Música

Genio y excentricidad de Glenn Gould

«Un hombre de oído absoluto que jamás necesitó de práctica ni de técnica, sino que le bastó con su profunda e inigualable comprensión del sonido. Llegó un día (eso era inevitable) en que abandonaría la interpretación para encerrarse en un mundo puramente intelectual de comprensión de la música».

Por Manuel Rosas Quispe | 18 febrero, 2025
Glenn Gould

“No, no soy en absoluto un excéntrico” (“Non, je ne suis pas du tout un excentrique”, Fayard, 1986) es una semblanza del controvertido pianista canadiense Glenn Gould, que Bruno Monsaigeon elaboró con la devoción y el aprecio propios de un “gouldiano” de corazón. Acantilado publicó la traducción en 2017.

Hay dos puntos que llaman la atención en este libro:

1. Los distintos registros que usa Monsaigeon para brindarnos un retrato ajustado de Gould. En la presentación, el autor nos relata cómo se gestó la obra (“Todo comenzó con una botella que arrojé al mar en 1971”). Después recurre al reportaje periodístico (con sus respectivas ilustraciones de época, en las que podemos ver, por ejemplo, a un jovencísimo Glenn Gould, meditabundo en una playa solitaria, como un romántico letraherida que se complaciese en la soledad y el abandono).

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Después pasamos a la zona de entrevistas, empezando por la que le hicieron para el diario Star of Toronto, en marzo de 1959, cuando tras su gira por la Unión Soviética, había alcanzado un prestigio internacional y también su fama de excéntrico había empezado a sonar con mayor fuerza. En este apartado es especialmente interesante la entrevista que le hace John Jessop, autor de un estudio especializado en las técnicas radiofónicas de Gould. Para mí fue primera noticia saber que Gould también había incursionado, con su talento y su punto de vista inusuales, en el mundo de la radio a través de un extenso documental dividido en tres partes; “Trilogía de la Soledad” se llamó el proyecto (del que quizá la primera parte “La Idea del Norte” sea la más conocida) en el que se escuchan voces, pitidos de un tren, sonidos ambientales, una homilía, en fin, múltiples sonidos que, bajo la forma de un ostinato se nos revelan como una composición musical. En esta entrevista, Gould desmenuza los pormenores técnicos de realización y grabación de este singular proyecto haciendo uso de una jerga especializada que brinda muy valiosa información.

Tras la sección de entrevistas, se abre una segunda parte del libro titulada “Videoconferencia”. Desde que Gould se retiró de los escenarios y de la vida pública, en 1964, utilizó este sistema, el de la videoconferencia, para comunicarse con periodistas e investigadores que querían saber qué estaba tramando el pianista desde esa especie de autoexilio que se había impuesto. Monsaingeon, no sin un tono de humor, reúne esas videoconferencias en una sola y la antecede de un “dramatis personae” que nos informa quiénes (y a qué publicación especializada o a qué institución representan) harán las preguntas. En este punto es donde Gould se explaya en sus sorprendentes críticas a vacas sagradas como Chopin o Mozart. La tercera parte del libro, final, ofrece un curioso cuestionario que Gould completó a los 19 años y una memoria, muy evocadora y personal, de la Orquesta Filarmónica de Toronto, institución capital en la que Gould dio sus primeros pasos.

2. Lo segundo que sorprende en el libro es la figura increíblemente iconoclasta y fascinante de Glenn Gould. Sus manías y sus convicciones son expuestas con absoluta franqueza y son muy provocadoras. Tras leer el libro, uno entiende que la cita que le da título es irónica porque sí que era un excéntrico y, hasta podríamos decir, una especie de extraterrestre. Un hombre de oído absoluto que jamás necesitó de práctica ni de técnica, sino que le bastó con su profunda e inigualable comprensión del sonido. Llegó un día (eso era inevitable) en que abandonaría la interpretación para encerrarse en un mundo puramente intelectual de comprensión de la música.

Desde esa dichosa atalaya, Gould pudo decir que Chopin no tenía la capacidad para moverse en composiciones de estructuras más ambiciosas, pero con sus polonesas y mazurcas lo hizo bien. También dijo que a Mozart lo consideró siempre un niño. Un niño caprichoso que allí donde tenía que haber -por ejemplo- escrito un cambio tonal, prefirió colocar un tutti, sólo por capricho. A quien alaba con fervor es a Bach. Los ditirambos a favor del compositor alemán son de antología: revelan un amor y una comprensión muy profundos.

Por supuesto, si a uno no le gusta Gould, poca gracia le va a hacer este libro. Pero yo creo que basta con escuchar las grabaciones que hizo para Columbia de las partitas 5 y 6 de Bach para cambiar de opinión. Podemos estar en total desacuerdo con su visión de la música (también dice cosas que suenan muy duras contra Alban Berg), pero no podemos negar que las dice desde la sinceridad y la absoluta franqueza. A mí, desde luego, me ha brindado un enfoque distinto sobre ciertos músicos que no me llamaban demasiado la atención (Felix Mendelssohn y Richard Strauss, en esencia) y que, a partir de ahora, escucharé tratando de entender o de sentir lo que Glenn experimentaba. 

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