A principios de 1970, disueltos ya los Beatles (aunque mantenida en secreto dicha disolución), John y Paul seguían hablando por teléfono con tono cordial y sin tapujos acerca del futuro que avizoraban confuso. Paul todavía mantenía la esperanza de que se volvieran a juntar y las grabaciones de “Get Back” podían ser la plataforma ideal para ello, pero resultó que no. En marzo de ese mismo año, Paul le soltó su plan a John: “Voy a abandonar el grupo y voy a sacar un álbum solista, como tú”. “Bien, ya somos dos quienes lo hemos admitido”, respondió John. Que el camino que John había tomado resultase de alguna manera inspirador para Paul es perfectamente comprensible. Después de varios meses de agobio y desilusión tras su regreso de la India, John por fin estaba exultante: su separación de Cynthia y la felicidad que había encontrado con Yoko lo mantenían en un estado de perpetua efervescencia. Además, “Instant Karma”, su más reciente éxito con la Plastic Ono Band, escalaba indetenible los charts de Estados Unidos.
Paul quería demostrarle al mundo que a él no le iba peor. Su idílica vida con Linda en High Park Farm, rodeados de animales, vestidos de agricultores, con sus pequeños hijos correteando por las viñas, era un sueño hecho realidad. La gran estrella del rock era, en el calor de su hogar, todo un manitas, y andaba siempre ocupado, con mono y caja de herramientas, poniéndole un nuevo piso a la cocina o cambiando los interruptores, es decir, construyendo su nido de amor. No es por eso raro que la primera grabación de toda la sesión y la primera canción que abre el álbum debut de Paul sea “The Lovely Linda”, una pieza corta de apenas cuarenta segundos que contiene todo el espíritu del disco: una grabación lo fi, casera, espontánea, relajada, muy “natural”. Una pieza que quiere, casi a la fuerza, convencerte de que su autor se halla en un estado pleno de dicha. Y para que no quede ninguna duda, el remate de la canción es una risita cómplice de Paul y Linda. Mira lo bien que la estamos pasando. La portada del álbum también quería enfatizar esa felicidad doméstica: un cuenco de cerezas volcadas sobre una mesa. Abundancia, color y despreocupación. La contraportada nos mostraba a Paul con una barba al desgaire y con su pequeña hija Mary emergiendo de su chamarra. Al abrir el álbum nos topamos con una veintena de fotos (todas tomadas por Linda) que detallan la felicidad familiar de la familia McCartney.
Veinte años después, a esa misma niña que mostraba su rostro inocente en la contraportada Paul le confesaría el infierno que estaba viviendo durante aquellos meses posteriores a la separación de Beatles. La depresión y el alcohol se habían vuelto lugares comunes en su solitaria existencia. Llegó a sentir, a sus escasos veintisiete años, que lo mejor de su vida ya había acabado. Por eso se aferró a Linda y a su vida en High Park con una fuerza sobrehumana. Resulta bastante triste que, para huir de la depresión, alguien tenga que autoconvencerse de que es feliz. Y convencer de paso a los demás, en el caso de Paul al mundo entero. La edición británica del álbum llevaba un insert con una entrevista a Paul y entre otras cosas se puede leer lo siguiente:
– ¿Has disfrutado del trabajo en solitario?
– Mucho. La única persona con la que tenía que consultar las decisiones era yo y siempre estaba de acuerdo conmigo mismo.
– ¿Esta separación de los Beatles es temporal o definitiva? ¿Y a qué se debe?
– Se debe a diferencias personales, empresariales y musicales, pero más que nada a que me lo paso mejor con mi familia. ¿Temporal o definitiva? En realidad, no lo sé.
En la primera respuesta cámbiese el “mucho” por “nada” y la respuesta adquiriría un sentido más veraz. En la segunda respuesta, la frase “en realidad no lo sé” es claramente falsa y revela la profunda tristeza de este hombre que sí sabía que ese proyecto mágico llamado Beatles había llegado a su fin.
“McCartney” es un álbum que es ya histórico y es fundamental para comprender la carrera de Paul en solitario. Pero todo en él rezuma impostura y artificio. Desde el título. Porque bien podría haberse titulado “Paul McCartney”, pero se decidió dejar sólo el apellido para que contraste con la célebre firma “Lennon-McCartney” en casi todas las composiciones de Beatles. Ahora McCartney estaba solo… ¿por fin? Sí, pero para él fue un duro golpe la experiencia de la soledad y de la disolución de los Beatles. Lo que, al parecer, a John le daba energía y lo catapultaba al éxito, a Paul lo confundía y le nublaba el entendimiento. Yo creo que en ese momento de desconcierto a Paul le parece una buena idea “responder” a John con un álbum que explicite el tipo de vida feliz que está llevando. No había necesidad. John y Yoko (pese a quien le pese) habían formado un núcleo artístico sólido y seguro. Paul y Linda estaban aprendiendo a vivir juntos. Después vendrían Ram, Venus and Mars o Band on the Run, discos en los que Paul ya no se permitiría esa falsa pátina de la “felicidad familiar” y se tomaría más en serio la grabación y, sobre todo, la producción.
Con todo, “McCartney” contiene algunas piezas icónicas en las que el viejo Paul, el magnífico compositor de Beatles, está presente; un poquito enmascarado, tal vez por su sempiterno anhelo de elaborar piezas universalmente aclamadas como reconocibles gemas del pop, pero disfrutable.

Si valoras nuestro contenido, hazte miembro de la #BúhoComunidad. Así podremos seguir haciendo periodismo. También puedes apoyarnos uniéndote a nuestro canal de YouTube.