Julio Humala, afinando la memoria

"Un artista como Julio Humala sabe la importancia de hacer un repertorio, es decir, de escoger la canción exacta, en el momento exacto del recital. La organización de la emoción es el oficio de músicos y escritores. La gestión de la belleza es la misión de los artistas creadores y Julio Humala Lema es uno de ellos"

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Cuando el editor Jorge Luis Roncal me anunció que Julio Humala Lema estaba por publicar una novela quedé estupefacto. Julio Humala es, como todos sabemos, un músico de merecido prestigio y que además de brillante intérprete de guitarra y charango ayacuchanos, es autor de huaynos, yaravíes, cuecas y otros géneros andinos. Mi desconcierto estaba influenciado, debo confesarlo, por un prejuicio muy arraigado en nuestro país: la desconfianza por los artistas multifacéticos. Un pintor debe pintar cuadros, un cineasta debe hacer películas y un autor de huaynos debe escribir huaynos, punto. Así son las cosas y así deben permanecer, piensa el prejuicioso.

Los artistas transversales, los que igualmente pintan como escriben, están sujetos a caución. Y, sin embargo, sin embargo… uno podría argüir que esta poli destreza le va mejor a los artistas europeos. Casos como el de Jean Cocteau son comprensibles en un ambiente cosmopolita parisino. A comienzos del siglo XX, la vanguardia se jactaba de romper sistemáticamente los esquemas y géneros establecidos; el atrevimiento era entonces recomendable para todo artista emergente. Así, Cocteau pudo alcanzar la excelencia haciendo películas, escribiendo poemas o pintando cuadros.

Pero el prejuicio tiene la piel dura. En mi resistencia a imaginar a Julio Humala novelista, me olvidaba de nuestro Jorge Eduardo Eielson nacional. El autor de la “Noche oscura del cuerpo” y “La primera muerte de María” fue, además de un extraordinario poeta y novelista, un magnífico artista plástico. Algunos dirán que, entre escribir canciones y novelas, pues se permanece en el mismo registro. Ambas están construidas de palabras, es cierto, ambas son literatura. Pero no es tan sencilla la cosa. Y si no habría que recordar el frustrado intento de Gabriel García Márquez. Cuando corrían los años ochenta y a punto de ser Nobel de literatura, tuvo la idea de hacer un álbum musical en colaboración con Rubén Blades. Luego de meses de intentarlo, El Gabo tuvo que renunciar.

Contar una historia en tan solo una página no estaba a su alcance. Para consolarse de la frustración, Blades compuso el disco “Agua de Luna” (1987) haciendo una versión de diferentes cuentos de García Márquez con Los Seis del Solar, su conjunto de entonces. Cada género literario tiene sus exigencias y límites. Cada disciplina tiene su misterio. Un buen novelista no es necesariamente un buen poeta y viceversa.

La lectura de “José María Castañeda, montonero guerrillero” de Julio Humala Lema ha permitido, entre otras cosas, desmontar mi prejuicio. La fluidez de la palabra narradora me ha hecho olvidar que detrás de las peripecias de los personajes evocados hay un artífice de la concisión, que es la condición misma del cancionista. Pero el creador musical no desaparece por completo en este nuevo avatar de Humala Lema y enhorabuena. La novela posee un fraseo particular, una manera de engarzar la palabra narradora que encandila al lector. ¡No se toca en vano la guitarra ayacuchana! Y aquí quiero resaltar un aspecto que hace mucha falta en la literatura peruana en general. La ausencia de musicalidad. Aunque suene chocante, creo que una importante cantidad de la poesía y narrativa peruanas reniega de la música.

Y no me refiero a cuestiones de rima ni cosa parecida. Más bien hablo de ritmo, de sonoridad, de fraseo. La palabra entendida como un conjunto de sonidos armonizados. Muchas veces el poeta se obnubila por la imagen fulgurante, por el hallazgo retórico, por el neologismo audaz, pero no articula el conjunto con un sentido musical. Quizás sea necesario recordar que la palabra humana, fuente matriz de la poesía, es inicialmente sonido, es decir, un conjunto de notas y armónicos que luego devendrán significados. No estoy pretendiendo que para escribir poemas o novelas se tenga que hacer una formación musical previa, pero estimular nuestro aparato auditivo al momento de crear, haría un gran bien tanto al creador, como al público.

En las películas hollywoodenses los roles están bien distribuidos: de un lado los buenos, del otro los malos; de un lado los roles principales y del otro los roles secundarios. El protagonista (por lo general el bueno, el héroe) aparece desde el primer hasta el último plano, las apariciones episódicas del personaje secundario se justifican para poner en realce al héroe. En la historia peruana escrita y divulgada ocurre algo semejante. Cuando se habla de la guerra de la Independencia, los protagonistas son San Martín, Bolívar, Sucre; son los héroes, son los nombres a retener, son el ejemplo a seguir.

Pero ocurre que la historia con H mayúscula está hecha igualmente por los roles secundarios, incluso por los anónimos, “los extras”, que así se denominan en la jerga cinematográfica a los personajes sin identidad precisa. Uno de los aportes sustantivos de la novela “José María Castañeda, montonero guerrillero” es justamente el de relatar las peripecias de un personaje secundario en la gesta libertadora. Un hombre del común, como dirían algunos.

José María Castañeda, un joven arriero catapultado a un destino heroico, por la fuerza de las circunstancias, pero sobre todo por la fuerza de sus profundas convicciones libertarias. En situaciones de crisis se revelan los caracteres. Uno puede resultar pusilánime, el otro valiente y temerario. La vida nos riega sin prevenir desafíos inimaginables. ¿Estamos o no estamos a la altura de las circunstancias? La inminencia de la muerte nos impele a la ruindad o la sublimación.

En este sentido, la elección del protagonista tiene un simbolismo potente. José María Castañeda es el equivalente de pueblo: el olvidado de la historia oficial. El que no tiene monumento alguno. Pueblo, término baboseado por políticos cínicos de ayer y hoy, que solo importa como votante ciego o como carne de cañón. Este es otro aspecto que nos recuerda la novela, la batalla de Ayacucho fue librada entre combatientes indios y mestizos. Las huestes patriotas como las realistas contaron en su mayoría con soldados indios y mestizos. Los que regaron con su sangre las Pampas de la Quinua fueron peruanos sin rostro.

Otra reivindicación importante del libro aparece ya en su título: la palabra guerrillero. Como otros aspectos relativos a la revolución, la palabra guerrillero está actualmente estigmatizada. El accionar asesino de Sendero Luminoso ha contribuido a este descrédito. “José María Castañeda, montonero guerrillero” permite resituar términos y conceptos. Guerrillero es aquel que ejercita la guerrilla, guerrilla, es una forma de combate puntual, rápida, sorpresiva y efectiva. La guerrilla se utilizó en las gestas de Túpac Amaru II, en las sublevaciones contra los gamonales de los años sesenta. La guerrilla fue la manera como los civiles franceses defendieron su país durante la ocupación nazi. Guerrillero fue José María Castañeda en la gesta patriótica por liberarse del yugo español, joven arriero ayacuchano que, sin la existencia de este hermoso libro, permanecería recluido en el anonimato, como una sombra cualquiera detrás del superhéroe galardonado de eternidad.

Que en el Perú la novela histórica tenga una audiencia privilegiada en los 2025, me parece saludable. Con obras como las de Julio Humala o Rafael Dumett, se pueden combatir, con alguna esperanza, la tendencia oscurantista que atraviesa nuestro país. Gracias a “José María Castañeda, montonero, guerrillero” podemos zafarnos de la amnesia colectiva que quieren cultivar aquellos que nos prefieren como dóciles consumidores o votantes tuertos, en lugar de ciudadanos lúcidos e ilustrados.

Que lo queramos o no, las obras literarias nos revelan. El autor puede intentar esconderse, puede pretender deshacerse de sus apetencias o fobias al momento de crear un personaje, pero inevitablemente el ser de carne y hueso, el ser de ideas y tormentos, que es el autor, aparece en la obra. Y “José María Castañeda, montonero guerrillero” no escapa a la regla, no escapa a la fatalidad. Enhorabuena. Como se trata de un relato situado dos siglos atrás, donde no existían automotores ni otros artefactos semejantes, la guerra se hacía a lomo de bestia.

El caballo era, pues, esencial a la hora de emprender cualquier campaña. Pero ocurre que intentar narrar una historia de esta época, sin el conocimiento preciso del universo ecuestre, hubiese sido una irresponsabilidad. Para suerte nuestra, la del lector, Julio Humala Lema es un fino conocedor. Y no solamente libresco, literario. Julio Humala con su propuesta de Canto Campero, (canto a caballo) es una versión muy peruana del centauro mítico, pues ha logrado armonizar, espectacularmente, la música andina con la tradición ecuestre proveniente de Europa y Oriente. Las descripciones relativas al manejo de los equinos en la novela son una verdadera delicia.

Con el justo manejo lexical, la transmisión de las emociones resulta precisa. No podemos dejar de mencionar igualmente la inclusión de canciones al interior de la trama novelística. La letra de los huaynos y yaravíes aparecen en momentos cruciales de los personajes. Un artista como Julio Humala sabe la importancia de hacer un repertorio, es decir, de escoger la canción exacta, en el momento exacto del recital. La organización de la emoción es el oficio de músicos y escritores. La gestión de la belleza es la misión de los artistas creadores y Julio Humala Lema es, qué duda cabe, uno de ellos.

Texto leído con motivo de la presentación del libro “José María Castañeda, montonero guerrillero” de Julio Humala Lema, el 10 de enero del 2025.

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