Opinión: Quinta columna

¡Feliz día don Mario!

La ocasión del 89 aniversario del nacimiento de Mario Vargas Llosa, me provoca elogiar su fecunda dedicación al ensayo, género en el que ha destacado, desde el comienzo de su carrera literaria, y que lo llevó a ser uno de los intelectuales más conspicuos de la lengua castellana. No seré el aguafiestas, como sus críticos más ácidos, que hoy resaltan la deriva neocon y ultraderechista de […]

Por Alfredo Quintanilla | 28 marzo, 2025

La ocasión del 89 aniversario del nacimiento de Mario Vargas Llosa, me provoca elogiar su fecunda dedicación al ensayo, género en el que ha destacado, desde el comienzo de su carrera literaria, y que lo llevó a ser uno de los intelectuales más conspicuos de la lengua castellana. No seré el aguafiestas, como sus críticos más ácidos, que hoy resaltan la deriva neocon y ultraderechista de su postura política.

Si a los memoriosos complace compararlo con don Ricardo Palma, el mayor escritor peruano del siglo XIX, creo que el símil se queda corto, pues su ejercicio intelectual, su compromiso cívico y los viajes que ha hecho como ciudadano del mundo, lo convierten en una síntesis y superación del ingenio de Palma, la pasión de Prada y la curiosidad de Juan de Arona.

En el campo del ensayo destacan sus trabajos mayores de análisis minucioso de las obras de Rubén Darío (tema de su tesis de Bachiller en San Marcos, 1958); García Márquez (“Historia de un deicidio”, 1971); Flaubert (“La orgía perpetua”, 1975); Arguedas (“La utopía arcaica”, 1996); Hugo (“La tentación de lo imposible”, 2004); Onetti (“El viaje a la ficción”, 2008); Pérez Galdós (“La mirada quieta”, 2022). Sin contar con “La verdad de las mentiras” (1990 y 2002) donde analiza en profundidad las 34 novelas que, a su entender, forman el canon universal; “La civilización del espectáculo” (2012) sobre la revolución de las TIC y; “La llamada de la tribu” (2018) en los que rinde tributo a los intelectuales que formaron su pensamiento político y su admiración por Thatcher y Reagan, que marcó su viraje hacia el neoliberalismo y sus extremos.

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Mario Vargas Llosa, hoy en el retiro, ha sido un inagotable obrero del trabajo intelectual: ha dedicado con disciplina monacal cinco horas diarias a leer y escribir (sin desatender su activa vida social) y el resultado está a la vista: decenas de novelas y centenares de ensayos (mal llamados “artículos”) que ni sus lectores fanáticos alcanzan a haberlos leído y por los que ha obtenido tantos reconocimientos del mundo académico.

“Que Vargas Llosa sirva de ejemplo a las nuevas generaciones de estudiantes universitarios”, se le ocurrirá decir a alguna autoridad, pero hay que ver que choca con nuestra educación orientada a obtener la nota aprobatoria y el cartón del título, compagina muy bien con la revolución tecnológica que ha reducido la capacidad de lectura a solo 150 caracteres, minúsculo islote en el mar de memes, chistes, bailes, fútbol y sexo que ofrecen las redes sociales. Y no solo eso, porque la práctica del plagio y el recurso al escritor fantasma que redacte la tesis, lamentablemente se ha extendido a la mayoría de universidades públicas y privadas y el resultado es el imperio de la mediocridad y la improvisación en nuestra vida social, que ha llegado a tomar por disimulado asalto la cúpula del Estado en el Perú.

No hay tema que no haya tocado, libro que no haya leído, museo al que no haya visitado, ciudad que no haya conocido, junto con universidades, jardines, conciertos o cines; experiencias vitales de las que no haya compartido, generosamente, sus impresiones, sus síntesis, argumentos o contraargumentos, ampliando nuestra visión del mundo y de la historia, informándonos en un lenguaje rico y claro y estimulándonos a buscar y aprender, sin la postura arrogante de un lenguaje críptico que otros exhiben.

Y para quienes gustan de medir y cuantificar las cosas en un inútil afán de sopesar su valor, les pondré como ejemplo ilustrativo la recopilación de sus ensayos “El lenguaje de la pasión”. El libro, publicado en el 2001, reunió 46 publicados entre 1992 y el 2000.(En más de 60 años debe haber publicado no menos de 1,500 ensayos). Cada uno tiene un promedio de cinco páginas y media. En ellos cita a 381 personas, entre intelectuales, artistas, políticos y personas de toda estatura que hayan hecho noticia, junto con decenas de títulos, periódicos y revistas, monumentos, pinturas, canciones, lugares, comidas y costumbres. 

Desfilan por sus páginas miseria y opulencia; racismo, tolerancia y diversidades; migración y nacionalismo; liberalismo, populismo e izquierdas; justicia y educación; drogas y trata de mujeres; aborto y feminismo; religiones, ateísmo y agnosticismo; filosofía e historia; arte y ensarte; ecología y guerra. Es decir, resulta una pequeña enciclopedia de los conocimientos que un intelectual de nuestra época, puede conseguir y difundir gratuitamente entre su público lector. Si un universitario lee esta, como cualquier compilación de sus ensayos, estoy seguro de que dará un salto en su “cultura general”.

¿Los peruanos estamos condenados como nación a la dispersión, por falta de futuros intelectuales como él? Algunos dirán que pensar que los intelectuales y artistas forjaron las naciones modernas al lado los generales. Es la mala lectura de la historia hecha por los románticos. Pero nadie cuestiona que las naciones se funden gracias a la cultura, es decir, a una lectura de lo que somos como colectividad, de un pasado y aspiraciones y proyectos para el futuro, de un lenguaje y una simbología comunes, de sentimientos amalgamados por intelectuales y líderes políticos. Las tradiciones de Palma, los poemas de Vallejo, “El cóndor pasa”, “Contigo Perú” (mal que me pese), la historia contada por el Inca Garcilaso, la fe cristiana, la culinaria, nos dan a 33 millones de individuos una identidad, unos sentimientos y (ojalá) un destino común.

Y mi escepticismo sobre el futuro se basa en que la revolución tecnológica ha abierto las redes sociales que, como repito, anulan la lectura y reflexión, por el afán de la inmediatez y la diversión, nos aísla y nos convierte en una sociedad de topos. Sin embargo, mi distancia política de don Mario, no me impide aspirar a que los lectores de sus ensayos se multipliquen.

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