Con Dolores Delirio y con Jeffrey Parra en la memoria

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Un viernes frío de junio de 1998, uno habitual, llegar a la universidad, conversar en el pasadizo, entre Letras y Sociales, con dos o tres personas. Dirigirse luego hacia los bares de la Av. Venezuela que a esa hora empezarían a llenarse de entusiastas celebrantes. Encontrarse con Lucho a medio camino, qué pasó, de dónde vienes. Cara compungida. Ha muerto Jeffrey Parra. Estoy con Ricardo, vamos.

Fuimos.

También estaba Víctor con ellos y acaso alguien más que no logro recordar. El Negro estaba realmente roto. Bebía una caña peligrosa con avidez y balbuceaba cánticos inconclusos. Aquel día iba a celebrarse una verbena en el campus y ya me imaginaba cómo acabaría todo aquello. Pero qué importaba, Jeffrey había muerto. Se abría un camino incierto para una banda que, si bien no le temía a la incertidumbre, ahora estaba sufriendo una pérdida demasiado dolorosa.

Pensar que de aquella tarde de junio hace ya veintiséis años. Ahora, un poco cansado, me siento a la ventana, descorcho un tinto, y escucho el álbum en vivo, intitulado, que la gente llamó poéticamente “Bajo un envenenado cielo plateado”. Qué lujo fue tener en nuestra no muy sólida escena local a bandas como Lima 13, Cardenales, Voz Propia, Delirios Krónicos, Col Corazón, Feudales, Salón Dadá y, claro, Dolores Delirio. Cuando salió “Cero” en 1995, todos supimos que las cosas ya no serían las mismas. El movimiento subte se había agotado hacía tiempo, a pesar de que los conciertos en Quilca y viejas maneras provenientes de esa etapa aún seguían vigentes. “Cero”, con esa tétrica portada de un ser androginal ahogado, cual Ofelia, dejaría en claro que la bandera del underground limeño no sería más el punk o el rockabilly y sus derivados, sino la depresiva y sombría estela inaugurada por Voz Propia.

Aun cuando el sello Navaja Producciones apostó también por bandas con un poco más de trayectoria como Leusemia o Radio Criminal, o por cantantes que en ese momento estaban muy bien posicionados, como Rafo Ráez, yo siento que todos ellos, al poco tiempo, quedarían un poco en el pasado, lastrados quizá por fórmulas del movimiento subte que se resistían a morir. Dolores Delirio, en cambio, era el nuevo camino. Las horas de horas que Jeffrey Parra se pasó batallando con su guitarra para extraerle un sonido que recuerde a A Flock of Seagulls, a Felt o a Sisters of Mercy rindieron sus frutos. Dolores Delirio es esencialmente ese límpido y efectivo sonido darkwave de la guitarra de Jeffrey y la angustiosa voz de Ricardo.

Lo que pudo ser un camino de éxitos y reconocimientos (“Raíz” en 2000 fue lanzado por Columbia) se truncó una noche de junio de 1998, bajo una suave garúa de invierno. Todavía recuerdo a Jeffrey y todo que siento es un infinito agradecimiento por lo que nos hizo vivir y por lo que nos ha dejado vivo en la memoria.

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