El punto de partida de la obra poética de Jorge Eduardo Eielson (Lima, 1924 – Milán, 2006) está determinado por el libro Reinos (Lima, 1944), colección de 19 poemas publicada como separata del número 9 de la revista Historia, que dirigía Jorge Basadre, y que le permitiría obtener el Premio Nacional de Poesía, un año después. La bibliografía que ahora se conoce de Eielson contempla por lo menos tres títulos anteriores, breves conjuntos o poemas únicos: Moradas y visiones del amor entero (1942), Cuatro parábolas del amor divino (1943) y Canción y muerte de Rolando (1943), aunque este último se publicó formalmente en 1959.
Estos títulos, más los que casi inmediatamente se publicarían en Lima, como Antígona (1945), Ajax en el infierno (1945), hasta Doble diamante (1947), conforman la primera etapa poética del poeta que, pronto, en 1948, luego de realizar su primera exposición pictórica, marcharía a París gracias a una beca. Ya es sabido que, desde entonces, su residencia se fijaría en Europa, especialmente en las ciudades de Paris, Roma y Milán. Y volvería al Perú en varias oportunidades. Conocido es, también, su proceso literario y pictórico, que se manifiesta en poemarios, novelas, obras de teatro, exposiciones, instalaciones, que lo convertirían en uno de los artistas contemporáneos más cosmopolitas y renovadores de nuestro país.
Eielson es de esos artistas que pareciera que todo lo que hace lo hace bien. Al cumplirse el centenario de su nacimiento, diversas actividades académicas y culturales, publicaciones y homenajes, destacan justamente esta cualidad. Incluso, sin contener la emoción, varios escritores coinciden en tertulias y conversatorios que con Eielson estuvimos más cerca de alcanzar el premio Nobel. El premio a un poeta peruano sería más simbólico y representativo, teniendo en cuenta la tradición poética peruana, encabezada por Vallejo y seguida de una larga lista de nombres de alta calidad literaria.
El centenario de Eielson es, pues, motivo para repasar y revalorar su obra artística, y, en el caso de estas líneas, de su producción poética. De las varias ediciones que se han publicado de su obra reunida, tanto en el Perú como en el extranjero, tal vez Poesía escrita (obra reunida), sea la que mejor ha agrupado el proceso poético del poeta limeño. Son tres tomos publicados por Lustra editores y Sur Anticuaria y preparados por Martha Canfield, los que se publicaron el 2015 y 2016.
Los tres tomos, subtitulados Poeta en Lima, Poeta en Roma y Poeta en Milán, marcan estas tres etapas sustanciales en el recorrido poético y vital de Eielson. Consideramos, sin embargo, que la edición de la poesía completa publicada por la Pontificia Universidad Católica el 2004, con el título de Arte poética, sea, hasta ahora, la más completa. Se debe anotar también que el libro Poesía escrita, publicado por el Instituto Nacional de Cultura, en 1976, fue, en su momento, el que mejor reunía su producción poética, pues incluía varios ejercicios visuales.
La obra poética de Eielson alcanzó muy pronto notoriedad y atención. Sus primeros poemas publicados en Lima, maduros y firmes, no parecen tener rendijas ni espacios para el juego juvenil o la experimentación del aprendizaje. Claramente temprano heredero de la literatura clásica, su presencia en el nuevo panorama literario de mitad de siglo va ser realmente novedoso. Sobre todo en una generación que, a la postre, estaría marcada por ser una de las más notables de la poesía latinoamericana.
Los títulos de sus dos primeros conjuntos de poesía, Moradas y visiones del amor entero y Cuatro parábolas del amor divino, ya nos transportan a la época del siglo de oro de la poesía española. Nos suenan a San Juan de la Cruz, a poesía mística, y claramente hay un reflejo a la esencia de la poesía clásica. El tema, el amor, es de por sí el más universal de la poesía. Y la manera solemne o formal con que Eielson lo asume, no se refiere al amor filial o carnal, sino al sentimiento íntimo, humano, que el joven poeta acaba de descubrir.
¡Oh, Amor, pasto invisible
de mi corazón, qué lejos
a tus calladas posadas con hambre
de amanecer me llego,
primera faz del gozo,
consuelo abierto
entre dormidos pétalos,
qué blanco tu martirio,
tu eternidad –tu edad–
tus últimos ojos abiertos
de quien te asila esplendor!
Así dicta la notable primera estrofa del poema Moradas y visiones del amor entero, que irá discurriendo con un lenguaje marcado por la finura y profundidad de sus versos. Sobresalen también los primeros atisbos de surrealismo (pasto verde de mi corazón) que asumiría como parte de su proceso de búsqueda de un lenguaje cada vez más abierto, lúdico.
Esta característica se va a acentuar, de alguna manera consolidarse como un sello personal, en los poemas escritos y publicados en Lima. Su poema Canción y muerte de Rolando, publicado en la revista Mercurio Peruano N° 207, contiene una clara influencia clásica, mitológica, que recuerda La canción de Rolando, o La Chanson de Roland, el más antiguo poema épico que se conoce de la tradición literaria francesa.
La versión de Eielson es atemporal, traspasa las épocas, los momentos. Y el canto es un símbolo que puede reflejar un acto heroico en cualquier circunstancia. El heroísmo se traslada del campo de batalla a la vida cotidiana: “Derruido color y forma, el cadáver de un guerrero está de pie. Y es una iglesia mutilada y es una cúpula que sueña confundirse con las nubes, cuando el alto yelmo diurno caiga sobre él”. El canto épico se convierte en el lenguaje de Eielson en un canto de amor por el hombre, el ser humano, el héroe cotidiano.
Es después de Reinos que el, aun jovencísimo Eielson, publicará en 1945 Antígona, adentrándose tanto en el mito como en la tragedia de Sófocles. Y así como Canción y muerte de Rolando, la reflexión sobre el otro gran tema de la poesía, la muerte, será el hilo conductor de la reflexión que el poeta ensaya sobre los dramas del hombre contemporáneo.
El propio poeta anota en el prólogo de la versión que se publica en la revista Mercurio Peruano, que su obra no trata de una continuidad de la tragedia de Sófocles. Más bien de una decisión de levantarme, en mi época y mi tierra, mi propio montículo y cotejar uno a uno, por visión directa, los preciosos materiales. Es así que, nuevamente, el poeta reflexiona desde su experiencia moderna, contemporánea. Y retoma la materia del viejo drama para su propia revisión, expresión o creencia.
En Antígona los temas centrales son la muerte, el poder, la orfandad. Pero, al mismo tiempo, se notará claramente la consolidación del lenguaje poético de Eielson. La firmeza de sus versos, la claridad de sus metáforas, la soltura con que asume los temas que lo acosan, van a ser las características de esta primera etapa poética. Publicará, entonces, Ajax en el infierno, retomando a un héroe mítico. Y lo coloca, en todo su esplendor en el campo de batalla, el poeta vuelve a la reflexión intimista de su propio descubrimiento del honor:
Arrastrándose entre las pezuñas húmedas, halló un boquete de luz,
desde allí, entonces, misteriosamente, pudo ver su
dormitorio, los muebles conocidos y los retratos que
amaba en la pared, ¡él mismo, tendido en su lecho de
paja, con los ojos cerrados! Hubo de reconocer con
horror, que había sido burlado una vez más:
un simple vaso de agua, volcado sobre la mesa de noche,
mojábale la almohada y la cabeza caliente.”
Eielson es protagonista de la tragedia. Es la reencarnación literaria de aquellos héroes que han sentido como cualquier humano el dolor, la gloria y el desamparo. El ciclo inicial de su poesía juvenil, clásica, dramática, se habrá de completar, o cerrar, con la publicación de En la mancha (1946). Allí se exalta y enaltece a tres personajes igual de gloriosos, clásicos, míticos y, además, ejemplares. Ellos brotan revitalizados de las páginas maestras de Cervantes: Sancho, el Quijote y Rocinante.
Es notable el profundo conocimiento que demuestra el poeta de la literatura clásica. Se explica solo por la capacidad de lectura y análisis de un artista que prematuramente descubre y consume ávidamente libros que resultan contemporáneos. Pero el joven poeta los asimila de tal manera que recrea y reinterpreta, hasta satisfacer su propia curiosidad y entendimiento.
Al dejar el Perú, Jorge Eduardo Eielson emprende otro proceso que, sin descuidar la lectura de los clásicos, se centrará en el ejercicio del lenguaje. Deja atrás los personajes griegos o latinos y ensaya formas lúdicas de expresión. Tal vez el mayor ejemplo de esta etapa será su famoso poema “Poesía en forma de pájaro”, contenido en el conjunto Tema y variaciones, publicado en Ginebra. Este poema que sutilmente aborda el tema del arte poética, combinando el lenguaje lúdico, el caligrama, surrealismo y vanguardismo, representará también su visión plástica de la poesía.
Los siguientes conjuntos poéticos se concentran tanto en el ejercicio de la palabra como en la reflexión intimista sobre la propia experiencia del poeta y los temas cotidianos del ser humano. Combina, bajo un sentido del humor que linda con lo dramático, lo difícil que es separar el idealismo de la realidad. Tal vez el conjunto que resuma mejor esta idea sea Naturaleza muerta (1958). Allí, bajo el disfraz del epigrama, el poeta resuma el tormento del hombre de intentar escapar de su condición y refugiarse en el arte. “Cuando en la noche deseo tocar la luna / Toco la luna de mis anteojos negros”.
O este otro: “Tengo los pies llenos de barro somos / Y en barro nos convertiremos”.
En Noche oscura del cuerpo (1955), la exploración es personal. Traspasa el límite de la intimidad y se hace reflexiva, e indaga en aquello que para el hombre cotidiano es invisible. Dice, por ejemplo en su poema “Cuerpo pasajero”:
Sentado en una silla
Con los ojos y las manos en pantalla
Veo pasar el río de mi sangre
Hacia la muerte…
Si bien la literatura, la poesía en particular, permite reflejar lo más oscuro de nuestro ser, ya sea bello o triste, dulce o amargo, pocas veces el lenguaje es tan directo como el de Jorge Eduardo Eielson. Aparentemente su lenguaje exquisito, sus juegos de palabras, su humor y sus requiebros, como los nudos sin principio ni fin de sus pinturas y esculturas, nos llevan por los caminos de la recreación. Éstos más bien nos retornan a la necesidad de vernos a nosotros mismos como los seres mortales y efímeros que somos.
En la poesía de Eielson el hombre es abiertamente libre. Eielson es centenario, y se ha convertido él mismo en mito y leyenda, y su obra en un clásico moderno. Su poesía, a veces mal calificada de purista, es, en el fondo, profundamente humana, incluso social, si con esto se quiere decir que no es ajena a su entorno, al drama humano de supervivir en un contexto tan asfixiante y desesperanzador.
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