Los ojos de todos los actores políticos están mirando el rictus de los catorce congresistas del FREPAP que se abstuvieron al votar la admisión al debate de la moción que plantea declarar la vacancia de la Presidencia de la República. ¿Inclinarán la balanza hacia la vacancia y el salto al vacío, la aventura o la esperanza, según el lente que se use al observarla? O, por el contrario, ¿se impondrá en sus cabezas la razón política, la razón de Estado y votarán por seguir en el curso inestable de los acontecimientos hasta arribar a las elecciones del 11 de abril y a la entrega del mando el 28 de julio?
El ictus (ichtus) o el pescadito, es el símbolo que asumió el FREPAP para identificarse, como lo hicieron los cristianos perseguidos de los primeros siglos, para recordar el milagro de la multiplicación de los peces. La multiplicación de sus votos –que pasaron del millón- fue la novedad de la elección de enero. Muchos temieron estar frente a una secta fanática y auguraron la invasión de los bárbaros a nuestras tierras henchidas de paz y prosperidad. Los antropólogos que los habían estudiado procuraron calmar las aguas y llamaron la atención sobre su asentamiento popular; desde los cerros de Lima hasta las aldeas fronterizas de la selva.
Sólo los cronistas parlamentarios – porque la gran prensa los sigue ninguneando -, pueden dar cuenta de su disciplina y de sus proyectos de ley presentados que parecen haberles arrebatado las banderas a las izquierdas tradicionales: el que congela los intereses bancarios, el que crea un impuesto extraordinario a las riquezas, el que permite el retiro de los fondos de la ONP a pensionistas que hayan aportado menos de quince años y no tendrían derecho a recibir pensión. Y más aún, de sus votos de desconfianza con el gabinete Cateriano; o su decidido apoyo para cerrar el paso a los condenados por la justicia que pretendan aspirar a cargos públicos.
Llegamos entonces al rictus, que es un gesto opaco que puede significar una sonrisa de compromiso o el íntimo desagrado o dolor que debe ser refrenado delante de los demás.
Esa doble lectura merecen también las palabras de la vocera de la bancada, la abogada María Teresa Céspedes, cuando evaluó la crisis desatada por la divulgación de unos audios que comprometen la credibilidad del presidente de la República. Reclamó y exigió a Vizcarra que tenga la valentía de aceptar sus errores, como tenía la valentía de atacar a (todos) los congresistas; y que más bien, buscara la unidad nacional para luchar contra la pandemia y la crisis económica. Dijo que esperaban una explicación de sus expresiones vertidas en la conversación con sus secretarias. Que lamentaban que esas no hubieran ocurrido. Insinuó que habría en Vizcarra una censurable intención de obstrucción de la justicia; aunque dijo que no se pronunciaban sobre el fondo del asunto “porque de por medio está la gobernabilidad”.
¿Qué pasará en los días que median hasta el viernes 18? ¿La lucha por el poder será a cuchillazos, mientras se predica razón y ley; debido proceso y gobernabilidad, atención a los vulnerables y servicio al pueblo? ¿Se impondrá el circo y los chantajes disfrazados de los facinerosos? ¿O se podrá encausar la bilis y el natural resentimiento que ocasionan las confrontaciones políticas, para conversar y escuchar, buscando alianzas más allá de la clase social, del partido, para negociar (qué mala palabra, estigmatizada por el fujimorismo y, sin embargo, tan frecuente en la praxis de un orden demoliberal) compromisos para salvar a la Patria de la debacle a la que estamos siendo arrastrados por un puñado de aventureros?
En esta semana, que puede ocurrir un terremoto que empeore todo, los pescaditos serán el fiel de la balanza. ¿Cómo ven o sienten ellos la relación entre ética y política, entre ley y realidad? ¿Coincidirán con ellos los congresistas del Frente Amplio, que parecen naufragar en soledad?
Publicado en Noticias Ser
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