Lo que más sorprende de esta nueva fase de la pandemia es la absoluta disociación existente entre la realidad “real” y la realidad “virtual” paralela creada por las redes sociales. De un lado, tenemos UCIs colapsadas, colas interminables en busca de oxígeno y noticias diarias de gente cercana infectándose; mientras que del otro lado, tenemos una masa de usuarios de Internet cuyo discurso colisiona incluso con los principios más básicos de la lógica: un 48% de población que dice que no se vacunará, que sigue hablando de “plandemia”, e incluso que afirma (basándose en tal o cual video) que los hospitales están vacíos, que el Covid no existe y que en realidad la gente está muriendo de otras cosas dentro de lo “esperable”.
El negacionismo tiene una larga historia a nivel mundial, y también la tiene desde hace ya unos años en el Perú (en particular, con respecto al carácter terrorista de Sendero Luminoso); pero nunca había ocurrido en nuestra historia que tanta gente negara, de manera tan burda, la existencia de enfermedades ampliamente estudiadas. La evidencia científica debería ser incuestionable (al menos eso no ocurrió con la última epidemia que tuvimos, la del virus del cólera en 1991). Es necesario entender cuáles son los mecanismos que generan esta dinámica perversa de (des)información; en un contexto en el que las redes sociales se vienen posicionando por encima de los creadores de contenido (nosotros, los usuarios comunes y corrientes); como parte de una estrategia integral de lucha contra la pandemia. La guerra contra el Covid también la luchamos en el campo virtual, y también la estamos perdiendo ahí.
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