
Ha pasado poco más de un mes del fatídico 9 de enero en el que fallecieron 18 personas entre manifestantes, civiles y un policía en Puno. El dolor y la tristeza se respira en las calles de Juliaca, mientras en la zona aledaña al aeropuerto aún se pueden notar las huellas que dejó la violenta represión. Los rastros de los disparos están impregnados en el concreto y en las paredes de las viviendas, tanto como en la memoria de los testigos.
El gobierno sigue sin reconocer responsabilidad alguna. La presidenta Dina Boluarte pidió que la mamacha Candelaria los haga reflexionar y cesen las protestas que piden su renuncia y el cierre del Congreso.
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