Opinión: Sobre el volcán

Algunos rasgos del hombre masa

El concepto de “hombre masa” de  don José Ortega y Gasset, su creador,  puede confundirse con otras acepciones que implican la denominación “hombre masa”. La mayoría parece asociar ese concepto solo a las grandes y diversas aglomeraciones humanas de nuestro tiempo, que se producen diariamente en nuestras superpobladas ciudades de hoy, a los espectáculos deportivos, […]

Por Juan Carlos Valdivia Cano | 2 abril, 2025

El concepto de “hombre masa” de  don José Ortega y Gasset, su creador,  puede confundirse con otras acepciones que implican la denominación “hombre masa”. La mayoría parece asociar ese concepto solo a las grandes y diversas aglomeraciones humanas de nuestro tiempo, que se producen diariamente en nuestras superpobladas ciudades de hoy, a los espectáculos deportivos, artísticos, políticos, etc.   

No es que ese concepto no tenga nada que ver con la acepción orteguiana; al contrario, pero no hay que olvidar el hecho inseparable anejo a esa acepción: la extendida carencia de sentido de individualidad,  fundida, por ejemplo, con los sentimientos de una fanaticada futbolera o rockera, etc. Sin embargo, eso no agota el concepto de Ortega, aun si  forma parte de él.  El fenómeno del “hombre masa” es poliédrico y multicausal, como veremos. Aquí no pretendo agotarlo, por supuesto.

El hombre masa no es solo el hombre medio, el hombre  común, el hombre vulgar  que se siente como todo el mundo, que piensa como todo el mundo, que cree en lo que todo el mundo  y está orgulloso de ello. No se valora  -no se evalúa- a sí mismo, positiva o negativamente. No se exige nada a sí mismo. Y no tiene grandes metas o ideales, sino apetitos, (económicos, sociales, políticos, etc.)

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Se jacta de ser como los demás, orgulloso de su vulgaridad. Por  eso suele ser colectivista  e  igualitarista, por eso idolatra al Estado y desprecia al individuo.  Funde el sentido de individualidad, del que carece, con el del individualismo, que solo concibe peyorativamente, sin una definición clara y distinta de “individualismo” (con seguridad no es la de Ayn Rand).

Pero conviene empezar aclarando que el concepto orteguiano no puede ser confundido con el de clase social del marxismo: proletariado, burguesía -grande o pequeña-  lumpen proletariado, etc.  No es un concepto político-ideológico, sino antropológico, sicológico, o simplemente filosófico. El hombre masa es un tipo de ser humano que puede encontrarse en cualquier grupo, clase, grande o chica, pobre o rica, negra o blanca.  Es el conformista e igualitario que  detesta al crítico, al disconforme, al diferente, al singular: al individuo de carne y hueso.  Por eso es colectivista y estatista, probablemente.

 No tiene proyectos, vive al día, por eso no resuelve los problemas, sino que los posterga.  Ahora hay países masa, como se puede deducir. Eso está en la base del populismo político y la demagogia: el veneno mortal de la democracia. Eso explica que usen la violencia no como última ratio, sino como primera alternativa. “Acción directa”. No quiere dar razones, ni las acepta, ni quiere, ni le interesa tener razón, o no tenerla. Solo quiere imponer su opinión a caballazo: es la razón de la sin razón. El derecho a no tener razón:  un rasgo definitorio de este tipo de hombre.

Ese hombre aparece en un momento en el que el desarrollo de la cultura occidental logró un  nivel de bienestar y de comodidad  inaudito, con el auge de la industrialización y el desarrollo jurídico,  filosófico, científico y técnicos modernos, de lo cual  es su consecuencia. El índice de pobreza antes de la revolución industrial era más del noventa por ciento en Europa. Ahora las masas en Europa y Norte América  y otros países viven mucho  más cómodamente  que  las clases altas de otra época, que las  aristocracias  y monarquías pre modernas, pero sin reconocer el enorme esfuerzo que esas comodidades han costado, producto de los méritos,  de la creatividad e inteligencia de los hombres más capaces y destacados del pasado. No quieren saber nada de esa historia, no quieren saber nada de ese  pasado.

Por eso no reconoce a la auténtica, la necesaria, la inevitable elite, a quien no hace caso, ignora y suplanta. Y el exceso de igualdad , que no  entiende solo como igualdad ante la Ley, igualdad de derechos, no discriminación, sino, en muchos casos –confesos o no- como absoluta. Y la libertad entendida como “soy soltero y hago lo que quiero”. Ese hombre cree que todas esas comodidades que usufructúa con fruición, tienen un origen espontáneo, natural, como si  hubieran existido siempre  en todas las épocas. Por eso ignoran esos esfuerzos humanos del pasado. Solo gozan de sus beneficios. Por eso la ingratitud es una  de sus señas, como  la ignorancia de la historia propia y ajena.

 Creen que todo lo merecen, que sus deseos son derechos per se, que nada deben y no son responsables de nada: quieren una cosa pero no su consecuencia. Como los niños mimados, exigen, reciben, pero no dan. No reconocen jerarquías en lo que concierne a la capacidad y el talento personal de las minorías selectas, de las elites genuinas a las que, repetimos, menosprecia y reemplaza en el liderazgo político social, a pesar de no tener ninguna  capacidad, ni siquiera para gobernarse a si misma, porque es  básicamente mimética,  simiescamente repetidora;  ni crítica, ni creadora.

 El hombre masa  no es dueño de sí mismo.  Carece de “sí mismo”.  Como tiene la  psicología del niño mimado, la expansión de sus deseos no tiene límites, porque  no tiene consciencia de ellos, ni de sus deseos, ni de sus límites. Solo tiene y exige derechos (que cree eternos y naturales) no deberes. Niega la realidad, por eso solo ve lo que quiere ver, lo que le conviene ver. Es anómica,  amoral y moralista (no in moralista, no crítica). Y ya están en el poder. ¿Alguna vez hemos estado tan así en este país? 

Para que –por contraste- se haga más claro lo que es ese  hombre masa, de  La Rebelión de las Masas, se me ocurre que  puedo citar a uno que es el antípoda de ese tipo de hombre, un hondo pensador francés, Vladímir  Jankelevitch, hablando de derechos humanos

 Yo  no tengo  derechos, solo tengo deberes. Y no tengo derechos, sino porque usted tiene deberes frente a mí. En suma, yo no participo sino por chiripa de los derechos humanos en tanto que humanos. Porque ocurre que usted y yo tenemos exactamente los mismos deberes. Luego, los seres humanos tienen en primer lugar deberes, y lo único que importa son los derechos  de los otros. (Entretiens avec Le Monde, PHILOSOPHES,  pag. 127. EDITIONS LA DECOUVERTE).

Pero el tipo más inquietante de hombre masa, para Ortega y Gasset, es el especialista, el experto: “el bárbaro moderno”. Ese que conoce muy bien la porciúncula  del universo en la que trabaja, como el dice, pero que en todo lo demás es como todos los demás, como la mayoría. Pero como sabe que  conoce su especialidad, su porciúncula de universo, cree que puede opinar con la misma autoridad sobre cualquier otro tema, aunque no tenga que ver nada con esa su especialidad o experticia, que por su carácter es cerrada o bien circunscrita: motores de avión, por ejemplo.

 Y eso es lo grave. El hombre masa, no experto, no especialista, es presa fácil del “bárbaro moderno”. Nuestra política educativa actual es producto del diseño de un experto, por ejemplo, muy elogiado por la opinión pública; no de un sabio, o un pedagogo muy destacado  -José Antonio Encinas,  Constantino Carvallo,  o León Trathenberg,  por ejemplo-  sino de un tecnócrata. La actividad de la Sunedu y sus resultados son la consecuencia. ¿Ha mejorado un milímetro la calidad educativa con todo el ajetreo de la “acreditación”,  después de tantos años? ¿No era para eso, entonces? ¿Para qué era?            

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