Después de un glorioso pasado como líderes del NWOBHM, los Saxon tuvieron que asegurarse la faltriquera y lanzar en 1984 un álbum algo edulcorado y complaciente con el que empezaría seriamente su declive. ¿Apareció Saxon demasiado pronto en escena? Su primer álbum es de 1979, es decir, cuando la distinción entre heavy metal y hard rock recién encontraba sus primeros exégetas. El guitarrista de la banda, Graham Oliver, recuerda que, en los duros inicios, hacia finales de los setenta, cuando aún se hacían llamar “Son of a Bitch”, insistían con el rock duro a pesar de que lo moderno era el punk, incluso ellos mismos habían tenido sus escarceos con el punk, pero habían preferido seguir siendo fieles al legado de Purple, Sabbath y compañía. Con “Wheels of Steel” de 1980, pero sobre todo con “Denim and Leather”, un año después, Saxon haría historia y su nombre pasaría a engrosar la privilegiada lista de bandas pioneras del NWOBHM.
Para entender el punto de inflexión (o decepción) que significó “Crusader”, conviene recordar lo grandiosa que fue la primera etapa de Saxon. No sólo estaban impulsando una nueva fase evolutiva en el rock duro, estaban entretejiendo los hilos de una importante subcultura juvenil en los ochenta, con sus credos, sus mitos y su particular idiosincrasia. Estaban, en otras palabras, produciendo una estética y una actitud que sentaría precedentes y de la que se nutrirían actos tan disímiles como Metallica o HammerFall. En “Crusader” la cosa va de cruzados y guerras épicas. Es una temática que hoy por hoy levantaría más de una alerta porque sólo hay que sumar dos y dos para entender que la estética cruzada se relaciona peligrosamente con fundamentalismos y xenofobia. Pero en la primera mitad de los ochenta el power metal había adoptado toda la estética medieval como una reacción al crispado estilo del death metal y el black metal, convirtiendo el medievalismo en una representación habitual e inocua en los conciertos y en los discos.
Así que los Saxon, que ya tenían un nombre ad hoc, se montaron al caballo de la epopeya cristiana y predicaron ante sorprendidos headbangers una ideología inédita. El mensaje con el que la banda había nacido era el de los motociclistas melenudos y marginales que clamaban por el rock a la vena. Ahora, vestidos con la sobreveste y mostrando los emblemas heráldicos de su nuevo credo, Saxon sorprendía con un disco hecho a la medida del variado gusto del público. Había hard rock con estructuras básicas, ideales para convertirse en himnos, había power metal y también dosis significativas del viejo estilo del NWOBHM. Es decir, se siente la voluntad de agradar a un público masivo. Se siente que, en cada canción, aunque esté sólidamente construida, se ha querido atornillar su éxito con eficaces clichés.
Con todo, el inicio del álbum, con el ruido de cascos en el campo de batalla y el clamor de los soldados es altamente excitante. Esa primera pista dura poco más de un minuto y es el preludio del tema que da nombre al álbum. Cuando Biff Byford ataca los versos “Fight the good fight/ Believe what is right…”, entonces asentimos de buena gana y sentimos que vale la pena tener “Crusader” en tu estante de discos y pasar un buen rato con él. Desgraciadamente, esa sensación se desinfla un poco con el lado B, donde las canciones quieren forzosamente estar a la altura de los convencionalismos rockeros de la época.
Lo que Saxon produjo después de este álbum es para el olvido, a pesar de una inesperada vuelta en 2016 que algunos han calificado de apoteósica. No creo que la banda tenga algo serio que agregar a su producción de los ochenta. Con “Crusader” se cerró una grandiosa etapa que trajo consigo himnos imperecederos para todos los amantes del heavy metal.