En 1796, Edward Jenner inoculó materia infectada de viruela bovina en un niño de 8 años, utilizando un antiguo método turco de prevención de infecciones. Funcionó, pues el menor no enfermó y, a pesar de que después también fue inyectado con el virus, no se contagió. Luego, se utilizó viruela humana en más pacientes, obteniendo los mismos buenos resultados. A pesar de ello, la Asociación Médica de Londres se opuso al tratamiento, argumentado que los pacientes podrían convertirse gradualmente en ganado vacuno. Más de doscientos años después, se siguen diciendo disparates sobre las vacunas, pese a que los registros históricos muestran que constituyen uno de los avances científicos que más vidas han salvado en el mundo.
El gobierno peruano ha anunciado que el 9 de febrero llegará a nuestro país el primer lote de vacunas contra la Covid-19; pero esta, no es tan buena noticia como debiera. Nuestros eternos lastres de ineficiencia y corrupción juegan en contra, como siempre. Como se sabe, la distribución de una vacuna requiere de una cadena continua y adecuada de procesos en la que se puede echar a perder el producto sino se tiene cuidado. Sabemos, también, que los pillos están en todos los rincones y que no faltará quien busque aprovechar cualquier descuido para negociar con tan importante insumo. Y como si eso no fuera suficiente, la efectividad de la vacuna se enfrenta a dos obstáculos biológicos: las mutaciones y … los antivacunas, pues el virus se hace resistente a la vacuna mientras menos personas se hayan vacunado.
Así, aunque la ciencia nos tienda la mano, nosotros mismos obstruimos esa ayuda.
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