Geografías del alma: una lectura de “El Sur”

«Es simbólico, por eso, que Agustín tenga dotes de zahorí; puede descubrir corrientes de agua subterráneas, puede “ver” lo que subyace de las cosas y quizá por eso no puede ser feliz».

Por Manuel Rosas Quispe | 22 julio, 2025
Sur

Cuando empieza “El Sur” (Víctor Erice, 1983), la cámara está dentro de una habitación a oscuras en la que poco a poco entra la luz del amanecer por una ventana lateral. Un tenue brillo azul permite ver una cama dispuesta horizontalmente en el plano y, en ella, Estrella permanece despierta y pensativa. Ella sabe que no volverá a ver a su padre nunca más. “Aquel amanecer, cuando encontré su péndulo debajo de mi almohada, sentí que esa vez todo era diferente, que él ya nunca volvería a casa”. Estrella (piénsese en la ironía del nombre) es una muchacha triste y sombría que fue de pequeña una niña curiosa y sonriente. La vida y un mar de preguntas sin respuestas le han pasado por encima tornando su curiosidad infantil en un tormento silencioso que debe llevar a cuestas. Ella admira a su padre, un médico zahorí de gran talento, pero ignora muchas cosas acerca de él. Sabe que nació en el sur, que se peleó con el abuelo, que luchó contra el franquismo (quizá por eso peleó con el abuelo) y que, tras perder la batalla contra el fascismo, se ha impuesto una vida ascética en el frío norte, con su esposa y con Estrella, en un caserón antiguo llamado La Gaviota.

Agustín (así se llama el padre) es un hombre profundamente afectado por el pasado. La realidad del país y su forzoso exilio le atormentan, pero circunstancias de su juventud también le duelen. Asimismo, ver que sus esperanzas y sus sueños se desvanecen en una realidad social atroz lo mantienen sumido en el silencio. Su hija lo observa, a veces le sigue por la calle, lo espía. Ella sabe que en su silencio y en el vínculo roto con su familia están las claves de su propia identidad. Ella, al igual que su padre, también sufre la ansiedad de no saber a dónde se encamina su vida.

Así se desarrolla esta maravillosa obra de arte de Víctor Erice, basada en un relato de Adelaida García Morales (publicado tres años después del estreno del film) y que es la segunda de las cuatro escasas películas que nos ha dejado el director español. Es curioso pensar que “El Sur” es una película incompleta. Tanto Erice como el productor, Elías Querejeta, tenían pensada una segunda parte en la que Estrella conocía finalmente a su familia paterna. Esa segunda parte nunca se realizó y eso le confiere al film un aura simbólica aún mayor. Ese viaje que Estrella nunca hizo, ¿es el viaje definitivo que nos aguarda? ¿Es la felicidad esquiva que vive en nosotros sólo como añoranza? En todo caso, es inquietante pensar que nuestro visionado de “El Sur” quizá sea completamente distinto al que Erice pensó. Como fuere, a lo largo de la película, Estrella se pregunta varias veces cómo es el sur, ¿madre, es verdad que en el sur nunca nieva? La formulación de esa pregunta convierte al sur inmediatamente en un lugar mítico, en un paraíso perdido del que Agustín fue expulsado por atreverse a cuestionarlo. Estrella descubre fotos y postales de ese otro mundo perdido: saraos y ferias donde damas con sombrilla y hombres endomingados se divierten a carcajadas. Sus tiernos ojos acostumbrados al frío y al silencio contemplan esas inauditas imágenes con muda sorpresa. ¿En ese ambiente tan colorido y vivo está su pasado? No puede creerlo. Para ella, ese universo es tan ficticio como las películas que su padre ve a solas.

En más de una entrevista, Erice ha manifestado que sus principales influencias son Ozu, Rossellini y Nicholas Ray. Sobre este último ha publicado incluso un ensayo, “Nicholas Ray y su tiempo”, en 1986. La influencia de Ozu se advierte en el ritmo pausado de todo el film, un tempo acusadamente introspectivo que se deleita en despaciosos acercamientos al rostro para mostrarnos las íntimas emociones de los personajes. Las influencias visuales de Erice son Vermeer y Rembrandt. La primera escena de la película (o quizá sea mejor decir “la primera secuencia”, porque es posible que el amanecer que alumbra la cama de Estrella no sea uno sino múltiple) se asemeja a “La lectora en la ventana” o a “Un artista en su estudio”, es decir, son cuadros en los que las cosas se “revelan”, escapan de la penumbra para adquirir consistencia. En realidad, toda la película es eso: un juego de revelaciones o un latir de lo oculto que al momento de alcanzar la luz agudiza su problematicidad. Al padre, por ejemplo, lo sojuzga el pasado que prefiere callar y que nosotros, los espectadores, apenas adivinamos. A Estrella le atenaza el alma el no saber nada de ese pasado, el entreverlo como una clave que debe descifrar. La película es como la punta visible de un iceberg, podemos ver eso, pero no todo lo que subyace allá abajo, el terrible mundo de dolor y angustia de allá abajo. Es simbólico, por eso, que Agustín tenga dotes de zahorí; puede descubrir corrientes de agua subterráneas, puede “ver” lo que subyace de las cosas y quizá por eso no puede ser feliz.

Esta dualidad entre lo visible y lo invisible (siendo que lo invisible tiene honda influencia sobre lo visible) es una de las formas en que se presenta el tono dialéctico del film. Otro aspecto que me parece resaltable y hondo es la dualidad entre el mundo interior de los personajes y la “fiesta” del mundo que trascurre inevitablemente, ajeno al sufrimiento íntimo de algunos seres. En “Vita Nuova”, Dante nos relata un episodio menor pero significativo de su vida, aquel en el que iba por una calle de Florencia, absorto en su trágico amor por Beatriz, en su alma se operaban terribles revoluciones y catástrofes mientras caminaba, cuando de pronto reparó en unos mercaderes que, en una esquina, conversaban y reían, completamente ajenos al dolor del autor. Fue para Dante un momento de intenso cuestionamiento existencial el darse cuenta de que podemos estar cerca de una persona, verla a la cara y, sin embargo, ignorar las afecciones más profundas de su alma, ignorar que esa persona se está muriendo. Así, hay momentos en “El Sur” que nos presentan esa dolorosa dualidad. Una secuencia muy bella sucede en el Hotel en el que padre e hija almuerzan. En un salón vecino se celebra una boda y hasta ellos llega el sonido atemperado de la fiesta. Esa conversación es crucial porque será la última. Agustín ha hecho un último esfuerzo por acercarse a ella, pero en el transcurso del diálogo queda claro que, entre ese hombre mayor, víctima de una guerra absurda, y la adolescente tímida, enamorada quizá de “El Carioco”, poca comunicación puede haber. Ella se levanta para regresar al colegio, curiosea a través de una cortina, ve a los festejantes bailando un paso doble, el mismo que ella y su padre bailaron el día de su Primera Comunión. La cámara se eleva, se introduce por la portañuela superior, entra al recinto y entonces, podemos escuchar a plenitud el paso doble. Tras unos instantes, Estrella se marcha y la cámara, en un plano general, enfoca al padre, terriblemente solo, abandonado en la mesa de ese restaurante, el único comensal silencioso en un día de algarabía.

“El sur” puede leerse en varios niveles. Como manifiesto político, nos muestra lo que la guerra (el triunfo del totalitarismo) le hace a los hombres. Agustín es un hombre a punto de desintegrarse. Su familia vive desgarrada entre el norte y el sur. Estrella sufre ese desgarramiento que es, además, el símbolo de su destino. La madre de Estrella debe asumir un rol tradicional (que ella, como maestra, acaso rechace) de apoyo moral a su marido y soporte de la casa. Como estudio psicológico, “El Sur” brinda el potente discurso del alma que vive a oscuras y que trata de buscar la luz. Estrella es una pesquisidora del pasado desconocido. Su infancia ha consistido en plantearse preguntas acerca de ello. De adolescente, confiesa que pudo haber falseado algunos pormenores de su investigación (este detalle revela a un Erice divertido y juguetón y desbarata la tesis de que su cine es “frío y profundamente intelectual”), pero ella está dispuesta a llegar hasta el final. Por eso, la película es también la odisea de una chica valiente y determinada a lograr su propósito. Un relato de iniciación. El crítico francés Alain Philippon ha dicho que Erice es un “primitivista”, un hombre que tiene una respuesta para los dilemas de la vida: volver al origen. Para Erice, regresar al origen (o en todo caso rastrearlo para de algún modo “recuperarlo”) es la clave para definir nuestra identidad. Estrella rastrea el pasado de su padre en el sur, pero rastrea también su propio pasado. No hay que olvidar que la voz en off que nos cuenta toda esta historia es la de la propia Estrella ya adulta. Desde esa posición, ella también está recordando su infancia, volviendo a ella para encontrar claves que le ayuden a descifrar el futuro (y de paso, el pasado). El tiempo es así un factor clave en la película, un vector determinante como en “El Espíritu de la Colmena”, primer largo de Erice, donde Ana Torrent hurga en el imaginario de su infancia.

Hemos hablado de dicotomías y quizá la dicotomía más notoria sea la de norte y sur. Por supuesto, esta antinomia rebasa el aspecto geográfico para ubicarse dentro del plano temporal y de la experiencia. El norte, el espacio real, es el territorio del hic et nunc, con todo el peso agobiante que ello conlleva. El sur, en cambio, es el espacio imaginado, la terra incognita que soñamos. Siguiendo el juicio de Erice, podríamos identificar el sur con la infancia o el paraíso. El territorio, en todo caso, que anhelamos y en donde, sospechamos, nos encontraremos a nosotros mismos. Estrella, a sus ochos años (Childhood’s end, your fantasies merge with harsh realities, cantaban los Pink Floyd), siente que se le ha acabado la infancia y debe recuperarla. Esto lo digo con palabras que apenas intentan reflejar la poderosa belleza de las imágenes y de la puesta en escena de Erice. Viendo la película, uno entiende muchas cosas más. Entiende incluso que podrían ser infinitas las interpretaciones. El sur puede ser la infancia, pero puede ser también otra cosa. Podría ser también, freudianamente hablando, la solución a la problemática con el padre, en consecuencia, la maduración, el aprendizaje. En ese sentido, cuán maravilloso y milagroso es ese inicio de la película en total oscuridad. Y, después, ese lenta y progresiva iluminación. Como la vida de Estrella, ex umbra in solem, de las sombras hacia la luz. Como la vida misma.

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