“La Leyenda Negra sigue viva en el mundo”, decía Jorge Basadre poco antes de morir en 1980. Podemos seguir diciendo exactamente lo mismo hoy en Iberoamérica, pero ya no en España. Estas últimas décadas se ha producido allí un aluvión de voces en el mundo académico y fuera de él, en los medios, como Youtube, por ejemplo, (mi favorito) para destruir, disolver, deconstruir la Leyenda Negra, develando su carácter legendario. La Leyenda Negra, aunque usted no lo crea, es una leyenda, valga la tautología. Parte de la realidad… pero después hace absolutamente lo que quiere, como en una novela de Kafka.
Y para esa tarea de deconstrucción y construcción, hay una buena cantidad de investigadores españoles que se han dedicado a ella con seriedad y pasión. Tarea que ha esperado cuatro siglos. Cuatro siglos para que se recuerde, desde diversos aspectos y en muchas formas, que el Siglo de Oro español no fue solo literario.
Se ha ocultado a sabiendas, o no, las demás actividades o disciplinas bastante diversas del Siglo de Oro, que tienen tantos méritos y son de la misma altura, como la obra de Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Góngora, Fray Luis de León, Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, Quevedo o Calderón, etc., para merecer la misma medalla de oro de la literatura: por ejemplo la economía, el derecho y el derecho internacional, la teoría y la práctica política, la ciencia, etc., anticipándose siglos a importantes tendencias de nuestro tiempo.
Los investigadores hispanistas (que no quiere decir anti indígenas, como se cree maniqueamente) se ocupan de todos los aspectos de la Leyenda Negra. Y de todas las actividades y disciplinas que forman parte, por sus propios méritos, del bien llamado Siglo de Oro hispano. En particular, la genial labor de la Escuela de Salamanca y de los muchos sacerdotes investigadores extraordinariamente estudiosos que enseñaron o estudiaron ahí.
Lo sabemos ahora que, a partir de un enorme acopio de datos investigativos y de investigaciones muy bien organizadas y expuestas en los medios y el mundo académico, han puesto sobre el tapete los extraordinarios aportes de dicha universidad y del Siglo de Oro en general. Salamanca era la mejor universidad del mundo occidental en ese momento, probablemente. Por eso forma parte principal de la grandeza del Siglo de Oro, que empieza con el descubrimiento, conquista y colonización de América, cosa no menor. Y por eso le llamamos “de oro” y no “de cobre” u otros minerales.
Aunque el autor original de la Leyenda Negra fue el sacerdote Bartolomé de Las Casas, fue Inglaterra, máxima enemiga del Imperio, en primer lugar, la que difundió, con una enorme capacidad expansiva, todos los caricaturescos estereotipos para identificar a los españoles y deteriorar su imagen. Duró tanto tiempo, que se ha vuelto una verdad, la verdad, aun cuando se le llama “leyenda” y además “negra”. Tanto que los mismos españoles e iberoamericanos se la tragaron entera. No todos, obviamente. En el Perú, por ejemplo, no se la tragaron Jorge Basadre Grohman o José Carlos Mariátegui, o Raúl Porras Barrenechea, o Cesar Vallejo, etc. Los ingleses son, sin duda, los inventores del marketing, saben muy bien como destruir comercialmente (y extra comercialmente) a la competencia. Inglaterra ha sido el gran difusor de la Leyenda Negra, por acción u omisión.
Un ejemplo particular de los aportes salmantinos, entre muchos otros, son los aportes a la economía moderna o de mercado: el carácter subjetivo del valor, por ejemplo, que los socialistas y estatistas no terminan de entender o asimilar nunca. Porque siguen creyendo en el carácter objetivo del valor. Pero no hay valor objetivo. El valor no se puede objetivar porque es intrínsecamente subjetivo (Perogrullo dixit). Así también la teoría cuantitativa de los precios, la discutida sanción a la usura, la función del papel moneda, la libertad de comercio, el desarrollo de la navegación, la oceanografía y cartografía, etc. Por eso, y no solo por su innegable coraje, españoles y portugueses se lanzaron a mar abierto, más allá de las columnas de Hércules, antes que todos, para descubrir y conquistar el mundo. Y empezar a globalizarlo.
Todo eso nos lleva a reconocer que la Escuela de Salamanca es, si no la creadora, la precursora de la economía moderna o capitalista. Y por eso Hayek o Mises, líderes de la célebre Escuela Austriaca de Economía, que se impone en nuestra época por sus aciertos y predicciones, conocieron y reconocieron a la de Salamanca por sus avanzados conceptos económicos. Si solo hubieran sido los primeros “economistas” (dos siglos antes que exista “la economía” como disciplina autónoma) en reconocer el carácter subjetivo del valor hace cuatro siglos, ya sería una genialidad.
Pero, además, el carácter subjetivo del valor es una idea que se ha mantenido viva hasta hoy. Y hoy, más aún, se impone ante los variados desastres de la economía socialista, a pesar de la extendida campaña en contra de la economía moderna o capitalista de parte del comunismo y el socialismo ideológicos durante dos siglos. Hasta ahora se mantiene en las diversas formas y grados de intervencionismo estatal. Socialismo, democrático o no, siempre ha sido estatismo y nada más que estatismo. No hay nada social en el Socialismo. Nada es menos social, o de interés público, que el estatismo. Va de la mano con el desprecio o la negación del individuo de carne y hueso, de cada uno de nosotros.
Y debemos saber también que un salmantino, Juan de Mariana, tuvo la audacia y el valor de postular el derecho de los pueblos al tiranicidio, cuando la autoridad abuse o los perjudique seriamente (ahí entraba el Papa y el Emperador). Esto sigue siendo demasiado avanzado aún para nuestro tiempo, tiempo de impunidad, especialmente respecto a los más corruptos y siniestros gobiernos en la región. Impunidad total.
Pero si eso fuera poco, los hispanos debemos saber también que fue un sacerdote dominico llamado Francisco de Vitoria, primer líder de la Escuela de Salamanca, el creador del Derecho Internacional (casi cien años antes que Hugo Grocio, a quien se le considera así, por interés o ignorancia, a pesar de que él reconocía como maestro a Suárez, de la misma Escuela salamantina) al plantear el problema de la “guerra justa”, los “justos títulos” en América, de los derechos de los indígenas a la libertad y a la propiedad. Y los derechos que podían tener los conquistadores en territorios que ya estaban ocupados por sus legítimos dueños cuando ellos llegaron.
Increíblemente, para Carlos V esto era un problema (no una razón para imponer sus deseos, caprichos o intereses personales). Y como el asunto no era claro, pidió consejo o asesoría a la Escuela de Salamanca, creada y representada esta ocasión por Francisco de Vitoria. Vitoria hizo Derecho Internacional de hecho y no solo su teorización. Y al hacerlo, de hecho y de derecho, lo creó. Y lo creó al asesorar al rey Carlos V en el asunto de los “justos títulos” y de la “guerra justa” y del “derecho indiano”. Todo sobre los derechos y obligaciones en las tierras conquistadas. Y al desaconsejar al emperador la ilusa idea propugnada por su paternalista colega Bartolomé de las Casas, del retiro definitivo de los españoles de territorio americano, por las denuncias del mismo Las Casas.
Ilusión que, de haberse hecho realidad, hubiéramos tenido a los ingleses al día siguiente, a más tardar, aquí, en tierra abandonada por los españoles. Las consecuencias hubieran sido catastróficas, a juzgar por la vida actual de los habitantes de reservaciones en los EEUU. Y nosotros no estaríamos aquí para contarlo.
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