El optimismo de la acción

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En estos días es frecuente leer que, gracias a la abultada cifra de votos nulos y blancos y al sistema electoral de la cifra repartidora, en abril del 2016, Fuerza Popular convirtió el 36% de los votos por sus congresistas en el 56% del total de escaños, mientras el 16.5% de los votos por los diputados PPK, se convirtieron en el 14% de los escaños. En realidad, el equipo naranja recibió 1.7 millones de votos menos que su lideresa.[1] 

De haber obtenido el 40% de los votos válidos que obtuvo Keiko Fujimori, su ventaja en el Congreso habría aumentado un poco más. Este dato frío demuestra lo negativo que sería hacer la elección congresal junto con la segunda vuelta presidencial, tal como lo propuso la Comisión de Alto Nivel para la Reforma Política, lo que tendría el efecto de polarizar la elección entre dos y haría desaparecer al resto de alternativas.

elecciones y resultados

En nuestra sociedad jerarquizada y racista, con una historia de caudillos, con más súbditos (vasallos o ahijados, da lo mismo) que ciudadanos, donde las elecciones fueron por más de un siglo pantomimas, los diputados y senadores fueron casi siempre la prolongación del brazo caudillesco antes que representantes de los electores. A su vez, éstos fueron sometidos al juego clientelista que delimitaba territorios políticos conforme sus intereses parciales.  Basta leer a Abelardo Gamarra o a González Prada para constatar cuán añejo es el problema de la corrupción política entre nosotros.

Con la llegada de la revolución neoliberal que trajo un aparato electoral moderno, el esquema no cambió, tal como lo han demostrado las revelaciones sobre la generosidad de Odebrecht y sus socios /competidores peruanos que inclinaban la cancha de la propaganda y publicidad en favor de algunos candidatos. La desidia y falta de interés del electorado disperso y atomizado resulta la consecuencia de un desprestigio mayúsculo que ha arrastrado en su desgracia a la institución de la representación, fundamental en un Estado de Derecho. La prensa amarilla ha puesto también su granito de arena inflando globos y destruyendo honras.

Para tratar de comprender a los electores peruanos contemporáneos, Alberto Vergara, en su libro “Ni amnésicos ni irracionales”, sentó la tesis de que los electores atendían y procesaban el discurso de los candidatos con relación a dos contradicciones, a saber: librecambismo versus intervencionismo estatal; y respeto de la ley y las instituciones versus discrecionalidad. Quienes ganaron las elecciones del 2001 y 2006 fueron los candidatos que se colocaban (o el imaginario popular lo hacía) más al centro en ambas contradicciones, respecto de sus rivales en la segunda vuelta. En el Epílogo de la nueva edición de este libro, Vergara señala que en las cuatro elecciones desde el 2001, tres de los ganadores se ubicaron en el lado prolegalidad e institucionalidad, por lo que concluye “en segunda vuelta resulta importantísimo ser percibido como un candidato del bloque democrático”.[2] Pero a la vez, destaca que los vencedores del 2006 y 2011 fueron favorables a la intervención estatal.

La combinación de ambas contradicciones, según Vergara, configura lo que ha bautizado como “los horizontes estadonacional y posestadonacional” en los que se agrupan los electores y concluye que la opción mayoritaria de los electores es la primera, es decir, en las cuatro elecciones más del 60% de los electores apoyó a candidatos que prometían un Estado que atienda las necesidades básicas de la población mediante políticas públicas que garanticen la igualdad de trato a todos los ciudadanos.

En el citado Epílogo, Vergara destaca que en la segunda vuelta de la elección del 2016, mientras Fujimori atacó el problema de la inseguridad ciudadana, Kuczynski dijo que defendería la democracia y combatiría la corrupción. El resultado, como sabemos, fue un empate político que trajo el empantanamiento que conocemos.

Sin embargo, después del estallido de la bomba Odebrecht, que hizo caer a Kuczynski,  encarcelar en Estados Unidos a Toledo, suicidar a AG y apresar a Susana Villarán, las grandes mayorías no dan un centavo por los políticos o los aspirantes a un cargo público. ¿Cómo se va a comportar, en este contexto, el electorado frente a una elección de un Congreso disminuido y apocado, ahora que el eje de corrupción versus decencia, es más relevante aún, de los que señaló en su libro del 2007, Alberto Vergara? Es de suponer que el ausentismo crecerá, lo mismo que la cantidad de votos nulos y en blanco[3], impulsados por una campaña sin ideas ni debates sobre las reformas urgentes a emprender y con muchas payasadas y exabruptos de quienes tratan de atraer el voto del elector desinformado.

La ruta de la decisión del promedio de nuestro electorado parece ser la que señala un meme anónimo: Primero buscar a los mejores; buscar luego a los “pasables”, si no se encuentra a los mejores. Por último, escoger al mal menor. Obviamente, el mal menor varía según la praxis o la vida que lleva el elector y sus aspiraciones. En el camino siempre habrá la tentación de no ir a votar o la de anular el voto o votar en blanco.

Si los jugadores de la selección peruana de fútbol fuesen elegidos por voto popular, ¿habría la desidia, el escepticismo que hoy se observa para elegir a 130 congresistas? Es evidente que no, no sólo porque todos llevamos un director técnico en el pecho, sino que, pese a que tres o cuatro clubes arrastran a decenas de miles de hinchas rivales entre sí, la selección representa a la nación, es decir, a intereses y sentimientos que están por encima de los colores de clubes particulares y es un símbolo vivo de la unidad nacional.

Por desgracia, la política representa la lucha y la división y hasta guerras fratricidas. Después de tantas pesadillas, no parece haber candidatos que quieran o puedan encantar a los espantados y agotados electores, con sueños de que un Perú distinto es posible. Pero no hay que desmayar, porque, como dice Vergara, “el tiempo transcurrido ha demostrado que nuestra democracia era más fuerte de lo que creíamos”. Afirmemos el optimismo de la voluntad y de la acción; debemos “confiar menos en la revolución capitalista y más en la revolución democrática”.

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[1] Siempre se pasa por alto que la adhesión a una candidatura presidencial con frecuencia es mayor que el respaldo a su lista de candidatos congresales. En el 2006 AG sacó 750 mil votos más que sus congresistas y OH obtuvo 1.5 millones de votos más que ellos. Luego, en el 2011, OH recibió 30% más de votos que sus congresistas y lo mismo pasó con KF que los aventajó con 15% de votos. En el 2016 los congresistas de PPK recibieron casi un 38% de votos menos que su líder y 1.1 millón de votos menos respaldaron a los congresistas izquierdistas de los que obtuvo Verónika Mendoza.

[2] Vergara Alberto Ni amnésicos ni irracionales. Ed. Planeta, Lima, p.187

[3] En las Elecciones Congresales del 2006, los votos nulos y blancos sumaron el 26.47% de los votos emitidos; en las del 2011 bajaron al 23.18%; y en las del 2016 pegaron un salto hasta el 35%.

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