En toda sociedad, los poetas son una minoría tan pequeña que los dedos de la mano serían excesivos para contarlos. ¿Por qué? Porque para serlo se requiere haber nacido con una inteligencia extraordinaria, poseer una sensibilidad aguzada para percibir la esencia de los sentimientos y reconocer la belleza en todas sus manifestaciones, formarse leyendo y escribiendo sin reparar en el paso del tiempo, disponer de una imaginación creativa y manejar el idioma haciendo jugar todas sus constelaciones. Porfirio Vásquez fue uno de estos seres privilegiados.
Había nacido en 1911 en Viraco, una descomunal cornisa de los Andes del departamento de Arequipa. a 3,600 metros de altitud. A los 18 años se trasladó a la ciudad de Arequipa a estudiar Derecho en la Universidad de San Agustín. Debería haberse recibido en 1936 a lo sumo. Pero no lo hizo. Como otros jóvenes se entregó con tesón a la lucha política por los trabajadores y los campesinos y en sus ratos libres a la lectura en la biblioteca de la Universidad y, cada vez más, en los libros que adquiriría.
Y así se topó con la poesía en la cual se fue enfrascando hasta hacer de ella una parte fundamental de su vida. Por alguna razón de la cual solo él podía dar cuenta, se instaló en el siglo de oro español y, tomando como ejemplo a los clásicos, decidió seguir sus pasos, entendiendo que esa era la auténtica poesía. Y escribió y escribió desde las tres hasta las nueve de la mañana, hora a la cual dejaba el cuartito de la Calle Nueva donde habitaba y se iba a la biblioteca.
Lo he recordado en mi cuento Vox populi vox Dei, el primero de mi libro de cuentos La Calle Nueva (2004, 2008), presentándolo como Polidoro Bardo. Digo allí:
“Cuando Polidoro terminó el quinto año de derecho con notas excelentes y todo hacía esperar que comenzaría a preparar su tesis de bachiller, obligatoria en ese tiempo antes de sustentar los expedientes civil y penal para recibirse de abogado, se convenció de que su vocación no lo conducía al derecho, sino a la poesía. Este cambio se había producido en la Biblioteca Municipal a la que luego comenzó a concurrir en pos de un lugar tranquilo donde redactar su tesis.
Sin saber cómo ni por qué, un día pasó del fichero de derecho al de literatura y sacó varios libros de poesía que fueron capturando su atención. Buscó el poema dedicado a Irene y lo leyó de nuevo. Lo comparó entonces con las poesías de esos libros. Y entonces se dijo que el suyo no estaba mal, y que podía hacer otros mejores. Los días pasaron y así Polidoro se metía más en la poesía. La leía y escribía. Del verso libre pasó a los sonetos rimados y metrados que pronto le salieron más fácilmente, como si hubieran estado esperando la oportunidad de ser rescatados del limbo donde tal vez dormían.
Una tarde se los leyó a Irene esperando su aprobación, pero ella no los entendió ni aún con el estímulo del véspero. Al contrario, se alarmó por la nueva inclinación de su enamorado, y como éste insistiese en lo que estimó una locura, pese a sus llamados a la reflexión, no tardó en decepcionarse y se alejó de él para aceptar el galanteo de un médico recién recibido. A Polidoro no le dolió mucho la ruptura, porque estaba ya comprometido con las musas y sentía que la poesía épica lo convocaba. Así, leyó de cabo a rabo a Homero, Virgilio, Dante, Milton y Ercilla, y se entregó a escribir una sucesión interminable de endecasílabos, muy aparentes, a su juicio, para contener ideas completas sobre el cosmos y la historia, sin menoscabar su musicalidad. Y luego los años pasaron plenos de inspiración y poesía.”
Finalmente, Porfirio Vásquez se nos fue en 1976. Creo que algo aprendí de su creatividad y de sus libros que me ofrecía y me dejaba tomar de los rimeros que colmaban su pequeño cuarto. Pues era uno de los hermanos menores de mi madre.
Y, como el movimiento se demuestra andando, les ofrezco algunos de sus sonetos.
De El Perú en mis sonetos
Por Porfirio César Vásquez Fernández
AREQUIPA
¿Dónde es el Hemisferio más grandioso,
el cielo más azul, el sol más puro,
más hogareña la urbe, más seguro
el surco de la tierra y más jugoso?
¿Dónde el volcán se encuentra más hermoso,
el Apu tutelar del patrio muro,
del avaro terror y el templo obscuro?
¿Dónde, en fin, el pensil más fragancioso?
Arequipa robó sus esmeraldas
al mar, al sol sus bóvedas azules,
el sillar a Plutón, el trigo a Ceres.
Es Minerva y es Marte en luces gualdas.
Tiene ángeles rebeldes, gallos gules
y casas donde hay Venus. ¡Qué mujeres!
AL MISTI
Ah, férreo Marte del Perú invencible,
Hércules indio, americano atlante,
¿qué busca en ti mi mente ya anhelante,
qué luz, qué ser, qué vida incorruptible?
Amo tu hervor, tu fuego inextingible
y tu alta independencia de gigante,
tu verticalidad de Apu pensante,
tu faz lila y tu cono inmarcesible.
Y aunque otros digan con funesto labio,
al ver desde las calles tu alta cumbre,
la suerte de Pompeya ve Arequipa.
¡Viva tu fuego! Él es pasión, no agravio.
Es de mi libertad vívida lumbre,
y mi temor de esclavitud disipa.
LA ORACIÓN DE LA PIEDRA A VIRACOCHA
Como lienzo de piedras de muralla
es tu porte, porque es inaccesible.
Como piedras del mundo abierto, asible,
es tu alma, y como el templo, adora y calla.
Como lienzo que ve desde un palacio
es tu semblante en flor, guarda riquezas.
Como las piedras de un torreón sin piezas
es tu áureo continente en el espacio.
Qué haré para llegar, señor, al grado
del mayor bien social, bien dulce y tierno,
y huir del mal, tu opositor eterno?
Te habla la piedra humilde del cercado.
Que mi oración de piedra nutra arriba,
a mi cósmica flor, y mi alma viva.
CUSCO
Viejo Sol del ombligo de los Andes,
tu faz monumental de antiguos runas
observo desde aquí y tus hechos grandes,
Garcilaso de piedra entre las punas.
Desde el Sacsayhuamán se te ve puro,
cual síntesis de espadas y de mazas,
de piedra megalítica y muro
artesonado, joya de dos razas.
Cuna del socialismo, tus andenes
con la raíz hasta hoy del Kjorikancha,
donde Cristo plantó sus amapolas.
Tus Comentarios Reales son edenes
que el Inka y el Quijote de la Mancha
cultivan bajo tejas españolas.
AL SAKSAYHUAMAN
Rayo patrificado de la guerra,
de pie ante tus murallas, oigo tus gritos.
De tus bloques enormes e infinitos
aún sale el trueno a ensordecer la tierra.
Del épico luchar con el Cusco encierra,
¿qué eres tú? ¡El socialismo en megalitos!
Nada son para ti, oh héroe de ritos,
Todas las armas yankis de la tierra.
Si te atacasen ellas con cañones,
cohetes, bombas, todos sus campeones,
como moscas sitiando tu muralla,
¿quién duda que el triunfar sería tuyo?
Solo, inmortal del gran Tahuantinsuyo,
puedes perder del tiempo en la batalla.
A MACHUPIKCHU
Quiso la mano del poder que arredra
en la roca labrar eternidades
y crear maravillas y saudades
la del platero y el orfebre en piedra.
Te hicieron, pues, a ti junto a la hiedra
que es sangre en tus abismos y oquedades,
para que el tiempo de las mil edades
no te arruíne ni el polvo que en él medra.
Naturaleza te enroscó de plata
un fiel reptil que con tu peso muerdes:
el sonante Urubamba a tus pies verdes.
Y te dio un cielo azul que no delata,
megalítica alta urbe, tus milenios
porque lo eterno la formó y sus genios.
Arequipa, 17/2/1960