Patrimonio, privilegio y responsabilidad

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Es un privilegio para todos nosotros, ser naturales y vivir en este país que, con no más de otros siete u ocho países, es cuna de una civilización mundial. Y por supuesto, es también un privilegio vivir en esta ciudad excepcionalmente singular, y compartir su identidad cultural. En efecto, Arequipa y su patrimonio son únicos.

Desde sus orígenes esta tierra ha sido y sigue siendo un lugar de encuentro. Un encuentro geográfico entre las montañas y el mar, entre el sur y el norte continental. Conscientes de ello los colonizadores hispanos, al fundar la ciudad sobre asentamientos de yarabayas y chimbas, le asignaron un rol de centro logístico macroregional. Desde Arequipa se abastecía a las haciendas y minas en el Altiplano; como también desde Arequipa partían los misioneros hasta la Chiquitanía boliviana y el Chaco paraguayo. Desde aquí partió Pedro de Valdivia a la conquista de Chile.

Este trasiego de expediciones, comerciantes, arrieros, misioneros, y toda clase de viajeros, fue formando localmente una cultura de amplio horizonte. Y decimos que Arequipa en su arquitectura y en su urbanismo es única, pues al ubicarse sobre una zona sísmica, y no habiendo buena greda ni madera para adobes y techumbres, se edificó con el producto del desastre, con esta lava volcánica que había en abundancia: el sillar fue el protagonista de una arquitectura telúrica y mestiza, lograda con un sistema constructivo reservado a templos y palacios, es decir, con anchos muros a cajón y bóvedas; con miles de bóvedas se forjaron viviendas y edificios, toda una ciudad excepcional de valor universal, como lo ha reconocido la Unesco. Por ello también se dice que Arequipa es hija de los terremotos. 

Pero también tenemos que reconocer que Arequipa se desarrolló condicionada por características geoclimáticas especiales, como estar ubicada en parte del desierto de Atacama, pero favorecida por el valle del río Chili, que permitió a su suelo alta productividad agrícola y ganadera. Es decir, una integración entre campo y ciudad que hasta hoy se manifiesta como parte de ese encuentro cultural, en los andenes prehispánicos de su campiña; que sumado a la cadena de volcanes como fondo, otorga a la ciudad un escenario geográfico espectacular. Arequipa es también un oasis.

Este es otro aspecto identitario de gran valor, reconocido también por Unesco, y que debe preservarse como una de las fortalezas de su potencialidad cultural, ambiental y productiva. Este encuentro entre campo y ciudad, así como entre citadinos y chacareros, o en el argot local, entre ccalas y lonccos, marca también un mestizaje cultural, expresado no sólo en el paisaje, sino también en el lenguaje y en la gastronomía. Posiblemente la más peculiar entre las comidas regionales del Perú.  

Es verdad que en la Declaración de Valor, para que Arequipa sea reconocida por Unesco como Patrimonio Mundial, se destacó la arquitectura y el urbanismo forjado principalmente durante la colonia y que tiene entre sus expresiones máximas el Monasterio de Santa Catalina, la homogeneidad del paisaje urbano de su casco central, y las expresiones del barroquismo andino en la portada de sus templos y casonas; pero no debemos olvidar que desde mediados del siglo XIX, Arequipa se potencializó como un importante centro económico productivo, principalmente lanero y que con el ferrocarril se consolidó como segunda ciudad del país.

Con el ferrocarril, Arequipa tuvo el primer ensanche y fue destino de una fuerte migración extranjera. Aquí llegaron ingleses primero, después italianos, alemanes, vascos, catalanes, judíos, palestinos, franceses, y la ciudad de ser hispanamente castiza, se hizo cosmopolita y tuvo una fuerte influencia del modernismo europeo. En urbanismo aparecieron barrios y calles arborizadas, avenidas y bulevares; casas con retiros y jardines;  en arquitectura había manifestaciones del art nouveau, del neoclasicismo, del expresionismo, después aparecieron el neocolonial, luego el estilo buque, surgieron casas de alta calidad modernista en Vallecito, en la Estación, IV Centenario, Siglo XX, Goyeneche, Alameda Parra, Yanahuara y en el mismo centro, todo lo cual reflejaba que Arequipa tuvo un esplendor de “belle époque”, que está registrada en las imágenes de los grandes maestros locales de la fotografía.

Lamentablemente gran parte de estas edificaciones se han perdido o están en proceso de deformación o demolición. Pero como testimonios de esta época ahí están todavía el mercado San Camilo, la Casa Muñoz Nájar, El Ateneo, el Teatro Municipal, el Complejo Chaves de la Rosa, el hospital Goyeneche, el puente Bolívar, y algunos otros edificios esperando su restauración y un uso digno.

Es verdad que hasta los años sesenta la profesión de arquitecto era poco visible en el Perú, sin embargo, el oficio de la arquitectura y del urbanismo no estaban ausentes en Arequipa, principalmente desde los años 40’s, cuando se realizaron obras emblemáticas a raíz del IV Centenario, donde dejaron su sello Emilio Hart Terré, Héctor Velarde y Alberto de Rivero en el Primer Plan de Desarrollo Urbano. Más tarde también estaría por aquí Carlos Williams con nuestro paisano Adolfo Córdova Valdivia el año 47, con la primera expresión de arquitectura contemporánea en Arequipa, el primer pabellón corbusiano del Club Internacional en Semanat, luego en los 50‘s se levantaría otro edificio corbusiano: el Hospital del Empleado de Ricardo Malachowski. Pero es a inicios de los 60‘s, luego de los terremotos del 58 y 60, que los arquitectos arequipeños, los pocos que aquí estaban, dieron ejemplo de un depurado oficio en todos los campos del desarrollo urbano, como fue el caso de Luis Felipe Calle, trabajando al lado del entonces poco conocido y hoy célebre John Turner, rehabilitando en Tiabaya las viviendas dañadas bajo el sistema de ayuda mutua, experiencia de autoconstrucción que le sirvió al inglés Turner para difundirla internacionalmente.

Luego, Gonzalo Olivares Rey de Castro proyectaría las galerías Mercaderes, Gamesa, rescatando los conceptos espaciales de zaguanes y patios arequipeños; por entonces la galería comercial más bella del Perú, también expresión depurada del racionalismo contemporáneo. Precisamente, Olivares y Calle, junto al ingeniero Eduardo Bedoya Forga, por este tiempo, ponen en valor el Monasterio de Santa Catalina descubriendo para el mundo esta extraordinaria obra, el más bello ejemplo de arquitectura vernacular en el Perú y admirada por los más famosos arquitectos del mundo, como Álvaro Siza, que al recorrerla manifestó que fue la mejor lección de arquitectura que tuvo.

Por la misma época, también Gonzalo Olivares, junto a Alberto Aranzaens Murillo, proyectarían el Pabellón Nicholson, emblemático ejemplo de arquitectura escolar contemporánea. Y nuevamente volvimos a contar con el aporte de Adolfo Córdova en el mayor programa de renovación urbana con fines de vivienda realizada en Arequipa, la primera etapa del proyecto de Nicolás de Piérola, en la misma saga de los complejos racionalistas de Santiago Agurto Calvo en Matute y de Enrique Ciriani en San Felipe, en Lima.

Ya para entonces había aumentado el número de arquitectos locales, algunos que venían de otros países y otras experiencias y la institución que nos alberga, ya era una realidad, pequeña pero más consolidada; y en ello debemos reconocer por supuesto el importantísimo papel fundacional de Gonzalo Olivares Rey de Castro, y también recordar a Hugo Ruiz de Somocurcio, no sólo fundador del CAP Arequipa, sino también autor de varios proyectos de calidad como el conjunto habitacional El Bosque, junto a su hermano y notable arquitecto Gustavo Ruiz de Somocurcio, quien trabajó muchos años en Francia, y con quien compartimos la experiencia del Plan del Centro Histórico de Lima.

También recordamos a René Uría Arrisueño, presidente en los 80‘s de la Junta del CAP Arequipa, a quien debemos el mérito de contar con nuestro local; y también a Wilfredo Andrade, quien realizó junto al colega Jesús Olivares, el primer Plan Director de Arequipa en 1980; está también en nuestra memoria la gestión destacada de Edgardo Ramírez Chirinos al frente del CAP y de la Facultad de Arquitectura; y recordamos también a Ciro Rojas Tupayachi, gracias a cuyo esfuerzo se modificó, para mejor, el puente Chilina. A todos ellos nuestro recuerdo y gratitud.

Constatando que todos esos esfuerzos individuales y colectivos realizados por colegas para consolidar Arequipa como un buen lugar para vivir, que merecen ser continuados y confirmando que esta ciudad también es una enciclopedia abierta en el aprendizaje de nuestra profesión y en opinión de muchos y reconocidos arquitectos peruanos y extranjeros, es la más bella ciudad del Perú; todo ello, nos compromete en redoblar esfuerzos en nuestro oficio a fin de conservarla y protegerla como dignos herederos de su invalorable patrimonio cultural.

Y eso es también una gran responsabilidad. Por ello, nos preocupa mucho y nos sentimos impotentes, ver como la ciudad crece sin planificación, con invasiones y “habilitaciones” desmembradas de cualquier estructura que otorgue racionalidad al desarrollo urbano, en una expansión sin límites, ocupando áreas que deberían estar protegidas. Lamentamos por ello, la pérdida de gran parte de nuestro patrimonio en el Centro Histórico, con la degradación comercial de los mercadillos que han derruido el interior de muchas manzanas de gran valor urbanístico en el entorno del mercado San Camilo y cómo los extraordinarios ejemplos del modernismo han ido desapareciendo en las avenidas Parra, Jorge Chávez, Goyeneche, Ejército, Siglo XX, en el balneario de Tingo y otros. Nos indigna también la depredación de grandes áreas de la campiña y la forma agresiva y hasta delictiva como se viene ocupando áreas paisajísticas en las riberas del río Chili.

Del mismo modo tenemos que indignarnos por la ocupación informal, ilegal, e incluso mercantil que se ha venido haciendo sobre los espacios ecológicos, vertebrales de la ciudad, como son los cauces de las torrenteras. Y es parte mayúscula de nuestra indignación la forma indolente y muchas veces cómplice con estos delitos eco-culturales de gran parte de nuestras autoridades.

Viaducto Salaverry
Foto: Grafo – Arquitectura Digital

Nos preocupa y compartimos la irritación de los ciudadanos de Arequipa frente al caos vehicular, y que pese al tiempo transcurrido y al gasto público efectuado, no contemos hasta el presente con un plan integral de estructuración vial y de transporte consensuado; y manifestar nuestra extrañeza por la pretensión de las autoridades de ejecutar “proyectos” arbitrarios de túneles y pasos a desnivel, sin conexión con un plan racional de vías y usos. 

Frente a esta grave situación, y que pone en riesgo el desarrollo sostenible de Arequipa, finalmente queremos aprovechar la ocasión, solicitando a nuestro Consejo Regional para que exhorte a nuestras autoridades para que se formule un plan de contingencia, con una agenda de proyectos de emergencia entre los cuales podrían estar:

•             Un plan de interpolación de Arequipa-La Joya, con un enfoque de ordenamiento territorial básico para paralizar la habilitación anárquica del suelo que se viene haciendo en La Joya y potencializarla como una ciudad satélite de Arequipa.

•             Un plan de manejo y protección de la cuenca urbana y riberas del río Chili y su reglamentación, pero ya, de acuerdo a la recomendación que hizo la Misión de Monitoreo de Unesco hace diez años, cosa que nunca se hizo.

•             Una identificación, registro y mapeo de áreas de valor urbanas, con una zonificación que defina sus características, como son rezagos de pueblos tradicionales, canteras de sillar, canales, manantes, andenes, arqueología, paisaje, eventos históricos, rutas, flora y fauna, museos, monumentos, y otros.

•             Un plan y programas de recuperación ecológica de torrenteras con el propósito de habilitarlos como espacios públicos de integración barrial o interdistrital; siguiendo la ruta del esfuerzo desplegado por el colega Carlos Zeballos en el Proyecto de Costuras Urbanas.

•             Continuar con los programas de renovación urbana en el Centro Histórico, principalmente en la recuperación de zonas tugurizadas, como la Casa Rosada y otras en el entorno del mercado San Camilo.

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