La festividad de la Virgen del Carmen, en Paucartambo, en Cusco, es más que una celebración religiosa. Detrás de las máscaras, los trajes coloridos y el incienso, hay siglos de historia, resistencia e irreverencia. También herencias coloniales, como una rígida estratificación social que se hace evidente en cada ritual.
Del 15 al 18 de julio, esta pequeña ciudad del Cusco se convierte en escenario de uno de los eventos culturales icónicos del país. La celebración, ya reconocida como Patrimonio Cultural de la Nación, busca ahora el respaldo de la UNESCO para obtener el reconocimiento de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
El origen de la devoción a la Virgen tiene al menos tres versiones, pero eso no parece importar tanto cuando las calles se llenan de comparsas. Todas las historias, todos los bailes, apuntan a lo mismo: un acto de celebración y fe.
Allí se representa usos coloniales como en la danza de los toreros, o la llegada de los comerciantes del altiplano y del valle de Majes, o de la selva. También la presencia de hombres negros, llevados a trabajar a las haciendas, o las enfermedades que azotaron estas tierras sin remedio.
Pero entre las representaciones de la fiesta de Paucartambo, hay dos comparsas que sobresalen no solo por su energía, sino porque dejan momentos difíciles de ignorar.
La danza Siqlla o “Wayra”
Nació como una parodia. En tiempos de la colonia, los “jueces de paz” eran, en realidad, hacendados o terratenientes con poder para impartir justicia. Pero lo que hacían era abusar de ese poder contra los llamados “indios”.

Para la época republicana este maltrato se ironiza, ridiculizando a estos personajes con grandes narices, sobreros de copa y exagerando los pasos de un dandi.
La danza los ridiculiza. Se hacen llamar Wayra —viento, en quechua— como una manera de decir que son puro aire, puro hablar. El personaje baila exagerando gestos con sus grandes libros que representan los códigos que manejan a su antojo.
Los Maqtas de Paucartambo
Los Maqtas parecen salidos de otra historia. Son los que hacen reír, los que interrumpen el ritmo con una broma, una exageración, una sátira y desafían el orden social. Su origen está en los Maqtillos, jóvenes encargados de mantener el orden y evitar que el alcohol distorsione la celebración. Con el tiempo, comenzaron a actuar con mayor osadía. Hoy, su ingreso a la plaza principal marca el inicio popular de las festividades.

Y si antes solo cuidaban a los danzantes, ahora también interactúan con el público y, sobre todo, se convierten en cronistas. Representan —a su manera— los hechos que han marcado al país y al mundo durante el año: políticos, escándalos, modas, personajes virales. Nadie se salva.
Esto ha generado algunas críticas y hasta cierta discriminación de parte de la elite paucartambina de familias ancestrales y poderosas. Hay quienes piensan que mezclar política con religión no debería estar permitido. Pero los Maqtas responden bailando. Cada integrante elige su personaje, bajo su libre albedrío. Representa lo que cree y lo que venera, que no entran en conflicto. Para ellos, satirizar también es una forma de fe.
En Paucartambo, la fe no exige solemnidad. Aquí la ironía no contradice la devoción, la enriquece. Los rostros cubiertos por máscaras no esconden, revelan. Y cada año, cuando los Maqtas vuelven a salir, con sus bromas incómodas, su irreverencia y sus gestos exagerados, recordarán a los visitantes que es una forma de mantener viva la memoria colectiva y que también se puede resistir bailando.
Aquí una galería de imágenes.
Fotos: Faviana Deglane












