Dos oficios que se rehúsan a desaparecer

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La aceleración del mundo moderno es fascinante, la industrialización masiva de objetos es impresionante. Pero no deja de ser cruel. La transición que estamos viviendo es nostálgica para todos los nacidos en el siglo pasado. Hoy, por ejemplo, oficios que solían ser comunes, se están desvaneciendo.

Quien camina por las calles más transitadas de Arequipa, puede apreciar vestigios históricos que se han mantenido gracias a la continua restauración; pero mientras más nos alejamos del centro, nos encontramos con ese mundo acelerado, en el que la gente camina directamente hacia un objetivo, casi mecanizado. En el mercado de el Palomar, por ejemplo, la actividad es constante: ambulantes, amas de casa, comerciantes, se desplazan con rapidez y, sin embargo, si uno observa un poco más, se da cuenta que en la esquina del primer semáforo, de 9 a.m. a 4 p.m. se encuentra Don José Santos. Zapatero, desde hace 40 años.

–              “Yo hago con calma los encargos de la gente, la gente ya me conoce, yo vivo en Hunter, pero me gusta trabajar aquí, ya me he acostumbrado”.

A sus 78 años, José recuerda a su “papacito”, como llama a quien tenía el oficio de “ojotero” y le enseñó. Es de Puno, pero desde que se enlistó en el Ejército durante el gobierno de Velasco, reside en Arequipa. Aquí es donde le ayudaron a perfeccionar su técnica.

– “Yo soy chofer, pero me gusta trabajar con zapatos, es más tranquilo y hay más amistad, puedo conversar con la gente, hasta personas extranjeras me visitan”.

Sus dos hijas se preocupan con justa razón por su padre. Le han dicho que viva tranquilo con ellas, pero Don José desea seguir trabajando. A él no le preocupa que este oficio que realiza con amor y tranquilidad, desaparezca, porque tiene fe en que la gente seguirá necesitando de alguien que pueda arreglar, hacer, reforzar un zapato. Y eso no lo hacen las empresas.

Si nos alejamos un poco más de la ciudad, logramos divisar aún las campiñas que oxigenan la ciudad. Los antiguos la recuerdan como grandes parcelas donde existían más manos que trabajaran con la tierra. Don Genaro Choquepuma Achiri creció junto a los hermanos mercedarios, luego de quedar huérfano de padre.

–              “Yo tenía 18 años y tuve dos maestros cusqueños, Javier Concha y Augusto Caballero”

Así, recuerda mucho a la sastrería Oporto que se ubicaba en la calle Mercaderes. Asegura que nunca hubo trajes como los que allí se hacían.

–              “Lo que caracteriza mejor a un sastre es que conozca bien el cuerpo del hombre y la mujer. Hay hombros cuadrados, hombros rectos, hay que medir constantemente para que le quede bien”

Don Genaro le ha confeccionado trajes a más de dos mil personas en su vida, aunque él no siempre quiso ser sastre. Su talento se inclinaba hacia la tierra, pues podía hacer crecer diversas plantas en climas difíciles. Si no fuera por sus amplios conocimientos ayudando desinteresadamente a dueños de parcelas, él se hubiese regresado a su ciudad natal: Cusco.

Actualmente su residencia también es su local, ambientado a la antigua, con un radio viejo, unos anaqueles de vidrio. El mercado 15 de agosto del distrito de Paucarpata aún observa la permanencia de un sastre que, con 86 años, no le falla la vista, quizá el oído, pero lo demás se encuentra bien, incluyendo el corazón. Un corazón que aun sueña con encontrar a una muchacha que le quiera con paciencia y ternura, un amor a la antigua.

Quedan pocos sastres y zapateros. Ambos coinciden en que el amor al oficio, la paciencia y la tranquilidad caracteriza un buen acabado. Si visita a cualquiera de ellos, quedará no solo satisfecho, sino también regresará a casa con una sonrisa en el rostro; por haber sido escuchado atentamente y por haber sido tratado con respeto.

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