El gobierno de Donald Trump de Estados Unidos ha declarado una guerra de aranceles a casi todos los países del mundo y, de la manera más hostil, contra China.
La primera explicación sería que, al subir los aranceles a los bienes que importa, Estados Unidos buscaría que el aparato productivo de este país los produzca. Activaría así su economía, aumentaría el empleo nacional, haría subir las ganancias de sus empresarios y también, en algo, incrementaría los ingresos tributarios. En el plano teórico, esta medida sería una aplicación de la teoría del economista alemán del siglo XIX Friedrich Litz sobre la protección de la industria nacional frente a la competencia de las mercancías de otros países cuyo ingreso se debería evitar, según él, elevando los impuestos a la importación sobre la base de la soberanía de cada país para legislar como lo deseen sus gobernantes.
Esta recomendación le vino bien a Alemania, sobre todo tras su unificación en 1870 y contribuyó a convertirla en la primera potencia industrial de Europa continental. Aunque llevado más por el sentido común, el presidente de Estados Unidos Alexander Hamilton había preconizado la misma fórmula para favorecer el crecimiento de la industria de su entonces novísimo país.
Luego de la década del ochenta del siglo pasado y como una prolongación del neoliberalismo, impulsado para reducir los alcances del Estado de Bienestar y convertir una parte de los recursos para pagarlo en ganancias empresariales, los ideólogos del capitalismo impusieron la mundialización económica como un dogma consistente en la reducción, hasta donde se pudiera, de las barreras limitativas del ingreso de las mercancías y los capitales procedentes de otros países.
Uno de los países que más se benefició con la mundialización o globalización fue Estados Unidos, pero, contradictoriamente, no tanto para colocar sus mercancías en el exterior, sino para adquirir las mercancías de otros países a precios bajos y satisfacer las necesidades de su población que, en ese momento, se acercaba a los 230 millones de personas y tenía el ingreso per cápita más alto del mundo, un mercado enorme que podía absorber todo lo que se le ofreciera para la alegría de las cadenas de distribución y venta.
Por lo tanto, Estados Unidos importó más mercancías que las que exportaba. Por ejemplo, en 2023, sus exportaciones llegaron a 2,019,542 millones de dólares, en tanto que sus importaciones alcanzaron 3,172,514 millones de dólares. Es decir, el valor de sus importaciones fue un 57% más que el valor de sus exportaciones. Esta diferencia se pagaba con dólares en sus formas de moneda fiduciaria y moneda escritural.
Los dólares fiduciarios consisten en billetes impresos por la Reserva Federal de Estados Unidos con ciertas figuras, signos y seguridades y son entregados al gobierno de Estados Unidos y a los bancos para ser puestos en circulación. El costo real del soporte de algodón y lino de cada billete y de su impresión es de unos 35 centavos de dólar, pero su valor nominal, o capacidad de pago, es de 5, 10, 20, 50 y 100 dólares. Los dólares escriturales son registros en las cuentas de los bancos, correspondientes a estos y a los titulares de los depósitos y préstamos quienes pueden pagar con ellos sus compras o adquirir dólares fiduciarios.
Por los acuerdos de Breton Woods de 1944, el dólar se admitió como la moneda de cambio internacional con un respaldo en oro, o Patrón Oro, fijado en ese momento en 35 dólares la onza troy, oro que los países tenedores de dólares podían recuperar de la Reserva Federal entregando sus billetes. En 1971, el gobierno de Richard Nixon decidió suprimir el Patrón Oro del dólar y vendió casi todo el oro guardado como reserva para pagar los gastos que irrogaba la guerra de Vietnam.
Por lo tanto, en adelante, el dólar comenzó a valer solo por las sumas impresas en los billetes. Y todos los que tenían dólares, dentro y afuera de los Estados Unidos, tuvieron que aceptarlo. Más aún, se vieron obligados a creer firmemente que esos billetes valían por sí mismos, como cualquier otro objeto que se tiene en propiedad, imbuyéndose de la confianza de que con ellos, por los que habían dado sus activos en cantidad igual a las sumas marcadas en los billetes, se podía comprar y pagar cualquier cosa. Y era eso lo que los estrategas económicos de Estados Unidos querían y esperaban.
En 1974, tras la crisis del petróleo de 1973, el gobierno de Estados Unidos convenció al gobierno de Arabia Saudita para firmar un acuerdo por el cual las ventas de petróleo se deberían pagar en dólares. A este acuerdo se añadieron otros países el Medio Oriente productores de petróleo, con lo cual el dólar se generalizó en el mundo como la moneda con la cual deben hacerse las transacciones internacionales. Obviamente, a Estados Unidos esta aceptación le sirvió para pagar sus compras del exterior, y en particular sus déficits de la balanza comercial, con sus billetes que no le costaban casi nada. Ha llegado así a una situación en que cerca del 75% de los dólares emitidos por la Reserva Federal circulan en el exterior, usándose en casi todos los países como medios de cambio y atesoramiento, como si estuvieran dotados de valor por sí mismos.
Otro dato a tenerse en cuenta para comprender la política aranceleria del gobierno de Estados Unidos es el enorme tamaño del Estado, cuya burocracia y gastos en servicios públicos no llegan a financiarse totalmente con los ingresos provenientes de los tributos. Para cubrir sus déficits tiene que acudir al crédito en la forma de bonos emitidos por el gobierno que compran la Reserva Federal y el público nacional (en gran parte los fondos de pensiones) o internacional (países como Japón, China y otros). Estos bonos tienen, como regla general, una duración de 10 años y reditúan hasta un 4% de interés al año. Son inversiones seguras, porque el gobierno cumple con pagar los intereses y devuelve las sumas de dinero indicadas en los bonos a su vencimiento.
Año tras año el Estado de este país ha ido incrementado su deuda pública que llega ahora a casi 37 billones de dólares. Una suma por la cual tiene que pagar cada año unos 1.48 billones de dólares por intereses. Y 3.7 billones de dólares por la devolución del capital de los bonos vencidos. O sea unos 5.18 billones de dólares. Es mucho dinero que los ingresos presupuestarios no llegan a cubrir totalmente y obligan al Estado a tomar en prestamo más dinero.
Se podría decir que la sociedad norteamericana vivía habituada a gastar más de lo que gana. Y pagaba la diferencia con billetes sin respaldo y prestándose dinero. Y esta situación se ha hecho casi irreversible.
¿Qué hacer, entonces? La fórmula proteccionista de Friedrich Litz es ahora inaplicable. La situación del comercio mundial ha cambiado mucho en relación a la del siglo XIX.
Como ni el gobierno ni la sociedad de Estados Unidos están dispuestos a renunciar a las dos fuentes de recursos indicadas ni les sería posible hacerlo, solo aparece para ellos en perspectiva una devaluación del dólar que reduciría la deuda pública en cierto porcentaje según el menor valor real del dólar y que, además, podría abaratar las mercancías producidas en Estados Unidos para hacerlas más competitivas en el mercado internacional frente a las mercancías y servicios de otros países que resultarían encarecidas por los mayores aranceles. En otros términos, con la inflación proyectada, Estados Unidos podría matar dos pajaros con un solo tiro. El perjuicio para los poseedores de dólares en el extranjero, por la reducción de su valor real, sería un daño colateral, como se dice en las novelas de detectives.
El país más castigado con la elevación de los aranceles de Estados Unidos es China, al que se los subieron hasta totalizar ahora un 145% del precio de sus mercancías remitidas a este país. A los demás países se les ha impuesto aranceles más bien bajos, equivalentes a un 10%, pero suspendidos por 90 días, para darles tiempo a sus representantes a hacer el peregrinaje genuflexo a Washington.
Por un acuerdo comercial entre ambos países, las importaciones por Estados Unidos de mercancías de China fue en 2023 equivalente al 7.3% del total. Una parte de estas mercancías son fabricadas en China por empresas estadounidenses instaladas allí desde la apertura de China al capitalismo y atraídas por la fuerza de trabajo barata y las ventajas impositivas. Esa fuerza de trabajo se ha tecnificado hasta colocarse en el nivel de los países más desarrollados de Occidente y, en ciertos rubros, en un nivel superior. Son estas mercancías las afectadas por la reciente elevación de los aranceles, en perjuicio no solo de sus fabricantes y de China, sino también de los consumidores estadounidenses.
Para determinar ese impacto, tomemos como referencia el costo de la fuerza de trabajo, tanto en China como en Estados Unidos. Está representado por el salario minimo en ambos países, lo que puede servir como índice comparativo de las remuneraciones en todos los niveles.
Tomemos como ejemplo la laptop de Apple MacBook-Pro que se fabrica en China y se vende al público en Estados Unidos a $ 1,599. Como el costo de la fuerza del trabajo es el valor determinante del precio de cada mercancía, se puede tomar como referencia el valor del salario mínimo en China y en Estados Unidos. El salario mínimo por hora en China es $ 3.60 dólares y en Estados Unidos $ 7.25.
Se puede decir, entonces, que $ 3.60 (salario mínimo en China) es a $ 1,599 (el precio de esta laptop en Estados Unidos), como $ 7.25 (salario mínimo en Estados Unidos) es a x (el precio que tendría esta laptop si se fabricara en Estados Unidos). Por lo tanto x sería $ 3,220.
Aplicando al precio de la laptop fabricada en China, $ 1,599, un arancel de 145% al entrar a Estados Unidos, este sería de $ 2,318. La suma, añadida al precio de la laptop, haría que su precio de venta fuera $ 3,917. Osea, mucho más cara que si se fabricara en Estados Unidos: $ 3,220.
Pero, con este precio, que es más del doble del precio inicial $ 1,599, los potenciales compradores se retraerían. Muchos dejarían de adquirir esta laptop fabricada en Estados Unidos, a pesar de su óptima calidad.
Con otras mercancías procedentes de China ocurriría algo similar.
La solución para los fabricantes de estas mercancías en los Estados Unidos sería abaratarlas. Pero, como no es posible reducir los precios nominales de los insumos producidos en Estados Unidos ni las remuneraciones de los trabajadores, la solución no podría ser otra que devaluar el dólar mediante un proceso inflacionario que se llevaría a cabo emitiendo más dinero que el necesario para el conjunto de los bienes y servicios en el mercado. Esta devaluación implicaría la reducción del poder adquisitivo real de las remuneraciones, que es lo que se estaría buscando.
Nominalmente, las remuneraciones seguirían siendo las mismas, pero su valor adquisitivo se reduciría frente a los precios que aumentarían. ¿Lo soportarían los trabajadores estadounidenses? Una generalización de este hecho empobrecería a la sociedad norteamericana. Y haría perder dinero a las empresas extranjeras establecidas en China, imposibilitadas de vender sus productos en Estados Unidos. La solución para estas empresas podría ser trasladarse de China a otro país con salarios bajos que les confiera iguales o mejores ventajas que China. Por ejemplo India, pero siempre que a esta se le limite los aranceles en Estados Unidos a no más del 10%.
Sin embargo, siendo los precios de las mercancías fabricadas en China y otros países en vías de desarrollo tan ostensiblemente menores a las mercancías equivalentes fabricadas en Estados Unidos, la inflación en este país tendría que reducir el valor adquisitivo real del dólar a menos de la mitad de lo que es ahora, algo que resultaría distópico.
Como un efecto adicional, es posible que el gobierno de China tenga que implementar ciertas medidas para sobreponerse con serenidad a ese contratiempo. Por un lado, mejorando su producción y abaratándola. Y, por otro, ampliando su mercado interior para comprender a los cientos de millones de personas que viven en el campo y están aún bajo los niveles de ingreso y consumo de las ciudades.
La elevación de los aranceles impuesta por China a las mercancías estadounidenses, de 125%, como represalia, las encarecerá y excluirá de este gran mercado. Otro efecto perjudicial para Estados Unidos.
En definitiva, Estados Unidos podría entrar en una crisis irremediable, en tanto que China podría incrementar su desarrollo.
Síguenos también en nuestras redes sociales:
Búscanos en Facebook, Twitter, Instagram y además en YouTube. También, únete a nuestro canal informativo de WhatsApp haciendo clic AQUÍ.