Lectura Archives - El Buho http://localhost:8000/elbuho/seccion/lectura/ Mon, 14 Mar 2011 00:00:00 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.0.2 http://localhost:8000/elbuho/wp-content/uploads/2022/10/favicon.png Lectura Archives - El Buho http://localhost:8000/elbuho/seccion/lectura/ 32 32 Gustav Mahler, a cien años de su muerte http://localhost:8000/elbuho/2011/03/14/gustav-mahler-a-cien-anos-de-su-muerte/ http://localhost:8000/elbuho/2011/03/14/gustav-mahler-a-cien-anos-de-su-muerte/#respond Mon, 14 Mar 2011 00:00:00 +0000 http://localhost:8000/elbuho/?p=195 Oír una de las sinfonías de Mahler -una de ellas alcanza la hora y media, el primer movimiento dura aproximadamente treinta y cinco minutos-, es poco menos que imposible en una época que corre tan de prisa, infectada además de ritmos groseros capaces de echarnos a perder el oído en lo que dura un viaje […]

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Oír una de las sinfonías de Mahler -una de ellas alcanza la hora y media, el primer movimiento dura aproximadamente treinta y cinco minutos-, es poco menos que imposible en una época que corre tan de prisa, infectada además de ritmos groseros capaces de echarnos a perder el oído en lo que dura un viaje en combi. Aunque dé pena decirlo, la música de Mahler, cuya orquestación supera por momentos lo hecho por Beethoven o Wagner, corre el riesgo de quedar sepultado en el más silencioso de los olvidos. Y en el más injusto.

Gustav Mahler, nacido un siete de julio de 1860 en territorio austriaco, es considerado (a la par de Beethoven y Brahms) genio del Romanticismo. Aunque en su caso cabría hablar de un Romanticismo tardío, pues lo que llenaba los teatros en los albores del siglo XX iba más por el lado de la Vanguardia (las primeras piezas de Stravinski comenzaban a llamar la atención del público tanto como de la crítica; simultáneamente, Jean Sibelius apostaba por la simplificación de la sinfonía, justamente lo contrario de lo que proponía el compositor austriaco).

Sin embargo, Mahler persistió en la vieja estética pero llevándola a una complejidad tan llena de matices, capaz de reunir en una orquesta treinta instrumentos diferentes, incluidos la mandolina o el armonio, poco frecuentes hasta en la más ambiciosa de las sinfonías. Las diferentes líneas musicales que lograba acoplar en contrapuntos monstruosos, no perdían por ello ni su fluidez ni su claridad. Fue tanta la complejidad de su obra -hasta el día de hoy resulta bastante compleja-, que enfrentado a los reproches de sus contemporáneos atinaba a dar como única respuesta: “Para mí, componer una sinfonía equivale a un acto comparado a la misma creación del universo”.

Cada autor impregna en su música un determinado estado de ánimo. O más de uno. La exaltación romántica en Beethoven, la exaltación lúdica en Mozart, la exaltación épica en Wagner. La música de Mahler suena por momentos alegre, por momentos desesperada, creando en medio una suerte de irónica atmósfera, característica que lo aleja de los románticos clásicos, acercándolo a compositores menos estructurados del siglo XX, como fueron el mismo Stravinski o George Gershwin.

Mahler compuso además emotivas canciones reunidas bajo los títulos “Canciones para los niños muertos” y “Canciones de un camarada errante”. A partir de las letras de estas canciones (al parecer también se llegaron a conocer personalmente), Sigmund Freud diagnosticó la personalidad de Mahler como maniaco-depresiva.

Poco se sabe de la vida de Mahler. Una supuesta homosexualidad llevó al novelista Thomas Mann a hacer un velado retrato del compositor en la célebre novela “Muerte en Venecia”, adaptada luego al cine por Luchino Visconti. Arrebatado tempranamente de sus queridos pentagramas, a la edad de cincuenta y un años, Gustav Mahler no alcanzó a concluir una de sus obras más importantes, la décima sinfonía, posteriormente acabada por diferentes músicos y en múltiples versiones.
(Daniel Martínez)

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Murakami, novelista o corredor de maratones http://localhost:8000/elbuho/2011/03/06/murakami-novelista-o-corredor-de-maratones/ http://localhost:8000/elbuho/2011/03/06/murakami-novelista-o-corredor-de-maratones/#respond Sun, 06 Mar 2011 00:00:00 +0000 http://localhost:8000/elbuho/?p=131 Mientras que un cuentista debía noquear al lector en la última línea, el novelista no podía esperar mejor resultado que ganarle por puntos. Según Cortázar, en su famosa comparación boxística, el escritor es una suerte de púgil en firme combate contra el lector. Pero cuando buscamos establecer la relación no entre el escritor y el […]

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Mientras que un cuentista debía noquear al lector en la última línea, el novelista no podía esperar mejor resultado que ganarle por puntos. Según Cortázar, en su famosa comparación boxística, el escritor es una suerte de púgil en firme combate contra el lector. Pero cuando buscamos establecer la relación no entre el escritor y el lector, sino más bien entre el lector y su oficio habría que buscar el paralelo en otra disciplina deportiva, diferente al boxeo. Murakami, en su último libro publicado en español titulado ¿De qué hablo cuando hablo de correr? (tuvo que pedirle permiso a la mujer de Raymond Carver para evitarse problemas de copyright), se pone en la fila de una larga tradición, todos pisándose los talones pero con un solo mantra metido entre ceja y ceja: mientras que el cuentista es un corredor de distancias cortas el novelista debe ser un corredor de fondo (queda claro que el escritor de novelas cortas -o cuentos largos- es un corredor de medio fondo; el poeta, relegado a los epinicios, no compite pero sí puede celebrar la victoria de todo tipo de atletas, primer antecedente de las cheerleaders).

A partir del primer chasqui griego que, allá por el año 490 a.C., corrió de Maratón a Atenas llevando la buena nueva referida a la victoria de los griegos sobre los persas, es que esa larga prueba de resistencia dio en llamarse “maratón”, en honor a la histórica ciudad. Aquel soldado griego tuvo que correr menos de cuarenta kilómetros, la distancia oficial ahora para una maratón, establecida a partir de los Juegos Olímpicos de Londres (1908), es de 42,195 kilómetros. Años después Haruki Murakami decidiría, como condición previa a la de novelista, convertirse en concienzudo maratonista. Cerró el bar (administraba un local donde se tocaba jazz), dejó de fumar y se concentró en correr cada día una distancia siempre más larga, hasta llegar y superar aquella impuesta oficialmente en Londres. Pensó Murakami que si lograba convertirse en maratonista profesional luego sería capaz de realizar cualquier cosa que se propusiera (incluido escribir largas novelas), finalmente admite que tanto como aquella omnipotencia no pero sí acertó en lo de escribir largas novelas. Es innegable que para llevar una novela a buen término se precisa de un estado físico poco menos que óptimo, no es suficiente los chispazos de genialidad capaces de salvar del olvido a un cuentista o a un poeta: se precisa de mucha resistencia, en algunos casos años de entrega absoluta. Hay que decir que el citado paralelo entre “novelista” y “corredor de fondo” ya había sido propuesto antes por infinidad de autores, pero ninguno como Murakami empecinado en llevarlo a la práctica.

¿De qué habla Murakami cuando habla de correr? Más bien de qué no habla. Habla, por ejemplo, de música. Recomienda poner en los audífonos (mientras uno va corriendo) algo de Lovin’ Spoonful, una banda pop de los sesenta. Habla de la vejez que se va colando entre las articulaciones y los huesos, habla de su primer matrimonio y también del segundo, habla de la perseverancia y del dominio sobre uno mismo (el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional), habla de “la tristeza del corredor” relacionada al sentimiento de soledad y absurdo pero sobre todo, habla de escribir, y también de literatura. Pese a ser su libro más personal -léase autobiográfico- comparado con el resto de su obra es lo menos Murakami que existe.(Daniel Martínez)

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No me elimines de tu feis (I) http://localhost:8000/elbuho/2011/02/20/no-me-elimines-de-tu-feis-i/ http://localhost:8000/elbuho/2011/02/20/no-me-elimines-de-tu-feis-i/#respond Sun, 20 Feb 2011 00:00:00 +0000 http://localhost:8000/elbuho/?p=50 Aquella mañana, al despertar al duodécimo día del mes de febrero, me puse a pensar en las infinitas consecuencias de saberme, una vez más, eliminado de tu feis. Luego de varios minutos pensando bajo las sábanas, me dije, bah, esto no puede ser tan trágico. Y automáticamente, un segundo después, me respondí: Diablos, sí lo […]

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Aquella mañana, al despertar al duodécimo día del mes de febrero, me puse a pensar en las infinitas consecuencias de saberme, una vez más, eliminado de tu feis. Luego de varios minutos pensando bajo las sábanas, me dije, bah, esto no puede ser tan trágico. Y automáticamente, un segundo después, me respondí: Diablos, sí lo es.

A diferencia de los anteriores, aquel día había depuesto su marcha de nubes y dejaba correr un cúmulo de luz sobre mi ventana. En la mesa de noche seguían inmutables una nueva novela de Bolaño y el manuscrito de un libro que, sin haberlo leído, empezaba a odiar. De hecho, la noche anterior no leí nada y tampoco hice el esfuerzo por hacerlo aquella mañana.

Simplemente no tenía ganas de nada. Es decir, qué ganas puede haber si sabes que al final del día ninguna de las frases pirateadas del libro motivarán en esa persona un solo comentario o un mero «Me gusta». Porque, hay que decirlo, cada cambio de estado en el feis, cada video enlazado, cada foto subida, cada etiqueta colocada tiene un destinatario, un único y certero receptor en el cual cifras tus esperanzas. No importa que luego de un par de horas encuentres que decenas de comentarios absurdos llenan tu casilla de correo —existe un poco de alivio en ello—, si ésa persona no ha colocado míseramente algo, pues no habrá servido de nada.

Es cierto que hay cosas que uno coloca por el simple hecho de compartir. Por ejemplo información de la bolsa, artículos acerca de literatura y política o la última caricatura de Carlín. Pero no hablo de eso, hablo de las cosas por las cuales Mark Zuckerberg hizo esta red, es decir, saber todo lo que hacen y no hacen tus amigos —por lo menos los que te importan—, si tienen una nueva relación o si la actual ha pasado a ser complicada. Porque si Uds. han visto la película que, increíblemente, ahora está a punto de ganar el Oscar, recordarán que a pesar de que el alborotado genio tiene millones de amigos y varios ceros en su cuenta bancaria, al final solo intenta saber un poco acerca de aquella chica que estúpidamente perdió. Zuckerberg como yo, entonces, éramos unos completos desgraciados. Bueno hubiera sido encontrarnos en el Starbucks de Mercaderes para tomar un café y comentar nuestros problemas, darnos consejos, saber qué hacer ante la grave situación. Pero él es un hombre muy ocupado y yo también.

Aquella tarde salí a dar un paseo por el centro de la ciudad para despejar un poco la mente. Como con ella, visité lugares sin importancia y gasté el poco dinero que me quedaba. Casi anocheciendo me detuve en una tienda y justo antes de entrar apareció ella frente a mí como un anuncio luminoso. Es obvio que me quedé en total silencio, pasmado, con un aire ártico recorriendo cada centímetro de mi cuerpo. No lo pensé mucho y decidí caminar obviando el fortuito encuentro. Justo antes de proseguir, sonrió y luego me dijo con toda naturalidad: hola. Quedé por un segundo horrorizado ¿Cómo era posible que me saludara después de eliminarme de su feis, acaso no entendía que mi mundo se había derruido solo con ese minúsculo acto?

Luego yo le dije hola y la invité a tomar un café.

(Artur Zeballos)

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