Opinión: Quinta columna

La homilía de monseñor Carlos Castillo

«Su mensaje giró sobre temas de fondo. No sobre relojes Rolex, sino del hambre de los peruanos. No de los viajes o las inversiones, sino de la muerte de peruanos inocentes»

Por Alfredo Quintanilla | 31 julio, 2024

En contraste con lo que sería la más prolongada y amodorrante lectura de un mensaje presidencial ante el Congreso, la homilía de monseñor Castillo en la misa por el día de la Independencia fue breve y sustanciosa.

Muchos de los que están agobiados por las consecuencias de la pandemia y de la crisis política que ha llevado al desastre institucional, habrían querido que el arzobispo de Lima lance invectivas -a la manera del profeta Isaías- contra los políticos, no solo corruptos, sino desvergonzados y cínicos. Pero no, monseñor Castillo recordó que la misión de la Iglesia es acompañar al pueblo peruano “no para hacer un país católico, ni un gobierno católico, ni un partido católico, porque Dios es de todos y la fe no se impone”. 

Entonces, su homilía fue para comentar el pasaje del Evangelio del día (Jn.  6: 1-15), que narró el episodio de la multiplicación de los panes y establecer su relación con el hoy de los peruanos, “porque Dios se revela siempre en el corazón de la historia”.

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Jesús pregunta dónde hay comida para tantos y Felipe responde que no se puede, pues ni siquiera una gran cantidad de dinero alcanzaría para alimentar a cinco mil “porque está influido por la mentalidad del templo [de Jerusalén, donde gobiernan los sumos sacerdotes], donde todo se compra y todo se vende”. Recordó que Jesús nos invita a romper con esquemas caducos. A salir de la deslealtad institucional y el cálculo obtuso de la mentalidad del templo (los palacios del poder); lugar de destrucción, de muerte.

Señaló que en nuestro mundo se tiende a “reducir el sufrimiento de la gente a un costo económico” para concluir que al no haber plata no se puede combatir la pobreza. Dirigiéndose a los cristianos, autoridades o no, citó al teólogo Gutiérrez -su maestro- cuando dice que el hambre del otro es un problema espiritual. Porque no se trata solamente de proveer empleo y pan, postas médicas y buenos maestros para los pobres del Perú. Sino atender su “necesidad de consuelo, amistad, reconocimiento, respeto, promoción de la dignidad y justicia”.

Su mensaje, entonces, giró sobre temas de fondo. No sobre los relojes Rolex (aunque habló de insensibilidad y frivolidad). Sino del hambre de los peruanos (citó los datos fríos del 43 % de niños con anemia, y de 10 millones sin agua potable). No de los viajes o las mega inversiones. Sino de la muerte de los peruanos inocentes: “Jesús, que experimentó una muerte injusta como víctima inocente, clama desde todas las muertes de víctimas inocentes que ocurren en nuestro pueblo”. Palabras que resonaron en las amplias naves de la catedral, en busca de la reflexión y el arrepentimiento de muchos. Aunque parece que cayó en el terreno pedregoso del entendimiento de los presentes.

En un pasaje del mensaje que los periodistas han subrayado, se preguntó ¿por qué la gente sigue a Jesús y no a otros (¿los políticos de hoy?). Y respondió, porque los acoge, los cura, los alienta; porque se sienten reconocidos como personas, pues “todos somos indispensables para Él”. En cambio, los otros “gastan en propaganda, en vez de ser sencillos y francos como Jesús”. Elegante manera de decir que no sigue a soberbios, a mendaces, a los demagogos de doble faz que hacen lo contrario de lo que prometieron.

Pero el mensaje no solo criticó sutilmente a los políticos. También dijo: “los peruanos solemos creernos lo que no somos y nos disfrazamos. Hemos sido formados con mentalidad superficial de títulos, vestidos, honores, colores de piel, apellidos, apariencias, prejuicios… que no permiten reconocer el valor de cada persona.”

Constató que el Perú ha llegado “a un serio límite de deterioro político y social, [que] debemos impedir que estalle”. Para ello, es necesario forjar un Estado “ampliamente democrático que promueva el bien común. Que combata la evasión tributaria y la desactivación o mal uso de las instituciones…”. Y una sociedad democrática “sin que tantos peruanos y peruanas se sientan tan excluidos y discriminados”.

Vislumbrando salidas, citó a María Elena Moyano. Ella dijo que “las mujeres organizadas están enseñando cómo construir democracia desde abajo, demostrando que no solo pueden sobrevivir. También pueden impulsar iniciativas orientadas a la generación de nuevos empleos, contribuyendo así al desarrollo nacional y a la posterior transformación social”.

Frente al llamado del Papa Francisco para iniciar “un diálogo nacional que contribuya a la reconciliación y a la construcción de una sociedad más unida, próspera y fraterna”, monseñor Castillo dijo que ese diálogo debe comenzar “por la escucha de las necesidades de todos”.

Finalizó diciendo: “Viene un tiempo en que apreciaremos y alentaremos iniciativas geniales como la de José Andrés Rázuri, que permitieron giros novedosos y fecundos en las situaciones más difíciles y adversas.” Lo que pareció una simple referencia histórica, cuando está a punto de cumplirse el bicentenario de la victoria de Junín, entre líneas, dio un mensaje del reto que tenemos que encarar. Porque la “iniciativa genial” de Rázuri que permitió el “giro novedoso y fecundo” y logra la victoria, en realidad fue un acto de desobediencia, cuando Bolívar había ordenado la retirada de los patriotas. Desobediencia justa de la que habla el artículo 46 de la Constitución Política y a la que se han referido algunos últimamente. Desobediencia que debe ser oportuna para ser eficaz.

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