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In Memorian: texto de Juan Guillermo Carpio en la presentación de Texao

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Después de estudiar – durante mucho tiempo – los dispersos y fragmentarios trabajos sobre la historia republicana de Arequipa, después de precisar una línea de investigación, de formular un conjunto de hipótesis y de haber bebido en la popular leyenda de Mostajo, una
mañana de agosto, hace ya muchos años, me comprometí a realizar el estudio de la vida de don Francisco Mostajo Miranda, a quien en adelante llamaré “Texao”, porque la importancia de su vida no estuvo en ser la flor más bella o más cuidada de Arequipa, sino en ser la flor más rebelde. Fue él quien quiso a esta tierra no por lo que es, sino por lo que debería ser y jamás lo doblegaron la espada uniformada, ni la “razón” del tinterillo o el cuchicheo febril de cucufatas.

Su vida fue una vida en contra, silvestremente solitaria. Él no quiso deshacer entuertos que el porvenir producía en el pasado, él quiso
destruir las amarras con que el pasado sujetaba al porvenir. Por eso es que también declaró que para estudiar su vida, tendré que estudiar su medio, su tiempo, no para ubicarlo en un paisaje; él no fue adorno, como el Texao no es flor de macetero; sino para hacer ver, cómo es la vida de un hombre que desentona yendo contra la corriente, a ser parte de la corriente misma.

Su vida fue un contrapunto indómito con la vida de su pueblo. Su tiempo fue el centro de la vertiginosa lucha entre dos corrientes: el mundo oligárquico provinciano y el desarrollo universal del capitalismo. En su puesto de lucha fue un político romántico porque soñaba en futuro, y al mismo tiempo, fue anticlerical porque le desesperaba vivir en la sombra de un pasado pigmeo. Fue universitario y, con su voz, rasgó los velos del claustro que sólo hacía eco a viejas letanías.

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Fue abogado, pero su cerebro no se cuadriculó por la lectura de los códigos, ni su sentido de justicia terminaba en la pedestre lucha de las leyes y en la aplicación de sus procedimientos. Fue poeta, pero nunca hizo odas a quien no lo merecía y, finalmente, no escribió la historia de Arequipa, pero si la HIZO, liderando y luchando junto a su pueblo como una antorcha inflamada en rebeldía.

TEXAO está dedicado al pueblo de Arequipa, verdadero protagonista de nuestra historia, que en miles de años de esfuerzo en este valle del Chili ha
sabido elaborar esta identidad mestiza que se manifiesta en una ciudad, una campiña y un modo de ser, incomparables.

A las mujeres arequipeñas, de jóvenes güenamozas y para siempre lindas, sabias, fuertes, que supieron forjar hijos de bien y una culinaria con personalidad, como destellos fulgurantes y sapientes de sus manos, en los arduos y religiosos entresijos del hogar y en los fogones prodigiosos de sus casas y de las picanterías.

A los canteros, albañiles y alarifes que, con su esfuerzo vital, han sabido hacer que sus cinceles destilen sus almas cholas en la sobriedad y el primoroso encanto del sillar.

A los chacareros o lonccos que, por generaciones, han dejado sus vidas haciendo andenerías y tabladas y sembrando esperanza en este oasis de verdura que como macetero florido bordea mi ciudad.

A los comerciantes y empresarios que, en su viejo y cada día nuevo trajinar, han sabido extender las fronteras económicas de Arequipa en toda la región sur peruana e insertarse en el mundo.

A los artesanos e industriales que, ya sea repujando el cuero, golpeando la hojalata, tejiendo telas, dando forma a la madera o haciendo bombones de chocolate o barras de acero; hacen con delectación de artistas todo lo que consumimos los arequipeños.

A los obreros y empleados, que ponen su creatividad humana en cada producto que elaboran; y que se ganan el pan de cada día con el sudor de su frente.

A los músicos de mi pueblo que al bordón de una guitarra, cantan en dúo el yaraví de refinadísima tristeza, o que con estudiantinas y bandas de caperos inventan la alegría con sones de gozosas marineras y pampeñas.

A los intelectuales, que reinventan la vida al pie del Misti, en el arte, la ciencia, la técnica o la profesión que practican.

A los mineros, que saben sacar de nuestro suelo volcánico los minerales con que la naturaleza nos retribuye por vivir en uno de los retazos más indómitos del planeta.

A los migrantes que empaquetan sus dolores y vienen a radicar en mi Arequipa, convirtiéndola en tierra de esperanza; y transformando el arenal y las faldas de los cerros en monumentos solidarios al sacrificio y trabajo de los más pobres.

Este pueblo, anónimo y querido, desfila por mi mente como un recuerdo, como un impulso, como el desafío que siento por ser arequipeño.

A la memoria de mis padres: Teodora Muñoz Rivera y Oscar Carpio Arias. Porque ella, con sus cantos y alegría de vivir a pesar de las dificultades. Y él, con su laboriosidad, vocación de servicio, honradez e insaciable sed por aprender, me dieron la vida y me enseñaron a ser arequipeño.


QUIERO
Quiero ser ese arequipeño
que Arequipa busca.
Quiero poder investigarla
descifrar y contar su historia
con todo mi ser
desde mis canas más hirsutas
hasta el duro callito
de mi dedo meñique
del pie derecho.
Quiero que por mí
hablen todos los que se fueron
sin poder decirnos algo
pero hicieron mucho
porque dieron ser y forma
a este blanco bordado por la libertad
en el azul añil del firmamento.


San Lázaro, 21 de mayo del 2016, 6.26 de la madrugada.
Juan Guillermo Carpio Muñoz.

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