Opinión: Quinta columna

Por fin, fui al Hay Festival

«Entusiasmados con la idea de poder ver de cerca y conseguir un autógrafo de Irene Vallejo, la autora de la extraordinaria historia del libro y las bibliotecas “El infinito en un junco”, allá fuimos»

Por Alfredo Quintanilla | 17 noviembre, 2024

Después de cinco años en que escribí – con un verde pálido de envidia – una nota encomiástica sobre el Hay Festival, por fin pude llegar al festín que ha confirmado a Arequipa como la capital cultural del Perú. Viaje que no hice antes porque, como peruano de a pie, me impidió hacerlo mi chamba alimenticia. Claro, en el 2020 el año de la pandemia y el encierro, participé virtualmente, y no me perdí una palabra de las intervenciones de Javier Cercas, el novelista de “Soldados de Salamina”. Ahora jubilado, me di el lujo de asistir a su décima edición, aunque sólo asistiéramos, con Cledy, a cinco de los 38 eventos ofrecidos para el sábado y domingo pasados.

Pero primero, lo primero: los arequipeños debemos agradecer a Mario Vargas Llosa haber puesto a su tierra en el top internacional de los eventos culturales, pues el Hay Festival de Literatura y Artes se da en un puñado de ciudades europeas y solo en Querétaro (México) y Cartagena (Colombia) en América. Él gestionó con el Comité organizador de Hay-On-Way, pequeña ciudad de Gales donde nació, por iniciativa ciudadana, autorizara su organización en la Ciudad Blanca. Entonces, los empresarios locales (Cerro Verde, Leche Gloria, Cementos Yura, y las fundaciones de los bancos de Crédito y Continental a la cabeza) cofinanciaron el viaje de las estrellas intelectuales de cada año para que dialogaran con los intelectuales peruanos, delante del público arequipeño.

Entusiasmados con la idea de poder ver de cerca y conseguir un autógrafo de Irene Vallejo, la autora de la extraordinaria historia del libro y las bibliotecas “El infinito en un junco”, allá fuimos. Y nuestro pequeño sueño se vio realizado. Hicimos cola de media cuadra para ingresar al Teatro Municipal en medio de gente llegada de Lima, a la que siempre vemos en la tele, el teatro o en las presentaciones de libros. Tres cuartas partes de las butacas estaban ocupadas del amplio salón, con la mayor parte de afuerinos. Recordé que en primera fila vi a Vargas Llosa cuando regresó por primera vez a Arequipa en el 71 y contó su “Historia secreta de La Casa Verde”. 

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Esta vez, estuvieron en el proscenio Irene y Daniel Mordzinski, un fotógrafo de fama mundial especializado en retratar escritores, como que, a los 18 años, al empezar su carrera, había retratado nada menos que al maestro Borges. La conducción del diálogo estuvo a cargo del novelista peruano Jeremías Gamboa, que planteó los temas con tanta inteligencia y finura que nos insertó en un diálogo de sobremesa entretenido y profundo al mismo tiempo que tuvo altas cotas emotivas, como cuando Mordzinski contó que, a los 25 años, cuando iba a presentar solo, huérfano, wakcha como decimos nosotros, su primera exposición en París, se atrevió a dejar un mensaje en el teléfono del muy famoso Julio Cortázar, su paisano, a quien no conocía, para invitarlo. “Y Julio vino”, concluyó y todos sentimos el mismo nudo en la garganta de la emoción.

O cuando Irene repitió, como otras veces, que debe su vida al “Trilce” de Vallejo, que su padre -apellidado Vallejo Vallejo- consiguió, casi de contrabando. Porque los libros del Cholo estaban prohibidos bajo la dictadura franquista, para regalárselo a quien estaba galanteando. Y que su madre se había enamorado del portador al leer los poemas. Y para demostrar cuán metido está nuestro Vallejo en su corazón, recitó completo, a viva voz “Idilio muerto”. Ese que empieza: “Qué estará haciendo esta hora / mi andina y dulce Rita / de junco y capulí / ahora que me asfixia Bizancio / y que dormita la sangre /como flojo cognac dentro de mí…”. Juro que todos, discretos, secábamos impertinentes lágrimas. Y remató diciendo que el título de su libro es un homenaje al infinito de Borges y al junco de César Vallejo. Ovación cerrada.

Con gusto hicimos una hora de cola bajo el calcinante sol para conseguir su autógrafo, lo que aprovechamos para tomarle fotos a Mordzinski, el fotógrafo del Festival, con Cledy. Mientras, él comentaba por mí: “Menos mal que tiemblas de la emoción y no de celos”. Tuvimos un minuto glorioso con Irene: sencilla, tierna, como si fuéramos viejos amigos. Y al hacerle la dedicatoria a nuestra hija, recitó otros versos de Vallejo.

Bien, pasado el momento emotivo, enderecémonos. Ojo que esta es la visión parcial de un visitante que no está en el top cultural, pero se defiende leyendo doce libros al año. Por la tarde, fuimos a un conversatorio de Irene con Natalia Sobrevilla sobre la importancia de los archivos y las bibliotecas. Y también sobre la necesidad de fomentar la lectura en tiempos de tiktocs y memes. (Me pregunté si los organizadores se habrían interesado en invitar a los funcionarios municipales que hacen esa chamba, para levantarles el ánimo).

Terminamos asistiendo a una conversa entre el premio nóbel de la Paz costarricense Carlos Umaña, el internacionalista Farid Kahhat y la feminista y dirigente de izquierda Rocío Silva Santisteban. El tema era “Repensando el Continente”, pero Umaña habló de la desnuclearización de América Latin. Farid habló del avance de la ultraderecha en toda América y Rocío, de los pueblos indígenas y las intervenciones de las feministas. Medio auditorio.

El domingo empezamos con un interesante conversatorio con impecable traducción simultánea del premio nóbel de Literatura tanzanio Abdulrazak Grumah, dos escritoras africanas y Natalia, sobre la persistencia de la política colonial en las culturas de hoy. Interesantísimo el tema, pero visto desde Londres, donde los cuatro viven. Es un tema que poco nos toca, a menos que hubiera participado un indigenista, antiestado peruano. En todo caso, sirvió para desprovincianizar mi mirada.

Terminamos viendo una conversa programada por el Hay Festival en el Cultural Peruano Norteamericano, con menos de media sala, sobre «Identidad y diáspora en la literatura» con la narradora Karina Pacheco de moderadora. Una marroquí, que en realidad era rifeña que no habla árabe y vive perfectamente integrada en Barcelona. Un escritor británico hijo de hindú y británica, casado con japonesa que vive en Nueva York, perfectamente integrado. Una escritora palestina, lesbiana, que vive en Los Ángeles. Frente a las preguntas planteadas, todos se sentían mestizos culturales integrados fluidamente en sus nuevas patrias; sin que sintieran haber «traicionado» a sus identidades originales. Muy buena la traducción simultánea.

Lo que nos llamó la atención fue la escasa concurrencia de arequipeños al Festival. Al parecer, los organizadores no han tenido claro cuál es su público objetivo. Me parece muy bien la asistencia de cientos de turistas culturales, pero lamento que la juventud universitaria no se haya hecho presente para aprender a mirar lejos, más allá de la capilla parroquial intelectual en que se hallan. Al fin y al cabo, a los estudiantes de ingeniería -los supuestos desinteresados de lo culturoso- se abren un par de modelos: ser Acuñas o ser Sagastis (para no mencionar a otros con condenas y procesos judiciales). 

¿Cómo cerrar la brecha de interés por las culturas contemporáneas que separa a la capa ilustrada del pueblo arequipeño de la élite cultural limeña? Al parecer, desde Gales, creo, hacen una oferta de un abanico de intelectuales, científicos, artistas, deportistas y cantantes dispuestos a venir a Arequipa. Y desde aquí se arma las contrapartes para el diálogo. Así, han pasado varios premios nóbel, que sería imposible verlos en otras circunstancias. Y otras stars del firmamento intelectual que han conversado con nuestros intelectuales y artistas, particularmente del Sur.

Pero algo está fallando y los organizadores del Hay Festival debieran enfrentar el tema con humildad. Por ejemplo, este año los temas internacionales son las guerras de Ucrania y Gaza; la expansión económica china. O los desastres naturales, temas que la juventud characata mira con curiosidad. Me cuentan que sí estuvo presente en la charla de Gabriela Wiener y en la presentación de Charles Walker sobre las cartas de Micaela Bastidas a su esposo Túpac Amaru, una verdadera joya. También, que fue un éxito la presencia de niños, adolescentes, adultos y jubilados, en la simultánea de ajedrez que jugó el campeón mundial Julio Granda. Fue en la plazuela San Francisco, donde, además, hubo otros eventos gratuitos. 

¿Cuáles son los problemas para la escasa asistencia de universitarios? ¿Muchos eventos -hasta seis- a la misma hora? ¿Poca publicidad y escueta presentación de las sesiones con sólo títulos que dicen poco? ¿Falta de compromiso de las autoridades locales y educativas? ¿Y los profesores universitarios, se coordinó con ellos? (Sé de un encuentro de Rocío Silva Santisteban con profesores de Sociología). ¿Temas muy sofisticados?

Pero el Hay también es un generador de otros eventos culturales más allá de los 75 apretados en cuatro días. Por ejemplo, gracias a la iniciativa, según entiendo, del escritor colombiano Nelson Vallejo-Nájera, la estrella del festival Irene, dio una charla de una hora a 400 estudiantes del Colegio de Alto Rendimiento. Y se quedó otra conversando con ellos, cosa que no suelen hacer los intelectuales. Una verdadera siembra de inquietudes. O que la Alianza Francesa llevara un súperdúper de la paleontología ante 300 jóvenes a explicarles cómo era el mundo hace sesenta millones de años.

Simples anotaciones de un espectador que apuesta por el futuro del Perú. Ahora, lluevan los tomates.

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