El plan siniestro de la señora K

"El fujimorismo no ha muerto y esa sí que es una noticia muy mala para la gran mayoría de peruanos. El líder de la banda no estará más, pero quedan los vástagos, la señora K y los fanáticos"

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La señora K, fría y ambiciosa, lo tenía todo calculadísimo. Sabía que de ninguna manera su padre —depauperado por un cáncer de larga data— llegaría en condiciones elementales a la feroz contienda electoral del año 2026. Sin embargo, lo postuló para quedar bien (con las huestes naranjas y con los incautos de siempre, que no son pocos). Lo hizo para la fotografía y para impostura que le suelen ser tan afines. Fue un gesto político en su más escabrosa connotación.

“Tomaré la posta de nuevo”, quizá pensó frotándose las manos con fruición: “Pero ahora les diré que piensen en él, en su memoria, en su gobierno… Yo tengo que terminar la tarea. ¡Su entierro será todo un espectáculo!, voy a exprimirlo hasta después de muerto… porque ésta también será mi última oportunidad”.

Su mucama de turno, la torpe señora D, obsecuente hasta la deshonra, decretó tres —repito: ¡tres!— días de duelo nacional y, por si fuera poco, fue diligente para ofrecer unas exequias dignas de un estadista de la patria (que, para muchos desavisados, no tiene parangón). La opereta ya estaba armada y la prensa más canalla y farsesca se encargaría de refrescarnos la memoria de una muy particular —y provechosa, para ellos— manera: en Latina se llegó a decir que el incendio del Banco de la Nación lo provocaron los protestantes de la Marcha de los 4 Suyos (cuando todos sabemos que fue otra puesta en escena sangrienta de Montesinos y su secuaz).

¿Faltaba algo más? Sí, por supuesto: el sátrapa moriría a la misma edad y en el mismo día que falleció el genocida terrorista Abimael Guzmán Reinoso. Atroces coincidencias o meros ajustes de cuentas del destino; porque la mejor manera de hacer reír a Dios es contándole nuestros planes (el japonés señaló, en una de sus últimas apariciones, con su clásico semblante taimado, que estaba tramitando su RUC para cobrar las regalías que debía recibir por sus libros).

El fujimorismo no ha muerto y esa sí que es una noticia muy mala para la gran mayoría de peruanos. El líder de la banda no estará más, pero quedan los vástagos, la señora K y los fanáticos de la talla de Miki Torres:

—Ha muerto un héroe —sentenció ese infeliz, sin que le temblara la voz de vergüenza, ante las lágrimas del solícito reportero de América Televisión (o de Canal N, da lo mismo).

Habrá circo, qué duda cabe. Y el fujimorismo, una vez más, irá con todo y por todo. Se exhumarán recuerdos y se exagerarán méritos propios y ajenos. Se hará ficción a cargo de sus mastines más agachados y fieles, como ocurre en la ignominiosa política peruana.

¿Nos meterán el dedo de nuevo? Uno hace zapping o va al puesto de periódicos y, desconsolado, cree que sí. El verdadero cáncer es el fujimorismo más recalcitrante y violento. Y, al parecer, está a punto de devorarnos.

¿Cómo evitar otro precipicio de cara al 2026? Estas horas aciagas exigen inconmensurables dosis de memoria y, sobre todo, de dignidad.

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