El 4 de enero de 1945 la Iglesia Católica y sus numerosos fieles peruanos recibieron un regalo anticipado de los reyes magos. Más bien, del Presidente del Perú don Manuel Prado Ugarteche. Me refiero al decreto que reglamentó el culto y propaganda religiosa no católica en todas las ciudades, incluida Arequipa.
Así, entre los considerandos del decreto se leen las siguientes perlas: “Que el artículo 232 de la Constitución declara la protección del Estado a la Religión Católica, Apostólica y Romana y establece que ´las demás religiones gozan de la libertad para el ejercicio de sus respectivos cultos´. Que por su naturaleza, el culto debe ejercerse dentro de los templos existentes y no en reuniones públicas, salvo los casos en que así lo establezca el rito católico, cuya religión protege el Estado. Que el Estado invierte cantidades apreciables en el desarrollo de misiones católicas la actuación de las cuales no debe neutralizarse ni contradecirse por propaganda religiosa diferente”.
El documento oficial, decretó: “Artículo 1°: El culto correspondiente a todas las religiones se realizará exclusivamente dentro de los respectivos templos, excepto el propio de la religión católica que el Estado protege conforme a la Constitución. Y 2°: Se prohíbe realizar reuniones o actos de propaganda religiosa no católica en parques, plazas y demás lugares públicos; etc.
Por supuesto que este decreto fue celebrado por la Iglesia Católica en todo el Perú y, en Arequipa católica, no se diga. En el Palacio Arzobispal se reunió en sesión el Consejo Arquidiocesano de Acción Social, en sus cuatro ramas, bajo la presidencia del Arzobispo Mariano Holguín. Luego, entre aclamaciones leyeron en voz alta el decreto. Acordaron felicitar y agradecer al Presidente Prado mediante un efusivo telegrama que firmaron desde el Alcalde y Arzobispo hasta los presidentes de cofradías, hermandades, párrocos, priores y prioras, guardianes, comendadores, presidentes de la Acción Católica de cada una de las parroquias de la ciudad, presidente de los Círculos Obreros Católicos, y demás organizaciones pías ¡que piaron de alegría y júbilo hasta más no poder!
(En las citas textuales de esta obra se respeta la ortografía de los originales)
