésimamente editado, algo que deprimió a Ribeyro —no cito textualmente porque se me hacía difícil escribir de pie y casi no entiendo lo que anoté—. Antes de irse Pollarolo pidió, rogó, que se reedite el libro y en esto creo que ella se equivoca, pues aparte de las antiguas ediciones de Populibros y de Milla Batres, hay otras dos ediciones distintas y más recientes de Los Geniecillos. Enseguida Fernando Iwasaki tomó la palabra para indicar que Ribeyro entró en su vida a través de los cuentos, con los que tenía una relación especial; tanto así que uno de sus tesoros es la primera edición de Los gallinazos sin plumas.
Para Santiago Gamboa el libro más entrañable de Ribeyro es La tentación del fracaso —a propósito, ¿han notado que en la edición conmemorativa, el prólogo de Gamboa es reemplazado por uno de Vila-Matas?— y evocó que Ribeyro le había dicho que escribía todos los días en su diario, aunque sea una frase. Mencionó que el boom fue cosa de novelistas y que con los cuentos de Ribeyro se podía formar una “teoría del chasco”, porque en ellos alguien siempre espera algo que finalmente no sucede.
Luego, a las 12 del mediodía, Santiago Auserón y Pelo Madueño sostuvieron una charla en el Teatro Municipal y yo estuve ahí. Quedó confirmada la grata impresión que el español me causó la víspera. Auserón se considera a sí mismo “un paria musical” que intenta “entender el aporte rítmico y emocional de la música de los negros”. La música de los afronorteamericanos (el blues, el jazz, el rock) se ha impuesto en España, pero la influencia africana en la Península se remonta a la época del dominio musulmán, cuando “había negros en Sevilla, Huelva, Cádiz”. Auserón ve “paralelismos entre el rock y el son: surgen de la semilla africana, van del campo a la ciudad y fabrican poesía a partir de la vida cotidiana”.
Sentenció que “en el medio urbano la canción es un medio de resistencia” y criticó ciertos sonidos de moda entre la juventud: “el ritmo no puede ser una obligación reiterada, eso crea aburrimiento, sometimiento”. Con respecto a la fusión musical, dijo que la worldmusic “es una sopa”, porque la verdadera fusión nace de “procesos históricos”.
¿Y qué fue de Ricardo Morán, Gastón Acurio y Renato Cisneros? Bueno, para otra vez será.
Síguenos en nuestras redes sociales: