Cuento finalista del X Concurso Literario El Búho: “El otro duelo de Gregorio Samsa”

Luego de una ardua deliberación en la categoría Cuento, el jurado calificador otorgó una Mención Honrosa a “El otro duelo de Gregorio Samsa”

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Tras un largo proceso de calificación, se presentaron los resultados del Concurso Literario “El Búho” el pasado 15 de febrero. Luego de una ardua deliberación en la categoría Cuento, el jurado calificador otorgó una Mención Honrosa al trabajo “El otro duelo de Gregorio Samsa”. Además, otros dos trabajos fueron laureados con la misma distinción. Aquí uno de los finalistas de la categoría Cuento

Sobre el autor del trabajo finalista de la categoría

mención honrosa Cuento

Carlos Gabriel Montes (Cusco, 1994). Es comunicador social por la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco. Finalista en concursos nacionales e internacionales. Primer premio en el I Concurso Internacional de Poesía Erótica “Ayesha Sexteen” (Argentina, 2018), Primer premio VII Concurso Literario El Búho en la categoría Poesía (Perú, 2018), Premio único en la categoría Poesía y Cuento en el Concurso Literario “Qosqo T´ikarinampaq” (Perú, 2019).

El jurado que le otorgó la Mención Honrosa en el X Concurso Literario el Búho, estuvo compuesto por los reconocidos escritores Houdini Guerrero, Hugo Velazco y Yuri Vasquez.

Cuento: El otro duelo de Gregorio Samsa

Como si despertar convertido en una cucaracha no fuera suficiente, Gregorio Samsa, ahora tenía que batirse a duelo con una díscola y ruidosa rival.

Luego de surcar entre los muebles de la habitación, la mosca se posó encima del escritorio, sobre el plato de la cena que Gregorio había dejado anoche.   Este se acercó sigilosamente, basculó el cuerpo para tomar impulso, pero apenas se dispuso a atacar, alzó vuelo fuera de su alcance. Minutos después, volvió sobre el recipiente. Gregorio la acechó, pero se detuvo penas hizo el amague para sorprenderla, ciertas dudas sobre posibles parentescos lo sitiaron de repente. Sin embargo, una fuerza externa lo conminaba a acabar con ella, sin tiempo para réplicas morales, zas, dio sobre el mueble. Tampoco tuvo fortuna, la mosca  escapó un instante antes que se volviera a proyectar.

Se escuchó a alguien acercase por el pasillo, tocó la puerta sin abrir.

— ¿Todo en orden?

—Sí, todo bien.

—Creí haber oído unos golpes.

—ah, sí, es que hay una mosca que no deja de fastidiar.

—Ay, hermanito, no me sorprendería que no puedas contra una simple mosca —masculló cada palabra con sorna, mientras su voz se disipaba a través del pasillo.

Gregorio tomó esa alusión como una afrenta.  Después de todo, la hermana tenía razón, ahora era una cucaracha, tenía muchas más ventajas sobre ella: era más grande. Aunque sería un error ignorar las capacidades de su antagonista: saber volar.

—Un momento, yo también tengo alas, —pensó— batió como pudo, pero fue inútil, no se alzó ni un poco, mientras la bizarra se mantenía pegada en lo más alto de la pared.

Ambos seres permanecieron un tiempo sin hacer movimiento alguno, se miraban fijamente, una oda a la incolumidad. Hasta que, por hartazgo o provocación, la mosca alzó vuelo y retorno hacia el plato. Esta vez, como impelido por una fuerza sobrenatural, Gregorio se abalanzó, nuevamente sin éxito, solo logró expulsar los cubiertos del plato, los cuales inevitablemente resonaron en el piso.

—¡Pero qué estás haciendo! … ¡Por qué tanto escándalo! —esta vez era la madre.

—Perdón, hay una mosca…

De nuevo el silencio cubrió la escena, la mosca, con mayor atrevimiento se rendía a los restos de comida. Gregorio, extrañamente no se movía. Quería lanzarse sobre ella, pero otra vez la fuerza extraña, como si se tratara de un embrujo, no le permitió moverse.

La mosca se paseaba entre los bordes y el centro, de vez en cuando se elevaba y volvía. Mientras que la cucaracha observaba furibunda sin poder moverse. Maldecía su estado, pues en su condición de humano, estaba seguro que ya se hubiera deshecho de ella.

De repente, una nueva energía invadió su cuerpo, se alzó de improviso, podía volar. Se puso frente a la mosca y comenzó la persecución casi bélica. Apenas dejó el plato, se dirigió a la puerta, Gregorio la siguió con vehemencia, se lanzó cual dardo, esta viró antes del impacto.  Era una lucha sin cuartel, una exhibición de aerodinámica de vuelo. Si la mosca huía a cualquier parte del techo, allí estaba Gregorio tomando el envión más señorial. Si la mosca volvía a la mesa, el golpe remecía las hojas de papel, si huía a la ventana, Gregorio se extendía fieramente. Algunas veces, pretendiendo anticiparse a sus movimientos, se posicionaba en otro lugar tratando de emboscarla. Era una lucha psicológica, las estrategias blandían de ambos lados.

Gregorio, comenzó a notar algo inusual en la voladora, lo tomó como un atisbo de victoria, la mosca estaba cansada.

La euforia invadía su cuerpo, quizá la confianza de estar cada vez más cerca de vencer. La rival de turno había agotado su suerte, sus movimientos comenzaban a hacerse torpes, Gregorio incluso mostró piadosas vanidades pudiendo acabarla con un golpe certero. La persecución osciló en los mismos lugares, hasta que esta apenas y pudo aterrizar sobre unas hojas dispersas en la mesa, parecían ser manuscritos.

Gregorio se acercó lentamente, cada vez estaba más cerca, se sentía gigante frente a la indefensa, su intención era finalizar la contienda de la manera más jerárquica posible. Apenas consideró estar a la distancia prudente, irguió su cuerpo, tomó impulso y…

Un ruido enfático se oyó como un relámpago. Inmediatamente, la puerta se abrió sin decoro. La hermana, fastidiada por el escándalo, entonó el reproche.

—¿Me puedes decir qué diablos estás haciendo?

—Por fin he logrado matar a la mosca, hermanita, por fin…—respondió agitado el hermano. —¿Y con ese librito?, con razón… ¿acaso no tenías uno más grande? —dijo desdeñosamente, al mismo que cerraba la puerta de sopetón. Mientras, el hermano contemplaba los restos de la mosca, divididos entre un pedazo del plato y el libro aquel de Kafka.

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